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Más cine, por favor (memoria cinematográfica y televisiva de 2016)
En 2016, por primera vez, he sido tanto un espectador de cine como de series de televisión. Hasta ahora, mi aproximación a las series había sido bastante esporádica y limitada a títulos muy concretos, pero a partir de 2016 he incorporado las series a mi dieta cinematográfica de una manera más habitual. Como espectador, hubo un momento a finales de 2015 en que parecía que habíamos regresado a los ochenta, con estrenos de Robert Zemeckis, Ron Howard y Steven Spielberg en las salas, por no mencionar el reboot de Star Wars, El despertar de la fuerza, ahora ya en manos de Disney, que condicionará la cartelera cinematográfica de las Navidades venideras. Dije adiós a 2015, cinematográficamente hablando, con la relectura del episodio IV realizada por J. J. Abrams en el episodio VII, El despertar de la fuerza (The Force Awakens), pero también con otros títulos que parecían devolvernos como espectadores a otras épocas, En el corazón del mar (In the Heart of the Sea, Ron Howard) y El puente de los espías (Bridge of Spies, Steven Spielberg).
Esa misma línea apenas cambió cuando empezó el año cinematográfico, ya que las dos primeras películas que fui a ver en el cine en 2016 me devolvían a un mundo pasado, la infancia más lejana en Carlitos y Snoopy: La película de Peanuts (The Peanuts Movie, Steve Martino), y el recuerdo de las Torres Gemelas en esa pequeña joya que es la sorprendente El desafío. The Walk (Robert Zemeckis), que no solo es una historia sobre la vocación, sino un precioso homenaje a las Torres Gemelas, verdaderas protagonistas del film.
En general, 2016 fue un buen año para el cine español, y el estreno de títulos tan contundentes y arriesgados como Nadie quiere la noche (Isabel Coixet) y La novia (Paula Ortiz) así lo confirma. En realidad, se trataba de estrenos de 2015 que tuvieron una segunda vida en las salas gracias a sus múltiples nominaciones en los Premios Goya. Ahora bien, aunque las dos películas resultaron galardonadas en varias categorías, lo cierto es que ninguna de las dos se alzó con los premios principales, que fueron a parar a Truman (Cesc Gay).
Acaso la primera gran decepción del año la recibí de un maestro al que admiro en casi todo lo que hace. Lo nuevo de Tarantino, Los odiosos ocho (The Hateful Eight), tenía uno de los principios más brillantes de la filmografía tarantiniana, pero en su segunda mitad se convertía en un espectáculo granguiñolesco, como ya comenté en su día en este mismo medio. Algo parecido me ocurrió con La juventud (Youth), pero en este caso resultaba mucho más esperado, ya que resultaba casi imposible que Sorrentino fuera capaz de repetir el milagro de La gran belleza (La grande bellezza, 2013), un título que se ha convertido ya en todo un clásico. Como clásico resulta también el personaje de Rocky Balboa, que regresó a las pantallas con Creed: La leyenda de Rocky (Ryan Coogler), nuevamente encarnado por Sylvester Stallone, que se llevó el Globo de Oro por su actuación pero perdió el Oscar al Mejor Actor Secundario, que recayó en Mark Rylance por El puente de los espías.
Hasta que llegó el verano acudí al cine de forma bastante esporádica, a ver títulos como El gran día (Le Grand jour, Pascal Plisson), La chica danesa (The Danish Girl, Tom Hooper) o ¡Ave, César! (Hail, Caesar!, Ethan y Joel Coen). Me mantuve, por lo general, alejado del cine de superhéroes, excepción hecha de Batman v. Superman. El amanecer de la justicia (Batman v Superman: Dawn of Justice, Zack Snyder), que valió la pena fundamentalmente por descubrir a Gal Gadot, de la misma manera que La chica danesa me hizo ver con otros ojos a Alicia Vikander.
Gracias a diversos ciclos de cine que se organizaron en Novelda, la ciudad en la que vivo, tuve la oportunidad de volver a ver algunos clásicos del cine en pantalla grande, como Uno, dos, tres (One, Two, Three, Billy Wilder, 1961), Manhattan (Woody Allen, 1979), Historia de una monja (The Nun’s Story, Fred Zinnemann, 1959), Sonrisas y lágrimas (The Sound of Music, Robert Wise, 1965) o Canción de cuna (José Luis Garci, 1994), además de películas ochenteras como Gremlins (Joe Dante, 1984), Los goonies (Richard Donner, 1985), Regreso al futuro (Back to the Future, Robert Zemeckis, 1985), Exploradores (Explorers, Joe Dante, 1985) o Willow (Ron Howard, 1988), por no hablar de un ciclo dedicado a Shakespeare en el que pudimos ver Hamlet (Laurence Olivier, 1948), Julio César (Joseph L. Mankiewicz, 1953), Ran (Akira Kurosawa, 1985) y Shakespeare enamorado (Shakespeare in Love, John Madden, 1988).
En lo que respecta a las series, soy fiel seguidor de Juego de tronos y no me he perdido la sexta temporada. De hecho, tuve la fortuna de acudir al estreno del primer episodio en Peñíscola, en el Castillo del Papa Luna, en compañía de Alfredo Navarro, director del documental Sueños de sal. Caí finalmente en las garras de Netflix para poder ver la magnífica Stranger Things, otro ejercicio de nostalgia, y desde esa serie he llegado a conocer algo mejor la obra de los hermanos Duffer y tuve la oportunidad de ver, también en Netflix, la primera temporada de Wayward Pines (2015). Tampoco quise perderme la tercera temporada de Black Mirror, de nuevo en Netflix, ni la nueva entrega de ¿Qué fue de Jorge Sanz? cinco años después, una nueva genialidad de David Trueba, esta vez en Movistar+.
El verano fue un buen momento para grandes estrenos, como los de Jason Bourne (Paul Greengrass), Escuadrón suicida (Suicide Squad, David Ayer) o Star Trek: Más allá (Star Trek Beyond, Justin Lin), aunque no me perdí lo nuevo de Pixar, Buscando a Dory (Finding Dory, Andrew Stanton, Angus MacLane) ni Mascotas (The Secret Life of Pets, Chris Renaud, Yarrow Cheney). Giuseppe Tornatore acudió puntual a su cita con los veranos españoles con La correspondencia (La corrispondenza), sin duda, uno de los mejores estrenos estivales junto a lo último de Woody Allen, Cafe Society.
La cinematografía islandesa me sorprendió con la gélida Sparrows (Gorriones) (Rúnar Rúnarsson) y descubrí a un Mel Gibson muy potente en la estimable Blood Father (Jean-François Richet). No me disgustó Ben-Hur (Timur Bekmambetov) y me pareció que Tarde para la ira (Raúl Arévalo) era una película salvaje y desnuda. En cambio, Un monstruo viene a verme (A Monster Calls, J. A. Bayona) me dejó algo frío, pero Los siete magníficos (The Magnificent Seven, Antoine Fuqua) me pareció un ejercicio muy digno. Tim Burton ha regresado a su universo habitual con El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares (Miss Peregrine’s Home for Peculiar Children) y Fernando Trueba se ha pegado un batacazo terrible con La reina de España, una película que convendría reivindicar aunque solo fuera porque recupera a los personajes de La niña de tus ojos (Fernando Trueba, 1998).
Despedí el año con dos series de HBO, The Young Pope, lo nuevo de Sorrentino, y la muy sofisticada Westworld, llamada a ocupar el vacío que deje Juego de tronos, pero el cine me dio títulos tan sólidos como Las inocentes (Les innocentes, Anne Fontaine), La llegada (Arrival, Denis Villeneuve) o Hasta el último hombre (Hacksaw Ridge, Mel Gibson). Ahora bien, debo confesar que La ciudad de las estrellas (La La Land, Damien Chazelle), ya en 2017, me ha ganado el corazón y que estoy dispuesto a quedarme a vivir en esa película junto a Ryan Gosling y Emma Stone. Gracias, Damien Chazelle.
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