Críticas
Como mandan los cánones (de Hollywood)
Impávido
Carlos Therón. España, 2012.
Es evidente que la extensión de la crisis económica mundial en el tiempo ya ha perdurado lo suficiente como para derivar sus efectos hacia la transformación de modelos. Sin ir más lejos, uno de estos cambios obvios se halla en la pequeña ventana de exhibición que ocupa el cine español en nuestras salas. Nos encontramos, casi a ciencia cierta, en la época dorada del guión original, de la creatividad del autor, de la sorpresa de la ópera prima, todo ello, por supuesto, bajo la dominancia de la etiqueta del bajo presupuesto. Cintas como Eva (Kike Maíllo, 2011), Diamond Flash (Carlos Vermut, 2011) o Arrugas (Ignacio Ferreras, 2011), pese a no tratarse de trabajos redondos, confirman el hecho de que nuestro cine novel se encuentra en un estado de forma envidiable (al menos, en comparación con cualquier tiempo pasado). Pero este cambio acarrea una dolorosa antítesis/sacrificio, cómo no, de carácter económico. Y no hablo ya de las obligatorias calamidades que tienen como objeto unas, a menudo, exiguas financiaciones, sino del definitivo remate, la triste puntilla de una sala vacía por cada copia.
Esta es la pena que arrastra, como otras muchas producciones hoy, Impávido. La publicación tardía de esta crítica ha permitido contemplar unos nefastos resultados de taquilla, por otro lado, consecuentes cuando no se dispone de un potente aparato de promoción y marketing (impensable en estos días salvo para firmas con caché) y parejos al lamentable hecho de que en España no se consume cine español. Por ello, me gustaría empezar esta crítica aludiendo al mal criterio, tanto del exhibidor como de cierto sector del público, rompiendo una lanza a favor del filme de Therón y atreviéndome a decir que es, sencillamente, la mejor comedia de acción española que recuerdo.
Si bien es cierto que no gozamos de un historial reseñable en este subgénero, también lo es que Impávido no tiene nada que envidiar a películas como Airbag (1996). Quizá no ostente su carisma ni alcance esa cota de mordacidad tan entrañable -hoy parte del imaginario común- de la cinta de Bajo Ulloa (favorecida por su carácter de pionero, todo sea dicho), pero la aventaja en una escrupulosa realización y en una puntualidad cómica y rítmica poco habitual en nuestro cine.
La comparación con Airbag es la más oportuna, pero su reflejo más natural e inmediato se encuentra en Carne de neón (Paco Cabezas, 2010). En ambos casos, se trata de reelaboraciones ampliadas de cortos homónimos que exhiben sin disimulos unas influencias palmarias. Pertenecen a lo que ya se podría catalogar como un subgénero, el “Ritchie” o “Snatch” (la película que confirmó el reconocible estilo del cineasta británico), pese a sus notables diferencias: Therón no se avergüenza por escarbar en el concepto, pero nunca llega a ser tan descarado como para adjudicarse un estilismo con copyright como sí hacía Cabezas. E igual ocurre con ese machismo que fuerza la marca, que, lejos de mostrarse sucio y chabacano, como en las bocas de Mario Casas y Vicente Romero, aquí se percibe como la mera licencia idiosincrática del thriller posmoderno que es. Pero aquí no acaba el esbozo formal de este pastiche bienintencionado: la suerte de una oportuna promoción por inmediatez, sobre las bases de recientes paradigmas del género, ha deducido en la agradecida consideración de Impávido como una versión menor y cañí de Drive (Nicolas Winding Refn, 2011), como muy acertadamente apunta Fausto Fernández en su crítica para Fotogramas.
Por otro lado, tampoco se ha tardado en suscribir la cinta de Therón al ya numeroso grupo de las producciones low cost, y yo no termino de tragármelo. No es una pega, pero dudo que Impávido sea tan barata como parece, pues tiene pinta de deber gran parte de su resultado a un minucioso trabajo de postproducción. Sin embargo, sí aprecio una inteligente rentabilización de recursos. Desde la agilidad de un montaje que suple un importante ahorro en pirotecnia a las fabulosas interpretaciones de actores “económicos”; Villagrán cotiza al alza con cada película que interpreta, Manolo Solo imparte cátedra del post-torrentismo y hasta Nacho Vidal suena más que creíble en su papel de capo desquiciado.
Aunque, si algo merece destacarse de Impávido es su tremenda capacidad para divertir. Eludiendo esa circunspección que hace fracasar a las versiones de Hollywood made in Spain como modelos de acción al uso, su dinamismo y su explosividad están diseñados desde el desenfado como norma, traduciéndose en un ritmo casi “espídico” y constante en una trama que sabe accionar la tensión y que digiere con paciencia ese cúmulo de embrollos corales que implican este tipo de cintas, a la vez que ata con coherencia -y no sin cierta fantasía- todos los cabos. Es una lástima que esa sorpresa, de la que tanto echa mano Ritchie en sus guiones, se eche muy en falta en ciertos giros, pero queda compensada por una vocación estimulante y gamberra (atención a la conversación de besugos del Cola Cao y a las instrucciones del juego que da nombre a la cinta) que, esperemos, funcione como manifiesto fundacional del buen cine (no ya bien hecho, sino consecuente con su propósito) de nuestro país.
Ficha técnica:
Impávido , España, 2012.Dirección: Carlos Therón
Guion: Carlos Therón, Alfonso Aranda y Roberto Therón
Producción: Rafael Álvarez e Ignacio Monge
Fotografía: Antonio J. García
Música: Antonio Escobar
Reparto: Julián Villagrán, Marta Torné, Carolina Bona, Manolo Solo, José Luis García Pérez, Victor Clavijo, Nacho Vidal, Pepo Oliva, Selu Nieto