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Mystic River: Huyendo de los lobos

Siempre me ha fascinado lo relacionado con el robo de la inocencia. Es el crimen más horrible, sin duda un pecado capital, en el caso de que existan. Todo lo relacionado con los delitos contra los niños es algo que me parece muy duro. Eso fue precisamente lo que me atrajo de esta historia: el hecho de que todo retorna en la edad adulta y siguen sucediendo cosas por todas partes. Me gustó la historia y pensé que tenía que hacerla.

Clint Eastwood sobre Mystic River (*)

Se dice que, a veces, con ver un solo plano de un film basta para reconocer al autor que hay detrás. Con más de ochenta años y una vida entera dedicada al séptimo arte, Clint Eastwood ha conocido casi todas las etapas del cine norteamericano y hace tiempo que logró que sus películas sean reconocibles. Son muy pocos los privilegiados que gozan del apoyo incondicional de la industria hollywoodiense a la hora de sacar adelante proyectos personales, logrando la mejor conjunción entre una mirada autoral y un entretenimiento masivo. Sin embargo, no fue fácil cosechar este éxito para el intérprete que encarnó tanto al hierático hombre sin nombre como al despiadado Harry Callahan. Aún teniendo mentores de la talla de Don Siegel o Sergio Leone, la aprobación de la crítica llega tarde, concretamente cuando se despoja del todo de su papel de Harry el sucio. Allá por los ochenta, con cintas como El aventurero de medianoche (Honkytonk Man, 1982), El jinete pálido (Pale Rider, 1985) o Bird (Bird, 1988), es cuando el mundo empieza a fijarse en él. A partir de aquí la carrera de Eastwood como director despega y, a pesar de seguir haciendo algunas películas de encargo, lo cierto es que nos regala joyas de la talla de Sin perdón (Unforgiven, 1992), Un mundo perfecto (A Perfect World, 1993) y Los puentes de Madison (The Bridges of Madison County, 1995). Para principios de siglo, la gloria del cineasta es innegable. Será en esta época cuando dirija la película y la escena que hoy nos ocupa.

Estrenada en el año 2003, multitud de premios certifican que Mystic River es un film que merece la pena ver. Entre estos premios está el Oscar al mejor actor de reparto que se llevó Tim Robbins. Su interpretación de Dave Boyle, un atormentado padre de familia que se ve envuelto como sospechoso en la investigación del asesinato de una joven, dejó momentos destacables. Una de estas escenas tiene lugar aproximadamente a la hora de metraje, con el cadáver de la joven asesinada aún caliente en la morgue, Dave acuesta a su hijo con la cara prácticamente a oscuras y la mirada perdida. Seguramente este sea uno de esos memorables planos que nos indican lo que antes hemos mencionado, que un autor irrepetible con su peculiar manera de entender y hacer cine está detrás de la cámara. Con un tratamiento de la luz propio de la vertiente más clásica del director, la imagen del actor Tim Robbins fácilmente nos recuerda a un lobo. Mediante la iluminación, además de echar un manto de sospecha sobre el personaje, se intenta manifestar su lado más oscuro. Cargada de simbolismo, esta metáfora visual coincide con la historia que el mismo Dave le está contando a su hijo.

—Porque a veces el hombre no es un hombre. Es un niño. Un niño que ha escapado de los lobos, un animal de las sombras. Invisible, silencioso, que vive en un mundo que nadie ha visto jamás. Un mundo de luciérnagas. Vistas sólo como un fulgor por el rabillo del ojo, desvaneciéndose al tiempo que vuelves la cabeza.

Dave (Tim Robbins, en Mystic River, de Clint Eastwood).

Basada en una novela del escritor Dennis Lehane, Mystic River trata varios temas. Entre ellos están la amistad entre hombres (con sus solidaridades y traiciones), la niñez, la culpa, los remordimientos y las secuelas que dejan las viejas heridas.

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Sin embargo, en esta escena, y en el personaje de Dave en concreto, se hace especial hincapié en el mandato norteamericano por excelencia: sobrevivir, cueste lo que cueste. Con un modelo económico  y social que aboga por la supervivencia del más fuerte/poderoso, es una máxima intrínseca de la sociedad norteamericana. El pueblo de las periferias de Boston donde transcurre la acción no es tierra para débiles. Es por eso que uno de los amigos de Dave, Jimmy, sobrevivirá, dejándosele abierta la posibilidad de dirigir el destino del barrio. Él es el tipo de hombres que el sistema necesita. Dave, por otro lado, no correrá la misma suerte. Es débil, se siente como un niño que ha crecido en las sombras, huyendo cada día de un acontecimiento pretérito que le atormenta.

Desquiciado por su pasado, angustiado por la parte de él que nunca escapó de sus secuestradores, a Dave le horroriza que llegue el día en que toda la rabia que anida en su interior se revele violentamente contra el mundo. La víctima tiene miedo de convertirse en verdugo, teme convertirse en un lobo. Únicamente se atreve a hablar de su pasado con su hijo, contándole en forma de cuento su infausta hazaña. Al igual que Sean y Jimmy, Dave no vencerá a sus demonios. Se trata de un antihéroe, víctima desde un principio. También será testigo de la muerte de Katie, verdugo (post mortem) del pederasta y, finalmente, víctima de nuevo. Irreparablemente marcado por lo que pasó, nunca volvió a ser el mismo. La apática y desequilibrada interpretación de Tim Robbins representa a un hombre que no es más que una sombra de lo que pudo haber sido. Incluso sus manos grabadas en el cemento no quedarán igual que las de sus dos amigos.

Para perfilar y mostrar el estado mental de un protagonista tan trastornado como Dave, Clint Eastwood se decanta por la sencillez que tanto caracteriza a su cine. Aquí no habrá ni planos tomados cámara en mano ni edición para transmitir la inestabilidad del personaje, simplemente la iluminación apropiada y un breve flashback clásico y efectivo serán suficientes. Joel Cox, montador habitual de las cintas de Eastwood dice lo siguiente acerca de la forma de iluminar del cineasta: “… Si rodáramos en esta habitación, con todas esas zonas de sombra, sobre los rostros, en los decorados, Clint preferiría jugar con estos contrastes. Hay directores de fotografía que quieren iluminarlo todo. Pero Clint no quiere para nada que se vea todo”(**). Se trata, nada más y nada menos, que de arrojar luces y sombras sobre uno de los personajes. Y lo hace tanto literalmente como simbólicamente, ya que gracias a ello, acto seguido Dave se convierte, a los ojos del espectador, en sospechoso de una muerte que no ha cometido.

Escenas como esta sitúan a Clint Eastwood muy cerca del cine clásico, pero también del contemporáneo. Dicha actualidad se aprecia en los temas que suele tratar. Muy dado a hablar sobre la sociedad norteamericana y poniendo en la palestra un pequeño pueblo de la periferia de Boston, Mystic River indaga en los mitos fundacionales de los Estados Unidos de América para hacer una profunda reflexión sobre el origen de la violencia, concretamente sobre aquella violencia que el pueblo norteamericano ha pasado por alto tanto tiempo. ¿Es justificable la violencia en algún caso? Y, ¿estamos dispuestos a consentirla? La respuesta de Eastwood es clara y no le tiembla el pulso al afirmar que la nación la consiente trágicamente. El resultado es un pueblo con muchos trapos sucios que esconder y un río con infinidad de cadáveres bajo sus turbulentas aguas. Al igual que el Mystic, Dave es una persona tranquila, pero solo en apariencia. Dentro de él se esconde un monstruo, inestable y rabioso. Es por eso que en la penumbra, su rostro es sólo iluminado parcialmente, sus ojos brillan como los de un lobo y su cara se alza al cielo.

—Tengo que tranquilizarme, tranquilizarme. Tengo que conseguir dormir. El niño volverá a su bosque, volverá a sus luciérnagas.

Notas:

(*) Las palabras de Clint Eastwood pueden encontrarse en libro Clint Eastwood. Una retrospectiva, Richard Schickel, 2010.

(**) Las palabras de Joel Cox, por otro lado, pueden encontrarse en el libro sobre Clint Eastwood que publicó Cahiers de Cinéma: Clint Eastwood, Bernard Benoliel, 2007.

 

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2 respuestas a «Mystic River: Huyendo de los lobos»

  1. Creo que muestra una cruda realidad que se ha manifestado desde la primera muerte. La injusticia de la muerte de quién merece vivir y de la vida de quien no la merece

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