Miradas sobre... 

Oppenheimer

EL DESTRUCTOR DE MUNDOS

Do people need a reason to do the right thing?
(Oppenheimer, 2023)

En la mitología griega, Prometeo fue unos de los primeros en desafiar a los dioses, robando el fuego del Olimpo. Es también una figura funesta, pues la ciencia y la tecnología que usó despojaron al hombre de su inocencia, lo que le trajo sufrimiento y desastres a la humanidad. Por eso, el nombre más apropiado para la biografía de J. Robert Oppenheimer era, sin duda, Prometeo Americano, el libro de Kai Bird y Martin J. Sherwin. Esta es la obra que el director de cine británico Christopher Nolan adaptó para hacer su película más grande hasta el momento, Oppenheimer (2023). Y el concepto de Prometeo está clarísimo en esta cinta, considerada por muchos la magnum opus de un realizador que nos ha sorprendido constantemente con su visión del audiovisual y sus obsesiones con la cámara.

Desde el comienzo entendemos que Oppenheimer (Cillian Murphy) es un hombre impulsivo, emocional y terco. Nos bombardean con imágenes de sus obsesiones, la mínima partícula del todo, como para darnos a entender lo que pasa por su cabeza y un recurso que me recordó a la cinta para televisión de Temple Grandin (Mick Jackson, 2010), convirtiendo las obsesiones de un personaje en algo audiovisual. ¿Será eso el «guion en primera persona» del que hablaba Nolan en entrevistas? Pero eso tampoco es nada novedoso… Quizás este director se está creyendo los elogios que han adornado su carrera. Claro que tiene de dónde, si vemos su filmografía… Está tratando de reinventar la misma rueda que, por ahora, sigue girando igual.

Durante la primera hora vemos una larga presentación del personaje: Oppenheimer viaja a Europa, aprende con los mejores y se convierte en uno de los más reconocidos en su campo, mientras en paralelo vemos su vida personal, sus amores con Jean Tatlock (Florence Pugh) y Kitty Puening (Emily Blunt), y muchos otros detalles, necesarios pero quizás aburridos para algunos, o agotadores para otros. Lo importante son los giros que da la historia y el recorrido en el que nos lleva, por eso Nolan decide recurrir a su vieja técnica de Memento (2000) y contar la cinta en dos tiempos que eventualmente se juntarán. La línea paralela es en blanco y negro, donde vemos principalmente el testimonio del almirante Lewis Strauss (Robert Downey Jr.) en una audiencia que se lleva a cabo en el futuro acerca de Oppenheimer.

Y finalmente llegamos al segundo acto, lo que ya se ha revelado desde el trailer: Oppenheimer va a construir una bomba nuclear por órdenes del gobierno de los Estados Unidos, su país. Porque los americanos siempre quieren ser los primeros en todo, hasta en destruir el mundo. La hacen, la prueban (no es spoiler, es simplemente historia de la humanidad), y es extraño que los personajes celebren la exitosa explosión de la bomba; por un lado, es el mérito del trabajo bien logrado, pero por otro, es el comienzo del fin mundo como se conocía antes. Estamos ante el orgullo americano ante la destrucción masiva, que es escalofriante. El lado de la guerra que gana, no el que sufre la desaparición de una ciudad entera. Vemos la arrogancia estadounidense, al creer que son los reyes del mundo y asegurar, por boca del presidente que los rusos «jamás podrán hacer su propia bomba». La historia se encargó de dejarlos callados.

La magnitud de la cinta, en todos los sentidos, es lo que la hace impresionante. La creación de sets para recrear la época, el despliegue de actores y el equipo de trabajo fantástico es evidente. Más allá de eso, puede pasar como una biopic más de un personaje muy importante para Estados Unidos y el mundo entero, que por primera vez se ve de esta manera en ficción. Es el relato de gran parte la vida de un hombre, con todas sus subidas y bajadas, con sus antagonistas claros, los obstáculos y su final bien contados.

Lo que la salva de caer en lugares comunes es el tercer acto, la manipulación política que vino detrás de la creación de la bomba. Como dice el personaje de Matt Damon, el general Groves, la bomba «les dio un as» a los estadounidenses, era cuestión de saberlo jugar… Y todos sabemos cómo terminó esa partida. Ahora le toca a Oppenheimer vivir una tortura emocional, el remordimiento por su creación y las imágenes que conflictuan su cabeza. La moral llega tarde. La bomba, en lugar de dejarlo ciego, le abre los ojos a lo que acaba de crear y al mundo en el que vivimos todos: desagradecido, manipulador, ambicioso… Pasó de héroe a mártir, el chivo expiatorio que perdió, un juguete más del gobierno norteamericano, el Prometeo que trajo sufrimiento y desastres al mundo por culpa de su invento.

Quizás nadie (o casi) en Hispanoamérica verá la película como Nolan la pensó, pues no abundan los teatros con las condiciones que él plantea para proyectar su adaptación de la vida de Oppenheimer. ¿Serán estas exigencias puros delirios de grandeza de las caprichosas decisiones artísticas de un director, una obsesión por el cine que solo en ciertos países se podrá disfrutar; o es esta otra idea brillante de uno de los directores más talentosos y arriesgados de nuestros tiempos? Lo que sea que haga parte de la fórmula Nolan, pues que la siga aplicando. Estas son las razones por las que se va al cine, por películas de esta magnitud, que solo en las salas de cine se disfruta en su máximo esplendor.

Quizás Coppola tenga razón cuando asegura que esta cinta y Barbie (Greta Gerwig, 2023) son las que dan inicio a “la nueva edad de oro” del cine, son las películas que mueven a las masas para que se desplacen a una sala de cine, paguen su boleto y vivan la experiencia. En la era de la piratería y la inteligencia artificial, cuando toda esperanza se está perdiendo, ¿será Nolan uno de los salvadores del séptimo arte como lo conocemos? Por ahora, lo que sí tiene asegurado es una colección de premios que empezará tan pronto como las huelgas en Hollywood terminen.

Trailer:

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