Críticas
La angustia, bella y traicionera
Anticristo
Antichrist. Lars Von Trier. Dinamarca, 2009.
Tras la escandalosa y negativa respuesta de la crítica en Cannes y la posterior arrogancia provocativa de la que tanto gusta hacer gala Lars von Trier frente a la prensa, el estreno de Anticristo se ha valido de una polémica promoción para poder llenar sus pases tanto por devotos como por detractores del danés. Ya sabemos que, filmografías tan excéntricas como la suya, o se aman, o se odian. ¿De parte de quién estamos?
Un prólogo en blanco y negro en slow motion acompañado de la ópera Lascia ch’io pianga de Händel muestra la convivencia entre la belleza del placer y el horror de la tragedia. A continuación, una narración dividida en capítulos -como suele ser habitual en los films de Von Trier-, da paso a la decadencia mental más absoluta de los personajes, contando en tres etapas el descenso al averno de la mente humana: desconsuelo, dolor, desesperación. Si bien es cierto que el film es desagradable y exageradamente violento, en este aspecto logra su objetivo de una muy buscada explicitud visual.
No es necesaria tanta artificiosidad para contar de manera original la vulgar historia de un anónimo matrimonio atormentado. Michael Haneke, por ejemplo, sería la antítesis de Von Trier con El séptimo continente pues, de la noche a la mañana, se fraguó en su pareja un inesperado cambio que percibimos como una alteración irracional. El danés, por su parte, justifica la transformación anímica desde la óptica de la psicología moderna a través del personaje de Willem Dafoe, que propone a su mujer -una Charlotte Gainsbourg que instala en el cuerpo, a base de reacciones impulsivas, una auténtica sensación de pánico, superior aún al rictus imperturbable de Dafoe- una terapia de choque, con el fin de enfrentarse a sus propios fantasmas. Se trata de una idea que contextualiza con precisión la situación psicológica inicial de los personajes, pero no deja de ser la arriesgada introducción de una licencia de origen médico: sólo podría ser juzgada por un especialista de la mente que, una vez revelada la intención del metraje, habría de interpretar si tamaño atrevimiento responde a algún sentido lógico.
En realidad, lo más reseñable de Anticristo es la constatación de una traición de Lars Von Trier hacia su público y hacia sí mismo. Expliquémonos por partes. La terapia conyugal se vuelve molesta, e incluso soporífera transcurridos unos minutos. No teniendo suficiente con ello y tratando de remontar el vuelo, el cineasta termina desvariando, al intercalar elementos demoníacos, satánicos, todo un conjunto de ancestral esoterismo en forma de rituales, que no hacen sino empantanar una realidad falseada despistando con firme perseverancia al espectador.
Es precisamente aquí donde reside la trampa. Toda la película es un intento de engaño, de hacer creer en una presencia sobrenatural que no existe más que en lo más profundo del instinto de supervivencia humano. Las personas necesitan aferrarse a alguna convicción sólida para combatir la adversidad. Y si sólo cuentan con una sospecha frágil y vaga, han de encontrar el camino de asentar esta idea en su cabeza. Así, cualquier fenómeno paranormal podría tener explicación desde la perspectiva de la naturaleza humana. El título Anticristo es, pues, cómplice de la mentira.
Tampoco está bien definida la cuestión del género. Lo que se ha vendido como una cinta de terror es, más bien, un drama pasado de rosca, teniendo en cuenta los excesos de los protagonistas. Al género de terror, le han agregado la coletilla «psicológico». Es por todos conocido que esta especificación se emplea para subrayar aquellas películas que aluden directamente a la perturbación mental del espectador con el objeto de imbuirle miedo. Mas, en este caso, parece que, con dicha coletilla, a lo que se aluda sea a una búsqueda de la empatía en el público, puesto que la violencia sólo puede ser entendida y justificada desde un estado de locura o enajenación mental.
La manipulación alcanza tal desproporción que supone la casi total escisión del danés de las premisas del movimiento Dogma 95. Ya infringió con anterioridad alguna de las normas de su manifiesto pero, Anticristo, puede considerarse como su particular negación del famoso «voto de castidad». Así, Von Trier incurre en las películas de género, con un inmenso trabajo de postproducción -al margen del uso de lo prohibido por el movimiento: blanco y negro, iluminación artificial, banda sonora, trucajes,…-, donde destacan unos efectos especiales al servicio de su siempre presente poética visual, por otro lado, imprescindibles en este tipo de cine. La inquietud in crescendo y la mal llamada misoginia de Von Trier -por la que se podría explicar, si estuviera debidamente probada, esa obsesión irracional de Ella con Él, como si el film se tratara de una Misery elevada a la enésima potencia-, constantes en su filmografía, confirman la única reminiscencia de las obras precedentes del director.
La apetencia de modificar el trabajo que uno quiere seguir haciendo es motivo suficiente para que sus incondicionales se sientan estafados y no quieran perdonar aunque, mucho peor, es quedar a merced de una crítica que no desaprovechará la oportunidad de dar palos. Durante la proyección, se apreciaba el adoctrinamiento generado por el abucheo de la prensa en Cannes en un clan de espectadores «gafapastas» que sólo quisieron pagar la entrada para reírse de lo que iban a ver. Sin embargo, estos pretendidos cinéfilos de manual se quedaron en la sala hasta la conclusión de los títulos de crédito. Posiblemente, la película les terminó gustando. Al contrario que Von Trier, no es que no evolucionen ni desechen sus convicciones primitivas para sentirse diferentes -como tanto les gusta aparentar-, sino que renuncian a ellas para sentirse acogidos al calor del grupo, rasgo inequívoco de la actual e imperante cultura de masas.
Ficha técnica:
Anticristo (Antichrist), Dinamarca, 2009.Dirección: Lars Von Trier