El espectáculo más bello del mundo

Por Joaquín Juan Penalva

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Corteo, uno de los espectáculos del Circo del Sol que ha visitado España durante este verano (el Grand Chapiteau se ha instalado en Valencia y Alicante, y ahora mismo se encuentra en Sevilla, antes de partir hacia París y regresar a Barcelona), es, sin duda, una arriesgada propuesta estética, ya que parece dar forma a un universo típicamente felliniano poblado por una particular troupe de artistas entre los que encontramos acróbatas, malabaristas, músicos, arlequines, equilibristas, gimnastas, payasos... e incluso enanos y gigantes. Lo que se ofrece al espectador, en definitiva, es un mundo mágico, pero desde un punto de vista nostálgico, ya que esa forma de vida prácticamente se ha extinguido, ha ido desapareciendo junto a los personajes del circo tradicional.

Mauro (Mauro Mozzani), el Payaso Soñador, actúa a modo de hilo conductor de toda la historia; así, cuando está postrado en el lecho, sueña con su propio funeral. Como no podía ser de otro modo, ese cortejo fúnebre (de ahí procede el título del espectáculo, dirigido por el clown Daniele Finzi Pasca) lo conforman los mismos personajes que lo han acompañado durante su vida, esto es, los habitantes del circo. Corteo ofrece un total de veinte números distintos, pero todos ellos unidos por el motivo ya mencionado; el protagonismo, como no podía ser de otro modo, recae sobre los payasos.

En realidad, toda la función podía haberse extraído de una película de Fellini, y en ella aparecen todos esos personajes tan del gusto del director de Rimini. Lo que hacen los artistas de Corteo es darle forma a un sueño, y lo logran de una forma espectacular e inolvidable. Es, quizás, el más circense de todos los montajes de la compañía canadiense, pero también el más teatral y narrativo. La pista circular, además, se encuentra atravesada por un pasillo sobre el que cae un doble telón repleto de ángeles, de manera que hay público a un lado y otro de la pista, lo que genera un interesante juego de espejos que permite a los espectadores, no solo contemplar los números, sino verse reflejados en los rostros que tienen enfrente.

Hay en Corteo algunos números inolvidables, como cuando Mauro aprende a volar con unas alas que le entrega su ángel de la guarda, o cuando el Payaso Blanco (Juraj Bencik) cruza boca abajo el escenario con dos candelabros, haciendo un ejercicio de equilibrismo invertido. Y luego está Victorino (Victorino Antonio Luján), el gigante, y Grigor (Grigor Pahlevanyan) y Valentyna (Valentyna Pahlevanyan), los enanos que recrean Romeo y Julieta en su Teatro Íntimo, un escenario en miniatura, casi de marionetas, colocado en mitad de la pista. Tampoco podemos olvidar el momento en que Mauro cruza el escenario con una bicicleta que surca el aire.

El Circo del Sol ha creado un particular Paraíso en el que no faltan los ángeles, algo que, sin duda, le habría encantado a Federico Fellini, quien, a lo largo de toda su filmografía, sintió una especial predilección por todos esos feriantes, titiriteros y gente de la farándula. Son personajes que aparecen ya en su primera película, Luces de variedades (Luci del varietà, 1950), pero también en El jeque blanco (Lo sceicco bianco, 1952) y La strada (1954), aunque su mayor homenaje al mundo del circo fue el documental I Clowns (1970), rodado para la televisión italiana, en el que participaron todos los grandes payasos italianos y franceses del momento: Riccardo Billi, Tino Scotti, Fanfulla, Dante Maggio, Galliano Sbarra, Nino Terzo, Giacomo Furia, Carlo Rizzo, Gigi Reder, Alvaro Vitali, los Hermanos Fratellini, Charlie Rivel, Alex, Bario, Georges Loriot...

gigante y enanosEl funeral soñado por Mauro no le hubiera disgustado a Fellini, ya que en Corteo los sueños se mezclan con los recuerdos y con la infancia. Como afirma Line Tremblay, la directora de creación, todo el espectáculo es "una conmemoración de la vida". Habrá quien, al contemplar Corteo, sienta lo mismo que sintió Fellini la primera vez que fue al circo en su ciudad natal, cuando era niño. En realidad, detrás de toda función de circo late una honda tristeza, sin que sepamos exactamente por qué; las risas, poco a poco, se van convirtiendo en lágrimas, y experimentamos un inconfundible sentimiento de nostalgia, y estamos contentos de sentirnos tristes. Puede que el circo ya no sea el mayor espectáculo del mundo, pero sigue siendo el más bello.


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