Investigamos
El western marxista de Sergio Sollima
Hay tres grandes Sergios en el western italiano, Leone, Corbucci y Sollima. En alguna ocasión, de forma individual, ya nos hemos ocupado en estas mismas páginas virtuales de El espectador imaginario de los dos primeros, a propósito de algunas de sus películas más reconocidas, como Por un puñado de dólares (Per un pugno di dollari, 1964) y Hasta que llegó su hora (C’era una volta il West, 1968), de Leone, o Django (1966), de Corbucci. Javier Moral, además, en su artículo “Triunfal apología de lo cutre”, ha escrito sobre los tres de forma colectiva a propósito del spaghetti western. Lo que no habíamos hecho hasta ahora era escribir de forma individual sobre Sollima, un director que, en su momento, gozó de un gran éxito de público, pero al que la crítica tardó en reconocer sus méritos.
Sollima, director romano nacido el 17 de abril de 1921, comenzó su carrera como dramaturgo y director teatral al acabar la Segunda Guerra Mundial, pero pronto se pasó al cine, a comienzos de los años cincuenta, y fue ayudante de dirección en varios proyectos, entre los que destacan dos largometrajes de Sergio Corbucci. También escribió guiones para algunos títulos del género de moda por aquellos años en el cine italiano, el peplum. Su debut como realizador de largometrajes se produjo en otro género popular por entonces, el de espías, al que pertenecen Agente S3S: pasaporte para el infierno (Agente 3S3: Passaporto per l’inferno, 1965), 3S3, agente especial (Agente 3S3, massacro al sole, 1966) y Consigna: Tánger 67 (Requiem per un agente segreto, 1966). Después vinieron sus tres westerns y, ya en la década del setenta, tres películas policiacas, Ciudad violenta (Città violenta, 1970), El cerebro del mal (Il diavolo nel cervello, 1972) y Revólver (1973).
Ahora bien, si Sollima es recordado por el público español e italiano es por su aportación al género de aventuras, en concreto por llevar a la televisión y luego al cine al personaje de Sandokán, creado por Emilio Salgari y genialmente interpretado por Kabir Bedi. La serie Sandokán se emitió en 1976 y tuvo tal éxito que hubo un montaje reducido para cines de la misma, titulado Sandokán, el tigre de Malasia, y el propio Sollima rodó dos nuevas películas: El juramento del corsario negro (Il corsaro nero, 1976) y La tigre è ancora viva: Sandokan alla riscossa! (1977).
De todas maneras, aquí no nos ocuparemos de esos trabajos de Sollima, sino tan solo de su aportación al eurowestern, que se concretó en tres largometrajes que tienen, como lazo de unión, a un mismo actor, Tomás Milian, que protagonizó El halcón y la presa (La resa dei conti, 1966), Cara a cara (Faccia a faccia, 1967) y Corre, cuchillo… corre! (Corri uomo corri, 1968). Si hay algo que llama mucho la atención de esas películas es su contenido fundamentalmente político y social. No es que el eurowestern no permitiera la denuncia social o la reflexión política, lo que ocurre es que Sollima convierte la lucha de clases en el rasgo distintivo de sus westerns, aunque no es exclusivo de su filmografía, ya que aparece en otros títulos como Yo soy la revolución (El Chuncho, ¿quién sabe?, Damiano Damiani, 1966), Tepepa… Viva la revolución (Tepepa, Giulio Petroni, 1969) y Agáchate, maldito (Giù la testa, Sergio Leone, 1971).
Nadie dedica tanto tiempo a la reflexión sobre los desfavorecidos en sus películas como Sollima. En sus westerns, nada es lo que parece, y la violencia siempre es fruto de una situación estructural que aboca a los individuos a vivir en los márgenes de la sociedad. Tomás Milian encarna perfectamente a esa víctima, tanto en su papel de Manuel “Cuchillo” Sánchez como en el del forajido Solomon “Beauregard” Bennet. Sollima retrata perfectamente la relación entre opresores y oprimidos y ofrece un discurso sobre el tercermundismo. Vayamos por partes.
En El halcón y la presa, basada en una historia de Franco Solinas y Fernando Morandi y con guion del propio Sollima y Sergio Donati, Lee Van Cleef encarna a Jonathan Corbett, un cazador de hombres con aspiraciones políticas. En principio, parece que su personaje no difiere en mucho del papel de cazarrecompensas que ya había interpretado para Leone, pero, como afirma Roberto Curti, en esta película, “el proletario Cuchillo hace que el burgués Corbett deje de lado sus convicciones capitalistas e imperialistas y se abra a la dialéctica de clases”[1]. El halcón y la presa es una película sobre la caza del hombre. Aunque Corbett parece el único protagonista, enseguida comprobaremos que el personaje principal es el forajido al que persigue, el mexicano Cuchillo, al que acusan de haber violado y asesinado a una niña de doce años. Quien mejor define a Cuchillo es, sin duda, el policía con el que habla Corbett en México, el capitán Segura (Fernando Sancho): “un desharrapado que hizo la revolución con Juárez”.
Cuchillo lleva poncho y alpargatas, siempre va mugriento y no sabe manejar un revólver, pero, aun así, logra burlar a Corbett en varias ocasiones, y, poco a poco, descubrimos en él una humanidad que no encaja con el perfil que nos habíamos hecho. Lo mismo le ocurre al personaje de Lee Van Cleef, que no duda en enfrentarse a Brokston (Walter Barnes) y defender la inocencia de Cuchillo frente al ridículo Barón Von Schulenberg (Gérard Herter). El personaje de Cuchillo fue tan popular que el propio Sollima le hizo una película dos años después, Corre, cuchillo… corre!, si bien lo que se narra en ella son sucesos anteriores, la participación de Cuchillo en la revolución.
En Cara a cara (también con guion de Sollima y Donati, y música de Ennio Morricone, como El halcón y la presa), encontramos una interesante dicotomía entre civilización y barbarie. Según Curti, “entre el profesor apocado (Volonté) y el bandido sanguinario (Milian) se produce una auténtica ósmosis”[2]. La película empieza cuando el profesor de Historia Brad Fletcher debe abandonar Nueva Inglaterra por motivos de salud e instalarse en Texas. Allí, su destino se cruza con el de un famoso forajido, jefe de la “manada salvaje”, Solomon “Beauregard” Bennet. Lo curioso es ver cómo se van intercambiando los papeles. Fletcher, a pesar de su cultura y su formación, se convierte en un bandido mucho más despiadado que “Beauregard”, quien, pese a todo, sigue fiel a un código de conducta propio. Cuando, en la escena final, se enfrentan y Fletcher le dice que no existe la justicia, que la crea el poder y la fuerza, “Beauregard” le contesta lo siguiente: “Sí existe, está aquí (golpeándose en el corazón), aquí dentro, ¿no lo comprendes?”.
El enfrentamiento entre los dos protagonistas y su evolución como personajes esconden un trasfondo social que queda perfectamente reflejado en Piedras de Fuego, una ciudad de parias y forajidos, restos del territorio de la frontera, que se rige por sus propias reglas y que es aniquilado, exterminado, porque sus habitantes ya no tienen cabida en el mundo de granjeros, ganaderos y comerciantes de Willow Creek.
Muy interesante desde el punto de vista político es Corre, cuchillo… corre!, ya que el tema fundamental de la cinta es la frustrada revolución de Benito Juárez frente al gobierno de Porfirio Díaz. Sollima le otorga el protagonismo indiscutible a Cuchillo, que es el único que conoce dónde está el oro de Juárez, y crea toda una red de secundarios que dispersa un tanto la acción: el cazarrecompensas Cassidy (Donald O’Brien), el general Santillana (John Ireland), los dos mercenarios franceses (Marco Guglielmi y Luciano Rossi) y el revolucionario renegado (Nello Pazzafini). Al final, la lectura es clara: detrás de toda revolución hay muchos intereses y alguien como Manuel Sánchez no podrá dejar de huir en su vida.
Aunque no hay grandes barroquismos en los westerns de Sollima, sí se aprecia en ellos la mano de un buen narrador. Como afirma Antonio José Navarro, “en los westerns de Sollima existe, paradójicamente, una antihistórica consideración de la Historia. En ellos, la malignidad de un sistema social y jurídico que se autodenomina cínicamente ‘civilizado’, la corrupción de los ideales revolucionarios, una perversa lucha de clases basada en la avaricia y el asesinato o el brutal despotismo de la burguesía anglosajona a la hora de ‘conquistar’ el Oeste, son un mero paisaje de fondo sobre el que se desarrolla el auténtico deus ex machina de sus filmes: la turbulencia de la vida, donde chocan los más diversos sentimientos y actitudes”[3]. Como despedida, podríamos repetir la frase más recurrente de estos films: “¡Cuchillo se va!”.
[1] Roberto Curti, “Pan y dinamita. El eurowestern político”, Nosferatu, nº 41-42, octubre de 2002, p. 57.
[2] Roberto Curti, “Pan y dinamita. El eurowestern político”, Nosferatu, nº 41-42, octubre de 2002, p. 57.
[3] Antonio José Navarro, “Sergio Sollima. Un aventurero en el Oeste”, Nosferatu, nº 41-42, octubre de 2002, p. 156.
Buen artículo, me da gusto que alguien se ocupe de este cine. Los tres Sergios tienen algo que descatar y sí lo social y marginado es lo propio de Solima.