Críticas
Hallar la libertad
La Paz
Santiago Loza. Argentina, 2013.
En una nueva edición del 15º Bafici, el cine argentino ocupó un lugar preponderante dentro de la programación. Uno de sus representantes, el cineasta, guionista y dramaturgo cordobés Santiago Loza participó del festival, como lo hiciera años anteriores con Extraño (2003), ganadora del premio a la mejor película en los festivales de Rotterdam y 3° Bafici; Ártico (2008); Rosa Patria (2009), premio especial del jurado en 9° Bafici, y Los Labios (2010), codirigida junto a Ivan Fund, que recibió el premio a la mejor dirección en el 10º Bafici. Su prolífera y premiada carrera da cuenta del lugar que supo ganarse dentro del cine nacional.
En esta oportunidad, presentó su último trabajo, La Paz (2013), seleccionada junto a otras catorce películas dentro de la Competencia Argentina del Festival, y elegida finalmente como la mejor película de esa categoría.
La Paz comienza con la imagen, en primer plano, del rostro de Liso, un joven de mirada tierna y a la vez perdida. Frente a él, una enfermera lo despide. Ellos se besan con un cariño secreto. Afuera están los padres. Fuman. Cada uno mira en distinta dirección. Lo esperan para llevarlo a vivir con ellos. Recién ahora nos damos cuenta que fue dado de alta de una institución psiquiátrica. Liso pertenece a una familia de clase media alta, con una amplia y confortable casa con jardín, sin ninguna necesidad económica que lo apremie, y con una moto de regalo que lo espera. Bajo ese contexto, de protección y aparente statu quo, Liso deberá encauzar una nueva etapa de su vida.
El film se divide en ocho capítulos. Cada uno de ellos representa una secuencia de la historia del joven en relación a sus vínculos y a su nueva etapa. Lo que resulta inminente y cuasi tangible es esa búsqueda del tiempo perdido, del espacio abandonado. Como si se hubiese detenido, quebrado. Hay una ruptura temporal y espacial en el interior de un personaje que se muestra algo aislado, intranquilo por momentos, sosegado, en otros. Liso deberá encauzar su cotidianidad para hallar la calma para su alma y sus fantasmas.
Y en ese camino de búsqueda, Liso no está solo. Se reencuentra con quienes forman parte de su universo, de ese entretejido que lo formó: su abuela, a quien visita a menudo y saca a pasear en su moto, cuidándola con el cariño de un nieto dedicado; Sonia, el ama de llaves de origen boliviano, que vive en su casa y con quien tiene un sólido y cálido vínculo; su madre, una solitaria mujer que se dedica al jardín, a la pintura, al cuidado de su imagen y a darle amor a ese hijo que trata como si fuera un niño; una ex novia que lo rechaza y un padre ocupado en su trabajo, que trata de encaminarlo a través de condicionamientos sociales (le da plata, le aconseja que se acueste con alguien, pretende que trabaje, etc.) pero desde un lugar rígido y poco comprensivo.
Santiago Loza consigue generar un tono intimista y cálido en cada una de las escenas. Está junto a Liso en cada encuadre, lo contiene y nunca lo abandona a la suerte de sus planos. La armonía del relato simula la calma que anhela el personaje. Y ese es uno de los mejores logros de La Paz. Desde los primeros planos hasta la sobriedad de su puesta en escena, todo da cuenta de cierta soledad, del dolor escondido y de las falencias presentes, aún en un seno familiar, donde todo parece armónico y perfecto. Un lugar de crianza a través del cual a Liso no le debería haber pasado lo que le pasó. ¿Hay responsabilidad? Porque se manifiesta una culpabilidad latente, que puede leerse también como inconformismo o desilusión de parte de sus padres, pero que al mismo tiempo es negada.
Cada uno de los personajes, entre diálogos francos e interpretaciones de gran naturalidad, intenta hacerse de un lugar propio, respetando sus decisiones más íntimas, sus libertades y sus deseos, aunque no sean compartidos y duelan los caminos que se elijan. Su abuela pasa sus días con él bajo la elección de seguir sola, sin rehacer su vida. La madre sólo desea que su hijo esté bien, sin importarle nada más. Acaricia sus cabellos como le hacía de pequeño y lo cuida. Ella siente una nostalgia sobre lo que fue Liso, huellas del deterioro. En la pintura imprimirá a ese niño que crió, como una forma de perpetuarlo.
Párrafo aparte se merece el personaje de Sonia en la vida de esa familia. Ella, al igual que el resto, busca su lugar de pertenencia. Desea irse a Bolivia porque extraña su tierra, sus afectos, y Liso comprende esa necesidad de insatisfacción que ella le transmite en relación al peso de su cultura, a seguir conservando sus raíces, temiendo perderlas en caso de seguir viviendo en otro lugar. Y en la película hay un intercambio cultural y de respeto a las tradiciones, se mezclan también las clases sociales con una grata apertura. Es muy reveladora la escena del baile tradicional de la comunidad boliviana, donde baila la hija de Sonia y a la que asisten Liso y su madre. Sin más, el título alude a la capital de Bolivia: La Paz.
Sin duda, la película logra hacer notorios esos hilos transparentes de las relaciones humanas que nos vinculan desde muchos lugares del afecto. La elección de registrarlas con planos fijos, cerrados, sin conexión con el fuera de campo, ya que todo está demasiado contenido dentro del cuadro, no hace más que traducir el entramado de significantes que esos hilos tejen en la vida de cada uno.
Hay una suerte de viaje o recorrido interior en La Paz. Que lo hará Sonia, cuando regrese a Bolivia; Liso, cuando halle ese lugar en el mundo donde ser feliz y productivo, o su madre, cuando acompañe las decisiones que él tomará. Ese viaje implica cambios, crecimiento, como el que también demuestra Loza con su buen pulso. Aunque haya que recorrer grandes distancias para encontrarlo, aunque se dé vuelta la página para volver a empezar. No hay un sólo camino ni decisión precisa que indique, con exactitud, donde hallar la libertad.
Tráiler:
Ficha técnica:
La Paz , Argentina, 2013.Dirección: Santiago Loza
Guion: Santiago Loza
Fotografía: Iván Fund
Música: Javier Ntaca
Reparto: Lisandro Rodríguez, Andrea Strenitz, Fidelia Batallanos Michel, Ricardo Félix, Beatriz Bernabé
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