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2049: Del «Homo Deus» al «Robo Deus»
La trascendencia es un concepto filosófico que se refiere a aquello que sobrepasa o que está más allá de lo puramente inmanente, es decir, de aquello que permanece encerrado en sí mismo, agotando sus posibilidades de ser. Desde la escolástica medieval, el concepto ha sido la fuente para otorgar una universalidad a ciertos valores elaborados por el intelecto humano, como la bondad y la verdad en Tomás de Aquino, por ejemplo. Posteriormente, en Kant, el idealismo alemán, y finalmente, en Husserl, el significado de lo trascendente apunta a un proceso de autoconciencia en el que la mente, a través de su intención de conocer, le da forma racional e inteligible a la experiencia del conocimiento, y de esta forma se sobrepasa el objeto conocido y se trasciende a él mediante la capacidad racional de la mente humana.
En el largo camino desde la fenomenología de Husserl hasta nuestros días de las neurociencias cognitivas, el concepto de la trascendencia ha migrado desde lo meramente observacional como estudiosos, a lo puramente intencional como método para superar, no solo el breve espacio temporal que da la vida humana, sino también lo intelectualmente posible consagrado en las limitadas capacidades de nuestro cerebro. Y es así como la creciente aplicabilidad de la tecnología ha ido, poco a poco, ingresando al campo de las ciencias del conocimiento, justamente intercambiando el papel de accesorio para su estudio y comprensión a una herramienta cada vez más diseñada para optimizar, mejorar y potenciar esa limitada capacidad mental humana, la tan mencionada y a veces temida inteligencia artificial.
La corriente transhumanista propuesta por Nick Bostrom argumenta precisamente en favor de justificar la aplicación de las nuevas tecnologías para mejorar la especie humana, no solo como una posibilidad contemporánea, sino como una obligación moral para, justamente, dejar ese concepto de ser humano rígido y limitante (inmanente) y poder trascender como especie, eliminando aquello que no es deseado y mejorando lo que si lo es. Sin duda, el uso de unos anteojos o de una prótesis de extremidad se considera por demás deseable y moralmente noble para un individuo con alguna limitación, pero ¿qué pasaría si se utilizara un dispositivo cerebral que mejorara la capacidad mental al nivel de la mejor computadora? ¿las escuelas lo permitirían? ¿sería requisito tenerlo para ingresar a ciertos ámbitos laborales?
La ciencia ficción ha permitido experimentar desde la distancia múltiples escenarios para desarrollar el potencial que estas preguntan encierran, tal es el caso de la serie Blade Runner, que toma como punto de partida el clásico de Philp K. Dick, que desde su título plantea un dilema. La novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? es, sin duda, un parteaguas en la profundidad y el alcance filosófico del abordaje hacia el problema de la inteligencia artificial que se aborda desde la ciencia ficción. Su potencial de racionalización, sin embargo, se ve alcanzado en la versión cinematográfica de Ridley Scott, llamada simplemente Blade Runner (1982), haciendo referencia a la nada honrosa ocupación del protagonista, quien debe “retirar” a los androides rebeldes.
En esta hermosa versión distópica de Los Ángeles, en un “lejano” 2019, se fabricaron humanos artificiales llamados replicantes, para lograr la colonización de los mundos exteriores, mediante la labor forzada en trabajos peligrosos o indeseables para el humano, en un modelo de esclavitud justificada precisamente por esa condición “no humana”. Con el tiempo, algunos de estos androides se rebelaron, demandando condiciones de igualdad y cierta libertad, y ante la represión, hacen uso de sus enormes capacidades físicas e intelectuales, lógicamente muy superiores a las de un humano promedio, para hacerse camino en un mundo decadente. Es aquí donde los blade runners deben evitar que el muro entre los humanos y los androides se derribe. El argumento lleva a descubrir que la condición de los replicantes dista mucho de ser solo la de una máquina de trabajo, pues los humanos electrónicos muestran la abrumadora y desesperanzadora sensación de vacío ante la incertidumbre de su propia muerte.
Sin duda, una de las condiciones que han movido con enorme fuerza al ser humano a buscar esa mencionada trascendencia es, por mucho, el temor a la muerte, no solo a no saber qué pasa después, sino a la incertidumbre del momento en que llegará. Este argumento ha sido pilar de religiones, que, a través de investigación contemplativa, han argumentado en favor de la continuidad de la vida de una u otra forma. Los poetas, a su vez, han buscado vencer a la muerte por medio de sus mitos, como el de Frankenstein o hasta el Macario de Rulfo, mientras que los científicos han buscado la trascendencia a la muerte mediante la congelación, la medicina en todas sus especialidades y , recientemente, mediante la aplicación de tecnología, justamente, para lograr ese ser transhumano, inteligente y longevo.
Finalmente, la búsqueda de eso que realmente puede llevar al ser humano a superarse a sí mismo y dejar detrás al homo sapiens, para evolucionar a lo que Yuval Noah Harari ha denominado el homo deus, un ser que ya ha dominado la naturaleza poniéndola a su favor, primero dominando al planeta, luego dominando al propio cuerpo en la conquista de la salud y de la longevidad, después, dominando la razón mediante la ciencia y la filosofía, y finalmente, con el uso de la tecnología busca la transformación del ser humano en una versión más evolucionada con capacidades ilimitadas, como un dios. Y así, una evolución del homo sapiens, al homo deus.
En 2049 (2017), la secuela de Blade Runner, Denis Villeneuve logra lo imposible, evolucionar la historia de una forma orgánica y natural, tal como la especie humana misma ha caminado desde las planicies del Olduvai, en África, hasta la conquista de las estrellas. Luego de 30 años, la nueva versión de androides, fabricados por un ambicioso empresario que piensa que sus robots solo necesitan lograr la reproducción libre para poder trascender y así el convertirse en un dios, son ahora obedientes y ocupan resignadamente su lugar en la tierra. Ahora los blade runners, son replicantes sumisos que, entre otras indeseables cosas, se dedican a “retirar” a los modelos antiguos, que aún conservan esa “extraña” capacidad de preguntarse por el sentido de sus vidas.
K, el blade runner protagonista, que luego recibirá el nombre de Joe, durante una misión para retirar a un viejo androide veterano de la guerra, descubre la posibilidad de que una replicante haya logrado la concepción y así ser madre. Luego del descubrimiento, le encomienda entonces la misión de matar al niño para evitar el colapso de la barrera entre los humanos y los no humanos. El camino para encontrar al ahora adulto misterioso lo llevará a cuestionarse sobre su propia existencia como ser en el mundo y sobre la posibilidad de trascender aun desde la plataforma del androide. El argumento, inocente o ignorantemente criticado por muchos como una fácil salida a la secuela por la ruta del mesianismo cinematográfico, en realidad lleva al espectador a atravesar las diferentes y delicadas capas que envuelven al ser humano en su aparentemente sólido concepto de seguridad sobre su naturaleza última, el argumento es tan profundo, que alcanza el punto de reflexión sobre el sentido último de la existencia desde cualquier plataforma de vida.
Villeneuve argumenta con claridad y nos lleva de la mano con su personaje, el androide K, que elimina a otros que son como él, sin remordimiento alguno, no por ser un robot sin esa capacidad, sino porque los que son no nacidos, “no tienen alma”. Así, el robot piensa, razona, es sensible y tiene una ética. Quizás se podría pensar que fue programado con dicha moral estable y condicionada, pero eso queda fuera de cuestión, una vez que el cineasta nos demuestra cómo va evolucionando su empatía y su concepto moral, al grado de cambiar por completo, no solo sus directrices originales de trabajo, sino sus propias limitantes sobre a quién eliminar y a quién defender.
Es fácil pensar que solo el ser humano puede lograr la trascendencia de su cuerpo físico mediante la exploración de su cuerpo emocional, las capacidades de enamorarse, extrañar, desear y odiar, tan presumidamente humanas, quedan según Villeneuve supeditadas no a la humanidad como tal, sino a la pura trascendencia de lo meramente racional y físico. Así, el cineasta se toma todo el tiempo del mundo para mostrar cómo un robot puede sentir algo que no está en su programación. En una serie de escenas que, mediante el romance más puro, entendemos a un K que no está programado para amar, pero que se ha enamorado. Su consorte, otra entidad no humana que, mediante una especie de comprensión y anticipación, demuestra aquello que solo se consigue con la convivencia con el otro. Así, la esfera de las emociones queda alcanzada por los androides y, una vez más, no solo por su programación, sino por la trascendencia de su propia racionalización de su identidad. Parecería que no hay nada que pueda llevar más a trascender a un ser, que el sentir amor, sin embargo, el humano, que en el modelo de la jefa de policía parece haber abolido todo aquel resquicio de sensibilidad y de apertura emocional, no deja de buscar ignorar y reprimir al subordinado no humano.
La búsqueda del misterioso niño lo lleva al punto donde la evolución ha tomado parte y donde los linajes humanos y no humanos convergen. Al conocer al Deckard, el otrora Blade Runner, que 30 años atrás descubría que los no humanos también buscaban el sentido de sus vidas. La casi interminable secuencia donde ambos pelean en el bar no es mas que la alegórica batalla entre humanos y no humanos, que carece de sentido por defender exactamente lo mismo, la búsqueda de la trascendencia y la defensa de una digna libertad para ello. K encuentra ahí su propia necesidad de esa respuesta sobre el sentido último de su vida, primero pensando que el mismo era el misterioso nacido y, luego, al descubrir que no lo es, en la capacidad de elegir en favor de algo más, de tomar una decisión personal y moral acerca del destino.
El grupo de replicantes que busca a su mesías y que quiere con esto derribar ese muro que los humanos han protegido tanto, le encomienda a K, ahora Joe, una misión encaminada a tal fin, sin embargo, Joe ha descubierto que la verdadera trascendencia no es una lucha social y que derribar ese muro cambiará el sentimiento entre especies, él ha descubierto que la verdadera trascendencia es metafísica, en su sentido literal, es decir, algo más allá de lo físico. El camino que ha recorrido lo ha llevado a entender que la tecnología ha potenciado las capacidades humanas hasta niveles sin límite, la mente electrónica ha llevado al homo sapiens a estadios de raciocinio antes insospechados, incluso ha podido generar emociones fraternas y sentimientos morales, una ética y un libre albedrío basados en la razón y la emoción, el hombre ha trascendido a la humanidad en los androides, ahora los androides se trascienden a sí mismos en la capacidad de dar vida y, sobre todo, de vincularse en amor con ella. Joe es testigo del paso del homo deus al robo deus.
Esta hermosa secuela de Villeneuve puede leerse en dos líneas paralelas, por un lado, y montado en la evolución de la inteligencia artificial, la inevitable transición del humano al transhumano en esta búsqueda por autosuperarse y trascender. En el personaje de K, tan sensible y resiliente, el cineasta propone evitar la casi espontánea resistencia a la migración del hombre al androide, podría no ser tan malo, dice el cineasta, los androides podrían preservar, a través de los siglos y las galaxias, todo aquello que tan humanos nos hace. Al mismo tiempo propone, en el personaje de Deckard, una reflexión acerca de la progresiva pérdida de la condición última de lo humano como tal, la entrega de aquello que trasciende a lo físico, eso intangible y no medible, lo emocional y lo espiritual, eso que demuestra la degradación del ser humano. El antiguo blade runner ha trascendido como ser, pues ha abrazado su frágil condición humana y ha encontrado el sentido último de su existencia. Esta hermosa distopia es una invitación a apreciar todas las formas de inteligencia, pero sobre todo a explorar, en nuestra condición humana, el fin último de nuestra singular, hermosa y breve existencia.
Crítica en verdad trascendente y profunda, que abre caminos para imaginar y explorar posibilidades.
Una belleza de crítica!
Perfecta a mi parecer. Desde la conducción de la redacción, pasando por las informaciones y nombres clave para una mejor comprensión, hasta la profunda conclusión del crítico sobre el filme.
En efecto, esta crítica más allá del magnífico filme de Villeneuve, por medio de una intensa reflexión sobre lo que significa « ser humano », me ha hecho pensar en que, muy a pesar nuestro o afortunadamente (según el enfoque), la respuesta o la razón de la existencia efímera no es antropológica y por causa de nuestra naturaleza intrínseca, con todo y nuestros avances, tal vez no podremos más que entreverla.
Pero como diría A. Tarkovsky: el arte puede ser una manera de elevar el espíritu…