M. Night Shyamalan ya no es aquel prometedor escritor y director tan sorprendente como el de El sexto sentido (1999) o El protegido (2000). Mucho se lee por ahí que El bosque (2004) y La joven del agua (2006) fueron sus primeras películas menores, aunque desde aquí reivindicamos la maestría que se respira también en estos films: historias fantásticas y muy peculiares, que hacen volar a imaginación, incluso mucho más allá de lo que la realidad del film quería explicar. Su última incursión en el cine, Airbender, el último guerrero (2010), nos dejó sin palabras: no nos podíamos creer que hubiese tocado fondo de una manera tan espectacular.
Pero lejos de verse vencido por las críticas, Shylaman sigue con sus proyectos, y nos presenta The night chronicles, nuevo sello creado por el propio director y Media Rights Capital con el fin de producir toda una serie de películas con argumento sobrenatural, basada en historias de Shylaman pero escritas y dirigidas ahora por jóvenes promesas. Sin duda, un regalo seguro, más importante de lo que hubiesen imaginado nunca.
El primer film de esta nueva serie es La trampa del mal (Devil, 2010). Dirigida por los poco conocidos John Erick y Drew Dowdle y escrita por Bryan Nelson, cuyo trabajo más significativo -y alentador- fue el guión de Hard Candy (David Slade, 2005). La idea de Shylaman gira en torno a la historia de cinco personas, aparentemente desconocidas, que quedan encerradas en un ascensor. Lo interesante, claro, es que una de ellas es el Diablo... pero no sabemos quién.
El film empieza muy bien. Imágenes aéreas que nos permiten sobrevolar los grandes rascacielos de Filadelfia, ciudad en la que transcurre el relato, pero desde una perspectiva muy peculiar: la imagen está invertida. Aunque parezca que esto no debería provocar nada especial, la verdad es que sobrecoge muchísimo, porque nos hace ver que algo no cuadra, que algo extraño va a suceder. Acompañadas de la música de Fernando Velázquez (diría que lo mejor del film), esas imágenes son lo más destacable que ha conseguido el director.
Una voz en off nos sitúa en lo que vamos a presenciar: "Mi madre solía explicarme historias sobre el Demonio...", empieza a decir alguien, al que nunca conoceremos, pero que tampoco nos hace falta: su función es, exclusivamente, acompañarnos durante el transcurso del personal via-crucis que va a sufrir cada uno de los encerrados y darle pequeños empujones a la acción. Porque, aunque teóricamente esta voz debería introducirnos cada vez más en la historia, haciéndonos ver lo misterioso del asunto y captando nuestra atención, la verdad es que se agradece cada vez que se oye... significa que vamos a ver algo más, diferente, que nos mantenga un poco más atentos.
Y es que, ya desde el inicio, vemos que nos encontramos ante un producto de calidad menor, aunque con muy buenas intenciones. Lo previsible del guión (la historia es buena, pero Nelson le ha hecho un flaco favor: "El demonio lo tiene más fácil para entrar en nuestro mundo tras un suicidio"..., ¡por favor!) y las poco creíbles actuaciones de unos actores, más conocidos por ser secundarios en series o TV-movies, hacen que el interés del espectador vaya disminuyendo progresivamente de una forma tan exponencial que ni los sustos, ni los supuestos giros argumentales consiguen sacarle del letargo más absoluto. Todo esto teniendo en cuenta, claro, que gracias a Dios (o al Diablo) sólo dura ochenta minutos, que se hacen interminables. Quizá, sí podríamos exceptuar dos cosas: en cuanto a actuación, el trabajo de Matt Craven como servicial agente de seguridad, incluso -más justito- el de Chris Messina, que no destacaba desde su pequeño papel en A dos metros bajo tierra y que hace lo posible por hacer que el papel de pseudo-creyente, ex-alcohólico policía atormentado lleve el peso del desenlace. Por otro lado, la conseguida puesta en escena: no es fácil rodar en un lugar que debe verse lo suficientemente claustrofóbico como para hacernos creer que se trata de un ascensor real, y aún así que, en la mayoría de los encuadres, podamos ver a los cinco encerrados.
En cualquier caso, el resultado final es una pena, porque (y aquí es donde se nota más el sello Shyamalan) el uso de la religión como hilo conductor (si creemos en el Diablo, seguro que creemos en Dios), el hacernos pensar que el Demonio que aparece en el film se asemeja más al Dios justiciero/vengador de alguno de los pasajes de la Biblia que al ángel caído que actúa con maldad sin razón explícita -sólo por divertirse, o el darnos cuenta de hasta dónde puede llegar una persona, en este caso, sometida a presión y confinada en un lugar del que no puede escaparse (al fin y al cabo, todos tenemos la doble faceta bien/mal, sólo que una suele estar mucho más desarrollada que la otra)- podría haberse llevado mucho mejor a la gran pantalla.
La verdad es que si lo pensamos bien, el volcado que está haciendo Shyamalan en la promoción de este film le acabará haciendo un flaco favor. Es muy posible que no le ayude a salir de las arenas movedizas en las que ahora se encuentra, sino que le ahonde un poco más en ellas. Esperemos que la siguiente producción de The night chronicles sea más interesante. Por ahora, la recomendación básica es no gastarse dinero para ver esta TVmovie con pretensiones en la gran pantalla, mejor esperarse a que la pasen por la tele, es típico producto que será bien acogido con un visionado tirado un domingo por la tarde en el sofá, y poco más.
Ficha técnica:
La trampa del mal (Devil), EUA, 2010
Dirección: John Erick y Drew Dowdle
Producción: M. Night Shyamalan, Sam Mercer
Guión: Brian Nelson (historia de M. Night Shyamalan)
Fotografía: Tak Fujimoto
Montaje: Elliot Grrenberg
Música: Fernando Velázquez
Interpretación: Chris MEssina, Bojana Novakovic, Bokeem Woodbine, Caroline Dhavernas, Jacob Vargas
Trailer:
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