Críticas

Viaje al subconsciente infantil

Ponyo en el acantilado

Ponyo. Hayao Miyazaki. Japón, 2008.

La principal ventaja del cine de animación frente al cine real consiste en que el dibujante o animador puede conseguir exactamente aquello que se propone, si su talento se lo permite. Ha de tener en mente una «visualización» concreta de cada elemento del film y plasmarla tal y como la ha concebido, obteniendo una expresión definida que, por otra parte, los actores de carne y hueso, nunca podrían satisfacer. Bajo esta consigna, hace único e irrepetible cada uno de sus trabajos el genio de la animación japonesa, Hayao Miyazaki, que de nuevo vuelve a dejar fluir su ingenio surreal, a cuya inspiración no contribuyen ni la televisión, ni internet, ya que no usa ninguno de los dos medios. El director del Studio Ghibli desenvuelve su labor en un universo tan cerrado y personal que reconoce no haber visto siquiera las modernas películas de PIXAR.

Ponyo en el acantilado es una obra de gran madurez pero con el alma inocente de un niño, particular seña de la obra de Miyazaki. El universo colorido y mágico que se extiende ante nuestros ojos consigue llenar de ilusión hasta a los más apáticos. La extraña y atrayente historia nos presenta a Sosuke, hijo de un marinero de alta mar que vive con su madre en el faro de un acantilado. Un día, encuentra entre las rocas un pequeño pez rojo al que decide llamar Ponyo. El cariño que desepertará en el animal su nuevo dueño, le hará desear convertirse en humano.

El argumento, que nos suena, viene a ser una revisión moderna del popular cuento de La sirenita de Hans Christian Andersen, que Disney animara en 1989, en la que fuese la última película de la factoría dibujada a mano. Dije moderna, debiendo haber dicho singular, pues el peculiar imaginario fantástico que caracteriza la obra de Miyazaki no se echa en falta. Y tampoco es que la producción sea novedosa en cuanto a la técnica: sabemos que el director nipón no gusta de emplear la tecnología puntera, tan habitual hogaño en su oficio. Para este anime, de estética impecable, sólo empleó unas acuarelas que, eso sí, tienden a retroalimentarse de un no disimulado acercamiento a las tres dimensiones en los magníficos juegos visuales de luz y sombra (como en la espectacular, a la par que tenebrosa, agitación del agua en las constantes subidas de marea).

Así pues, cabe resaltar el derroche de belleza poética de algunas secuencias. Opuesta y ajena a la realidad cotidiana existe una vidaImage 2 marina rítmica y armoniosa, acompañada por la dulce cadencia de composiciones orquestales oportunamente salpicadas con coros. El microcosmos de pintoresco surrealismo en el que Miyazaki sumerge al espectador de sus películas suele venir repleto de una multitud de seres de rasgos asombrosos, una fauna entre mítica y onírica. Pensemos en los personajes de Ponyo…. Se podría intuir que, mediante algún misterioso y complejo artefacto, estas criaturas fueron extraídas del subconsciente de un niño mientras dormía. Pero, la concepción que presenta esa mente, poco o nada simple, del mundo donde habitan, ni se aproxima a las ideas ingenuas de un crío de cinco años. Sea de donde sea, terminan apareciendo esos muñecos graciosos a la par que sospechosos, de aptitudes extraordinarias -denominados totoros en la jerga de Ghibli-, cuya primera impresión nos hace posicionarnos en algún lugar difícil de precisar dentro de la barrera que separa lo tremendamente cursi de la horrorosa adoración. Esto hace creer que el principal propósito de los realizadores de animación actuales sea crear el personaje que cause mayor repeluco -ya sea del bueno o del malo-.

Es normal que, tratándose de una fábula dirigida al consumo infantil -sin que nos sintamos ofendidos la inmensidad de creciditos que ya la vimos-, tanto la historia como los personajes se muevan dentro de un conglomerado de mitos y relatos ancestrales. La inmediata, y ya citada, comparación con La sirenita de Disney deja constancia de que la magia en el mar plantea en la cinta japonesa una seriedad y una ruptura con la verosimilitud más elevadas que las de su predecesora. No son sino un par, de la numerosa lista de motivos que contribuyen a ampliar el público objetivo del film. Otra relación con los relatos populares la conforma la inclusión de la, repetida hasta la saciedad y siempre socorrida, conspiración para la dominación del mundo dentro de las aspiraciones ambiciosas del antagonista. Como una respuesta reparadora, se alude a la teoría de Gaia (como ya se hiciera en Nausicä del Valle del Viento) con la intervención de la madre naturaleza a tan desmedido anhelo.

Siendo inevitable seguir considerando esta película, no como un producto individual, sino como parte de una obraImage 5 integradora, hablemos ahora de la sensatez y buen criterio de Miyazaki. Aplicada en la mayoría de sus trabajos (El viaje de Chihiro, Kiki’s Delivery Service, La Princesa Mononoke, El castillo ambulante,…) la figura del héroe protagonista está, una vez más, encarnada en un personaje femenino que emprende su personal viaje iniciático para luchar contra las fuerzas del sino, con el fin de cambiar su suerte. En Ponyo, estas fuerzas ponen de manifiesto la superioridad de la mujer sobre el hombre a próposito, al estar comandadas por un caudillo marino maquiavélico pero inepto, subordinado de la diosa de los océanos, divinidad cabal y justa (la obligatoria presencia de la providencia también supone un peculiar distintivo del cine del maestro japonés).

El objeto final del film es un didactismo instructivo colmado de los valores que debieran predominar en la infancia, por un lado, junto a la exaltación del amor mediante un atrevido romance entre menores, por otro, que trata de reclamar la aceptación del espectador adulto en una sociedad tan censora como la oriental -que casi con toda seguridad interpretó como fraternal aquel «desviado» cariño-. Por si fuera poco escándalo, la relación de los padres de Sosuke, que no pasa por un buen momento, se muestra con una inaudita explicitud para una cinta de dibujos. Aunque, en un nuevo juego ambiguo de la corrección, hasta los rasgos negativos de la pareja, de la que apenas conocemos más que la temeridad e inconsciencia de la madre y la ausencia permanente del padre, parecen autosubrayarse para apuntar hacia las taras a evitar en la vida conyugal.

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Ficha técnica:

Ponyo en el acantilado (Ponyo),  Japón, 2008.

Dirección: Hayao Miyazaki

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