Investigamos
Acercándonos a los mejores músicos a través del cine
Cómo no, la primera película sonora, El cantor de jazz (Alan Crosland, 1927), convirtió un musical de Brodway a la gran pantalla, en la que se explicaba la historia de un chico de New York que se traslada a Los Ángeles en busca de fama como cantante de jazz. Así, y aunque se tratase de una ficción, el primer film sonoro también es el primero que habla de la vida de un músico…
Y es que, verdad o ficción, sí es cierto que para los amantes de la música, el bioptic es otra forma de entender la estrecha relación existente entre música y cine. Porque detrás de un buen film siempre hay un gran compositor. Así que, detrás de un gran compositor… ¿por qué un mejor film?
El subgénero de biopic musical cogió especial relevancia a partir de los años 80, cuando una sorprendente -y en poco tiempo convertida a de culto-, Amadeus (Milos Forman, 1984) irrumpió en los cines con tal fuerza que hizo reconsiderar el interés del gran público por este tipo de films. Y es que, ¿quién iba a esperar que la vida de Mozart, aderezada con la supuesta historia de celos de Salieri, fuese de interés general? Porque, aún suponiendo que las biografías fuesen de interés… ¿la de un músico clásico? Sean cuales fuesen las razones, sí es verdad que Forman consiguió un film redondo, tanto a nivel narrativo (estupendos flashbacks de Salieri que recuerda la humillación que sufrió por parte de Mozart, tanto a nivel personal como profesional) como de puesta en escena, lo que le valió llevarse ocho de los trece Oscars a los que estaba nominada. Dato curioso: la canción «Rock me Amadeus» de Falco, inspirada en el film y que llegó rápidamente al número uno de las listas estadounidenses, volvió a poner de moda dos años después de su estreno la película de Forman.
Tras esta inyección de popularidad para el género, otros biopics se dieron lugar en los siguientes años (centrados ya en músicos contemporáneos: estrellas del rock, pero sobre todo del jazz) y, desde entonces, aunque a cuentagotas, no ha habido década en la que no se hayan realizado como mínimo -y para alegría de muchos- tres o cuatro films sobre la vida de músicos.
En 1987 se estrenaba otro éxito mundial, La Bamba (Luis Valdez). Curioso fenómeno, ya que, a diferencia de Wolfgang Amadeus Mozart, pocos sabían decir con seguridad quién fue Ritchie Valens. Seguramente, el film consiguió un tremendo resueno por lo pegadizo que era su tema principal, La Bamba, y también por explicar la historia de un muchacho que, surgido de la nada, consigue un espectacular éxito, únicamente truncado por el mortal accidente de avión que acabó sufriendo.
Sólo un año después, en 1988, Clint Eastwood se atreve a contar la historia de Charlie Parker (interpretado por un Forest Whitaker en estado de gracia), el genio del jazz que siempre vivió a caballo entre su éxito y sus adicciones (Bird). El film fue muy respetado por la crítica, aunque no tuvo el respaldo del público, quizá porque en esa época aún se veía a Eastwood con más posibilidades como actor que como director -y más, en pleno estreno de la última de Harry el Sucio-, quizá porque el tono intimista y más centrado en la música que en el personaje no era del gusto de todos.
En la realización de un biopic podemos encontrar estos dos enfoques: el que narra la vida de alguien real, pero que se centra en su historia personal, más que en lo que llegó a aportar al mundo musical, y el que profundiza en por qué la música de tal o cual compositor fue un éxito, relacionándolo con su carácter, con su forma de ver la vida. Así, a los que les gusta más el primer estilo, pudieron disfrutar de films como Gran bola de fuego (Great Balls of Fire!, Jim McBride, 1989), que se focaliza en la apasionada y nada convencional vida -y menos en los años 50, dentro de la puritana sociedad estadounidense- de Jerry Lee Lewis, más que en el aporte musical que nos legó (de no haber sido por tanto escándalo, hubiese llegado a ser un serio rival de Elvis Presley). Otros del estilo son las más bien entretenidas En la cuerda floja (Walk the line; James Mangold, 2005), que aunque estuvo nominada a varios Oscars, únicamente Reese Witherspoon se llevó uno (¿por ser la niña bonita de Hollywood?), el de mejor actriz principal, obviando el gran trabajo de Joaquin Phoenix como Johnnie Cash (por nuestros lares tuvo mucho menos éxito, básicamente, porque el country no es un estilo de música que fuera de los Estados Unidos tenga una gran repercusión); o Dream Girls (Bill Condon, 2006) sobre el trío Dreamettes -The Supremes-, que tampoco aporta demasiado al género.
En el otro extremo, con una base muy fuerte en la personalidad y creación del músico, podemos encontrar grandes films que se han llevado el respeto de la crítica pero, de nuevo, no del gran público. Encontramos biopics como Shine (Scott Hicks, 1996), que narra la historia del esquizofrénico pianista David Helfgott y que consiguió el Oscar al mejor actor para Geoffrey Rush; Ray (Taylor Hackford, 2004) o, por supuesto, la genial The Doors (Oliver Stone, 1991), con un desenfrenado Val Kilmer -cantante real en la BSO-, que nos hizo ver cómo la fama puede influir tan negativamente en una persona. También en este apartado de imperdibles del género sumaríamos De-lovely (Irwin Winkler, 2004), sobre el compositor Cole Porter, que aunque no sea una maravilla cinematográfica, sí reúne una serie de números musicales envidiables (entre ellos, la aparición de Alanis Morissette), y el drama Beyond the Sea, dirigida e interpretada por el polifacético Kevin Spacey en 2004 sobre Bobby Darin, ídolo de adolescentes americanas en la década de los 50.
Por último, saliendo un poco del clásico biopic musical se han realizado últimamente tres incursiones en el género, que son de lo más destacables. El Last Days de Gus Van Sant (2005), que se centra en el último día de vida de Curt Cobain -bueno, de Blake-, líder de Nirvana, y que nos muestra el carácter entre infantil y autista de este genio del grunge; I’m not there (Todd Haynes, 2007), que explica las diversas facetas del poco convencional Bob Dylan, a través de pasajes inventados de su vida, que llegan a interpretar hasta seis actores diferentes; y Control, del aclamado Anton Corbijn (2007), que nos invita a conocer, desde una perspectiva muy especial, a Ian Curtis, líder del grupo de culto Joy Division, padre o directa influencia de nuevas bandas del momento como New Order o The Smiths.
Pero no podemos dejar esta revisión acerca de los musicales, sin tener en cuenta dos de los mejores (y muy diferentes entre ellos, por otra parte) films sobre los sellos musicales que encumbraron a estos talentosos músicos. El primero, un film que tuvo muy poca comercialización en nuestro país y que, sin embargo, era toda una oda a los años dorados de la música negra en los Estados Unidos de los años 50, Cadillac Records (Darnell Marton, 2008). El él se explican los problemas y el éxito final que tuvo Chess Records, la marca discográfica que apostó por talentos como Chuck Berry o Etta James. El segundo, uno de los mejores proyectos de Michael Winterbottom junto al cómico Steve Coogan, 24 hour party people (2002), en el que se presenta el surgimiento y caída de Factory Records, famosa por haber apostado en los años 70 y 80 por nuevos grupos como Joy Division, New Order o Happy Mondays.
Nota: Hemos dejado de lado aquí aquellos films que podrían considerarse del género «biopic-ficciones», es decir, historias que están narradas como biografías, pero que no son reales. No se han querido desmerecer, pero están dirigidas a un público muy especial: a los que nos gusta tanto la música, que nos da igual de quién nos hablen. Buenos ejemplos tendríamos en Los fabulosos Baker Boys (Steve Kloves, 1989), That Thing you do! (Tom Hanks, 1996), Velvet Goldmine (también de Todd Haynes, 1998), uno de los pocos directores que se han atrevido a repetir en el género y que consiguió con este film que muchos redescubriésemos lo que podía aportar al panorama del momento; Corazón Rebelde (Crazy Heart; Scott Cooper, 2009) o incluso la que podría considerarse madre de todas ellas, la irreverente The blues brothers (John Landis, 1980). Además, y como mezcla entre realidad y ficción, también tenemos la supuesta historia del rapero Eminem (8 mile; Curtis Hanson, 2002), interpretada por él mismo y que fue todo un éxito de crítica y público.
Sean o no reales, cumplan o no con la definición del subgénero, la verdad es que todas son igual de interesantes de ver para un espectador al que, por encima de todo, le guste tanto el cine como la música. Y es que la música ha estado ligada al cine desde el primer momento en que el séptimo arte se proyectó en una sala. Los films mudos se amenizaban con partituras escritas para la ocasión o con fragmentos de óperas famosas; los sonoros han ido variando su uso de la música, conviertiéndola en aspecto central del film, en puro acompañamiento o en elemento estratégico para la correcta comprensión de la historia… detrás de todas esas composiciones, con mayor o menor resonancia, siempre encontraremos a un músico. Un músico con una historia. Qué mejor forma de darle un tributo que rodando su vida y ver que, tras tanta genialidad, también son personas como nosotros.
Fuentes:
www.imdb.com
www.wikipedia.es
Chion, Michael; La música en el cine (1995, ed. Paidós)