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El fútbol en el cine
No cabía la posibilidad de publicar un monográfico sobre el deporte en el cine en EEI sin aludir al más universal: el fútbol, una disciplina que, además de mover masas a lo largo y ancho del mundo, se ha erigido como la más prolífica en un medio, también de masas, como es el cine.
Debido a la gran cantidad de películas que abordan el balompié, si no como su tema central, sí como parte fundamental del marco de la historia, resulta muy complicado establecer un punto de partida exclusivo, elegir una película concreta para comenzar a repasar una extensa lista (en la que muchas obras se perderán por el camino), una introducción que no merecería ser tan representativa ni entendida como elemento aglutinador de un tema que no admite tal generalización, por la variedad de enfoques y subtemas que presenta.
Sé que suelo abrir estos repasos fílmicos basándome en un criterio histórico o cronológico y esta vez no será diferente. Pero, ahora el motivo es bien distinto. Una inmensa parte del (mal llamado por mí) “cine futbolístico” más digno es muy reciente, habiéndose producido casi en su totalidad a principios del siglo XX. Por ello, considero oportuno establecer un antecedente célebre a modo de paradigma histórico. Y no nos tenemos que ir más lejos de 1981 para hablar de la ya legendaria Evasión o victoria (Victory, 1981), un experimento informal, pero fructuoso, del gran John Huston. Con la II Guerra Mundial como trasfondo sociopolítico, el director norteamericano se saca de la chistera una trama algo disparatada, pero que triunfa en taquilla. Los altos jerifaltes nazis, con un soberbio Max von Sydow a la cabeza, deciden organizar un partido entre una selección alemana de fútbol en pleno auge y un grupo de prisioneros de un campo de concentración que mezcla en sus filas actores de la talla de Michael Caine o Sylvester Stallone con futbolistas reales haciendo sus pinitos en el celuloide, como son Pelé, Bobby Moore u Osvaldo Ardiles.
La línea natural de este discurso futbolístico en imágenes incluye, cómo no, una parada obligada en Inglaterra, país donde naciera el deporte rey a mediados del siglo XIX. Aquí, ya podemos empezar a distinguir varias tendencias definidas. Una de obvia calidad, representada por películas como The Damned United (Tom Hooper, 2009), que reconstruye un caso real, el conflicto ético de Brian Clough, un entrenador impetuoso e idealista, tras tomar el mando del mejor Leeds United de la historia, un equipo que ha logrado el éxito en la Premier a base de practicar antifútbol; mas no en el sentido de estilo feo por el que conocemos hoy este término, sino en su acepción agresiva, sobre la cual se apoya otra de las tendencias más notables, la que retrata una de las peores lacras del fútbol: el hooliganismo. A este respecto, existen unos cuantos filmes de dudosa validez y desmedido morbo, siendo dos de los más conocidos Hooligans (Green Street Hooligans, Lexi Alexander, 2005), que no puede ofrecer un actor menos apropiado para convertirlo en energúmeno (Elijah Wood), y I.D. (Philip Davis, 1995), que llega a incurrir en el género policíaco. Sin embargo, mi favorita en esta vertiente es Awaydays (Pat Holden, 2009), una cinta que, lejos de banalizar la violencia como una exclusiva respuesta al fenómeno deportivo, toma el auge del hooliganismo en los años 80 para definir un patrón estético y cuasi moral del movimiento.
No obstante, existe una tercera tendencia muy apreciable, la encargada de hacer del fútbol un instrumento para el cine social. Y qué mejor manera de ilustrar este apartado que citando una de las últimas obras de Ken Loach, Buscando a Eric (Looking for Eric, 2009), que utiliza como arma promocional y clave para el desarrollo del relato la figura del inigualable (tanto para lo bueno como para lo malo) Eric Cantona. El crack francés hace las veces de psicoanalista de su tocayo, Eric Bishop, un cartero divorciado, con dos hijos conflictivos y una hija que no le habla. Habiendo considerado el suicidio como la única solución eficaz para sus problemas, la fantasmagórica aparición de Cantona confirma la función del fútbol como panacea para los problemas del populacho. En la también británica Quiero ser como Beckham (Bend It Like Beckham, Gurinder Chadha, 2002), se vuelve a utilizar la imagen de un icono futbolístico, además de como reclamo publicitario, como instancia para la denuncia, en este caso de las configuraciones culturales que menosprecian a la mujer. Bajo el marco de estas mismas tradiciones misóginas se sitúa la sutil película iraní Offside (Jaffar Panahi, 2005), en la que se registran las atrevidas peripecias de unas muchachas aficionadas al fútbol que tratan de colarse en un partido de la selección nacional de su país, espectáculo solo apto para hombres en Irán. Pero la reivindicación social a través del fútbol en la gran pantalla no se limita al ámbito de la ficción, como cabría esperar. El documental Los dos Escobar (The Two Escobars, Jeff Zimbalist y Michael Zimbalist, 2010) indaga sobre una triste realidad: la silenciada interdependencia del deporte rey con el narcotráfico en Colombia, que se atreve a argumentar la sorprendente relación entre los asesinatos del famoso capo Pablo Escobar y el jugador de la selección colombiana Andrés Escobar.
El proceder documental más frecuente pasa por el retrato de determinados acontecimientos, interesantes por su relevancia histórica, o por un desconocimiento general que se pretende paliar. No obstante, también se dedican al estudio de las vidas de grandes iconos mediáticos y qué, si no, son los futbolistas. Seguramente Diego Maradona sea quien deba de atesorar más películas sobre su vida y milagros (existe una religión en torno a su figura), siendo la más célebre, por el caché de su realizador, Maradona por Kusturica (Emir Kusturica, 2008). Otra es Héroe (Hero: The Official Film of the 1986 FIFA World Cup, Tony Maylam, 1987), que recoge su asombroso ascenso a la gloria en los terrenos de juego durante el Mundial de México 86. Sus constantes polémicas, así como su trasmutación hacia el imaginario de la cultura popular, han terminado por hacer de su persona un tema recurrente incluso para las ficciones, como ocurre El camino de San Diego (Carlos Sorin, 2006), en el que un joven devoto del “Pelusa” decide emprender un viaje con el objeto de rendir culto a su ídolo, tras el internamiento en una clínica de desintoxicación del astro argentino, consecuencia de su conocida adicción a las drogas.
Cambiando de tema, tono y estilo, pero sin salir de la idiosincrasia latina, se pueden incluir en este análisis curiosos modelos como la comedia mexicana Rudo y Cursi (Carlos Cuarón, 2008), sobre dos hermanos con ambiciones de corte mediático, como las de ser cantante y futbolista, que les arrojarán hacia una insana rivalidad que también se aplica a la mucho más circunspecta Hermano (Marcel Rasquin, 2010), trágica cinta venezolana que vuelve a poner de manifiesto que el fútbol, además de enfrentar a los hombres, puede maridar sin disimulos con sus más bajos instintos.
España, tierra donde muchos consideran el fútbol un arte, y que cuenta con los dos mejores equipos del mundo en la actualidad, no iba a ser menos en lo que respecta a producción futbolística. La tradición costumbrista es la norma común por la que se rigen películas que retratan la amistad masculina (Días de fútbol, David Serrano, 2003), la delgada línea que puede separar al perdedor del héroe (El penalti más largo del mundo, Roberto Santiago, 2005), y la condescendencia hacia los árbitros (Matías, juez de línea, Santiago Aguilar y Luis Guridi, 1995; Salir pitando, Álvaro Fernández Armero, 2007). A colación de este último caso, cabe citar que Canal+ España produjo el documental El árbitro (Justin Webster y Erin Zapirain, 2009), que sigue la rutina del colegiado Miguel A. Pérez Lasa, haciéndose eco del fervor futbolístico desde la particular óptica del participante al que más se le exige y que, por contra, nunca es aplaudido.
Y para disponer un simpático colofón al artículo, me gustaría enumerar algunas de las cintas que, a mi juicio, constituyen verdaderas rarezas en la tarea de ilustrar el deporte que aquí nos toca, y que se oponen a la falta de originalidad de arquetipos como los que recoge la saga Goool! La película (Goal!, Danny Cannon, 2005), cuya segunda entrega fuera dirigida por el español Jaume Collet-Serra. La también española La gran final (Gerardo Olivares, 2006) globaliza la pasión por el fútbol a nivel internacional, a través de un mismo acontecimiento, la final del Mundial de Corea y Japón de 2002; un cruce de historias transfronterizas que también refleja Galatasaray-Dépor (One Day in Europe, Hannes Stöhr, 2005), bajo el utópico marco de una final de Champions League disputada por los dos equipos del título. Pero, sin duda, la palma de excentricidades se la lleva la cinta hongkonesa Shaolin Soccer (Siu lam juk kau, 2001), del maestro de la comedia asiática Stephen Chow, que combina con habilidad los códigos del balompié filmado con la estética coreografiada de las artes marciales, en un claro homenaje a míticas series del anime japonés como Bola de Dragón (Dragon Ball) y Campeones (Captain Tsubasa). En definitiva, un cine que muestra otra versión del fútbol, aunque nunca deja de compartir con el deporte que lo sustenta la innegable capacidad de emocionar a su público.