Críticas

La República al aula

La clase

Entre les murs. Laurent Cantet. Francia, 2008.

Un ojo para todos

El sistema panóptico fue creado por Jeremy Bentham en 1791 y aplicado a las prisiones permitía al vigilante observar a todos los prisioneros sin que ellos pudiesen saber si se les estaba vigilando o no.

Tal como señaló Michel Foucault en su libro Vigilar y castigar (1) dicho sistema no tardó en extenderse a otras instituciones sociales como el ejército, la sanidad pública o la educación.

PosterFoucault entendía que la institución educativa busca disciplinar el cuerpo y la mente de los alumnos para aclimatarlos a las dinámicas de poder que se establecen en la sociedad. De esta manera, la escuela se convierte en una de las grandes instituciones disciplinarias y un instrumento clave para reproducir las relaciones de dominación existente en la sociedad.

La película de Laurent Cantet me ha hecho recordar la teoría de Foucault en torno a la educación, ya que uno de los grandes núcleos funcionales de dicho film es la problemática de la disciplina y qué consecuencias acarrea en un entorno cerrado como la institución escolar.

El título original, Entre les murs, es más adecuado que el español ya que evoca mejor la sensación de aprisionamiento en la que viven tanto los profesores como los alumnos. En consecuencia, en ningún momento el espectador saldrá de la línea demarcada por el colegio y por la misma razón abundan los primeros planos que cierran el campo y por tanto permiten expresar mejor la impresión de cerco.

Además, Laurent Cantet solo hará uso de tres cámaras: una para captar al profesor, otra para captar a los alumnos y una tercera para captar todo aquello imprevisto que suceda en el ambiente (2). También en consecuencia se manejarán e interrelacionarán tres puntos de vista: el del profesor, el del alumno y el del propio espectador como invitado de piedra.

Intersección de formas encontradas

El largometraje ganador de la última Palma de Oro en el festival de Cannes, plantea un estado de cuestión en torno al sistema educativo francés. Para ello se toma como referente un colegio de una zona periférica y unos actores que parten de una estrecha conexión con el papel que interpretan. Asimismo, el actor que intepreta al profesor de lengua y tutor de los alumnos (François Bégaudeau) es el mismo creador de la novela que Laurent Cantet adapta.

No solo se establece una economía de medios para desarrollar el largometraje, sino que además, para perseguir la tan ansiada verosimilitud que André Bazin ansiaba en el cine, Laurent Cantent partió de talleres de improvisación, tanto para seleccionar a los actores como para vehicular y seleccionar las conversaciones y diálogos que se establecen en la narración. Por lo que indicar que ante este film se difuminan las barreras entre ficción y documental es quedarse corto.

Desde el Neorrealismo italiano, pasando por la teoría de Bazin, Europa sigue aunando esfuerzos en representar lo real de forma pausible a la pantalla. Como decimos, en una tendencia actual, la ficción abraza los recursos del documental borrando límites y fronteras, sin saber muy bien qué fue primero, si el huevo o la gallina.

Se muestran las situaciones con toda la complejidad con la que se presentarían en la vida cotidiana. Se respeta la ambigüedad de los hechos fenomenológicos. Se opta por el plano secuencia, y la cámara busca denodadamente simular el efecto que produciría si en su lugar fuese el ojo humano el que viese el hecho con barridos, desencuadres y desefonques. Se rehuye el posicionamiento argumentativo persuasor del documental y se estructura un compacto armazón narrativo con momentos de transición que culminan en un clímax. Sí, agazapado en la aparente sucesión de momentos dialécticos que parece el film, existe una presentación, nudo y desenlace, y por supuesto, un conflicto que se presenta como decisivo en las acciones de nuestro protagonista. Por lo que en cierta manera, estamos ante una reformulación del docudrama, donde en este caso el punto de partida es la ficción abrigando técnicas documentales y no al revés.

Porque hablar, se habla y mucho. Se plantean preguntas e interesantes debates que muestran puntos de vista opuestos, pero no se dan respuestas ni conclusiones (revísese al respecto las escenas en la sala de reuniones del profesorado). Eso en último término depende del espectador. Porque el film le interroga e interpela, haciéndole partícipe de lo que se discute en el film, de la misma manera que le pasó al personaje de Esmeralda cuando leyó La República de Platón.

Por ello, el largometraje se convierte en un ejercicio estimulante para el espectador, donde se busca promover la reflexión y el debate mediante la inmediatez y el verismo. De esta manera se fomenta la participación activa del espectador sin herramientas manipuladoras o tendenciosas, ya que el punto de vista del director se mantiene en un discreto (y esquivo) segundo plano.Así, se huye de soluciones dogmáticas que conviertan la película en un (temido) film de tesis, pareciéndose más a una clase magistral que a una ficción. En las antípodas de Crash de Paul Haggis (ídem, 2005).

No obstante, podría parecer una película excesivamente sofista y retórica si todos los diálogos, en apariencia inconexos, no estuviesen sustentados por un discurso y abrazados por una problemática común que los engloba a todos. Además se agradece que el film huya de sentimentalismos y melodramatismos muy dados en largometrajes contextualizados en ámbitos educativos.

El currículum oculto

En un sistema educativo francés que combina sistemas formales caducos como la obligatoriedad del alumnado de dirigirse al profesor como «usted» junto con figuras efectivas como la del director del colegio, entendido como gestor dedicado exclusivamente a la organización, dirección y control del centro (a diferencia del sistema educativo español donde el director comparte las funciones con las propias del profesorado), Laurent Cantet demuestra a través de su film la ineficacia del sistema educativo cuando el educando está en situación de riesgo de exclusión social.

Para mostrarla se sirve del manido choque entre el idealismo del profesor y el peso de la institución. Por mucho que el centro catalice los mecanismos democráticos de la sociedad, ante un agente conflictivo, únicamente se utiliza la estrategia de la manzana podrida. Es decir, la sacamos del cesto para ponerla en otro, olvidándose por tanto de dicha manzana. El profesor cuestiona la eficacia del consejo disciplinario cuando se interroga respecto al número de adolescentes que acaban en dicho comité y que no se salden con la expulsión. Respuesta: ninguno.

Y Souleymane no será la excepción. Porque dicho personaje no solo deja ver el fracaso de la institución, que no sabe aportar alternativas viables para canalizar la potencialidad positiva de los adolescentes más conflictivos, sino que además, evidencia el cuestionamiento de la propia actividad docente del personaje de François Bégaudeau cuando no ha podido detener el proceso punitivo, dejándose llevar por el hervidero emocional.

Su responsabilidad ante la institución no obstante queda eximida. Porque si se aplica la justicia es sólo a un nivel horizontal, nunca vertical, aunque el profesor haya sido parte integrante y participativa del conflicto. Que delegados de la clase guarden presencia en las evaluaciones que los profesores realizan de los alumnos, no deja de ser un aparente formalismo de igualdad. Ya que después no se sanciona la acción incorrecta del profesor de la misma manera que se hace del alumno. Quiero que se me entienda. No trato de decir que esté a favor de la punición, sino que las concepciones democráticas y de igualdad de derechos que parecen existir en la institución educativa no son llevadas hasta su extremo último, sino que parecen guardar más un signo de apariencia de ecuaminidad entre los diferentes agentes educativos.

Laurent Cantet, ya lo hemos dicho, no ofrece soluciones a dicha situación. ¿Quién podría? Pero sí desenmascara ciertos resortes que funcionan en la institución educativa que nos hacen pensar que las tesis de Foucault no quedan tan lejanas como en principio podamos creer.

Guste o no guste a los sujetos sociales representados en la dramatización que se realiza, si se alzó con la Palma de Oro en el festival de Cannes, en buena parte seguramente fue atribuido a la acertada plasmación del ambiente que se da en las dinámicas entre un profesor y sus alumnos. En las que ganar una batalla no significa ganar la guerra. En donde la capacidad negociadora y dialogante puede rápidamente perderse cuando en una interacción humana siempre juega una importancia capital el factor emocional. Ya no estamos ante la clásica relación entre autoridad y subordinados, donde los alumnos acatan con fe ciega la conducción pedagógica del profesor. El docente ahora debe negociar, poner a prueba sus capacidades argumentativas y persuasivas, aún cuando la discusión no llegue a buen puerto, desgraciadamente siempre se podrá recurrir a la fuerza de la potestad del cargo. Como así sucede en muchas discusiones entre profesor y alumnos por mucho que ese no sea el ideal pedagógico que mantenga nuestro protagonista. Y es que no lo olvidemos, somos humanos y como tales, podemos equivocarnos, perder la paciencia, dejarnos llevar por nuestras emociones o traicionar (o dejar que nos traicionen) nuestros ideales.

Ante la pregunta, ¿qué has aprendido este año? La alumna presente pero muda en todo el curso responde: Nada. Pero no de esta asignatura, del curso en general. Respuesta: Nada. No se podría establecer conclusión más demoledora.

(1). Foucault, Michel: Vigilar y castigar. Madrid. Siglo XXI de España, 2005.
(2) Extraído de declaraciones de Laurent Cantet a Gonzalo de Pedro y Carlos Reviriego, Cahiers du Cinema España, nº 19, Enero 2009.

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Ficha técnica:

La clase (Entre les murs),  Francia, 2008.

Dirección: Laurent Cantet

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