Muestras, Festivales y Premios
29ª Edición de los Premios Goya
Se había conseguido y había que celebrarlo. La vigesimonovena entrega de los premios Goya venía acompañada de ese regustillo a triunfo, a trabajo bien hecho. Los espectadores habían acudido a las salas a ver más cine producido en España y eso, en los tiempos que corren, ha llegado a obnubilar a más de un académico, creyendo atisbar un resurgimiento del cine patrio, muchas veces en la postrimería, y defendiendo aquello que se ha denominado ‘reconciliación’ entre las películas y el público.
No se puede negar que se ha acudido más a ver cine, los porcentajes están ahí. Es algo bueno, aunque el tiempo dirá si se trata de un hecho circunstancial. Si así fuera, no obstante, «que les quiten lo bailao». Pero en esta realidad cinematográfica, regional y a la vez global, existen más matices que los lanzados en un simple titular o en un momento de euforia pasajera. El IVA del 21%[1] o la falta de la distribución de las cintas, entre otros obstáculos, alimentan un problema estructural con difícil solución en el horizonte. Y esto sí que lastra más al cine, a todo el cine y no solo el de los grandes nombres, que los prejuicios del espectador a ver una película producida en España.
Con todo, tras esta rabieta, que no será la última, el espectáculo debería continuar. El cómico Dani Rovira, nominado a actor revelación por Ocho apellidos vascos, ejerció de conductor de una gala que se antojó excesivamente larga. Rovira tiró de deformación profesional, proviene del mundo de los monólogos, para encarrilar premios y sketchs, así como algún otro número musical que hubiese sobrado. Tal vez no llegó a la genialidad de otros de sus predecesores, las comparaciones son odiosas, pero mal, lo que se dice mal, no lo hizo.
La gala comenzó con una declaración de intenciones transformada en número musical. A ritmo de ‘Resistiré’ del Duo Dinámico se quiso dejar las cosas claras desde el principio. El cine había aguantado los envites de la crisis y había ganado una batalla, por lo menos la anual. A partir de aquí, la película de Alberto Rodríguez, La Isla Mínima, consiguió que desfilase por el escenario gran parte de su equipo. Obtuvo diez de los diecisiete premios a los que estaba nominada y ganó el combate mediático que todos los años parece inevitable. Para La Isla Mímima fueron a parar los premios a la mejor película, director, guion original e interpretación masculina protagonista y así hasta seis más. Su ‘rival’, El niño, de Daniel Monzón, obtuvo cuatro Goyas. Para el que escribe, la gran sorpresa la protagonizó Ocho apellidos vascos, que consiguió tres estatuillas a la mejor interpretación masculina y femenina de reparto y al actor revelación. Un hecho sorpresivo y con el que no puedo coincidir.
Más allá de la mera competición con la que muchos medios se quedan en esto de los premios, hay que seguir hablando de lo demás, que también es cine. Dos títulos pequeños se ‘colaron’ en la nominación a la mejor película: Loreak, de Jon Garaño y Jose Mari Goenaga, y Magical Girl, de Carlos Vermut. Una, la primera, se fue de vacío con sus dos nominaciones y la otra, pese a ser Concha de Oro a la mejor película y al mejor director en el último Festival de San Sebastián, solo obtuvo el Goya a la mejor interpretación femenina protagonista. Un guiño estas nominaciones a todo un gran mundo de filmes que apenas llegan a las salas comerciales, si llegan, y que transitan por circuitos paralelos y que, ¡sorpresa!, acumulan nominaciones y premios en festivales. Al rebufo de tan singular realidad es pertinente acordarse de Carlos Marques-Marcet y su Goya a la mejor dirección novel por 10.000 km.
Pocos titulares dejan los nominados a los mejores cortometrajes y, cómo no, al mejor documental, casi tantos como espacio ocupan en las carteleras españolas, por desgracia. Ya está, lo tuve que decir. El premio al mejor cortometraje de ficción fue para Café para llevar, de Patricia Font. Walls (Si estas paredes hablasen), de Miguel López Beraza, consiguió el de mejor corto documental y el de animación fue para Juan y la nube, de Giovanni Maccelli, que aparte del premio tuvo una de las mejores intervenciones de la noche. Cuando a los presentadores se les llenaba la boca calificando a los cortometrajistas como el futuro del cine español, Maccelli reivindicó para el cortometraje el presente. Toda una declaración de intenciones y golpe en la mesa para el siempre menospreciado corto.
Esta reivindicación es extensible al documental. Género de prestigio pero poco distribuido y reconocido. El premio al mejor documental fue a parar a Paco de Lucía: La búsqueda, de Curro Sánchez Varela, frente a sus tres interesantes competidoras.
Noche larga, menos reivindicativa que en años anteriores, con la sorprendente visita del ministro del ramo y coronada con el Goya de Honor a Antonio Banderas. Con la Academia en momentos esperanzadores y todo el mundo vestido con sus mejores galas, los Goya 2015 pueden ser una buena excusa para asentar presupuestos y concebir otros pujantes, en muchos casos vitales, para el fomento y distribución del buen cine allá de donde venga, para bien del espectador. No nos queda otra que esperar y para aquel que crea, rezar.
Todos los ganadores: http://premiosgoya.academiadecine.com/ganadores/
[1] Es el impuesto sobre el valor añadido. Es una carga fiscal al consumo y que en España y en el cine, entre otras artes, es del 21%, el más alto de toda la Unión Europea.