Críticas
Deconstrucciones de la risa posmoderna
Juerga hasta el fin
This Is the End. Evan Goldberg y Seth Rogen. EUA, 2013.
El imaginario de usos y costumbres proyectado en torno a la Nueva Comedia Americana no solo ha encumbrado a un puñado de grandes talentos surgidos del más sórdido de los tugurios yanquis de stand-up comedy; también lo ha sometido a la obsoleta regulación del star system hollywoodiense. Como reacción natural, la última generación del movimiento ha generado un colectivo reducido pero muy hermético de temáticas, directores, actores y público, en el que sorprende la fluidez en la convención de gags y el automatismo de un sentido del humor homogéneo, consolidado y sistémico. Una competente máquina de hacer billetes que hasta se puede permitir un lugar para la introspección sin dejar de divertir a sus adeptos: el culmen de esta consolidada afinidad es Juerga hasta el fin, cinta de cachondeo distópico y ombliguista en la superficie, y penitencia en clave de terapia profesional en un nivel más profundo.
Si no se está dentro, se está fuera. Es decir, quien no disfrutó con Supersalidos (Superbad, Greg Mottola, 2007) o Superfumados (Pineapple Express, David Gordon Green, 2008), se puede ir olvidando de pasar un buen rato con Juerga hasta el fin. Aunque, quien decida verla, ya sabrá lo que hay. Por eso, la cinta de Evan Goldberg y Seth Rogen (promotores de esa comunidad de culto) es mucho más que una comedia de ínfulas palomiteras: se trata de una reflexión del estado del género y, en última instancia, del propio cine, a través del prisma óptico de su pilar más concreto y tangible, el actor. La autocrítica es motivo de un alto en el camino en pleno Apocalipsis para evaluar el rumbo de una carrera, desde el origen hasta su futurible destino. No se percibe como una ocasión para valorar la obscenidad de vidas millonarias (muchas veces magnificadas en las cabezas de sus protagonistas), ni para rebajarlas a la altura del espectador llano (no son ni mejores ni peores que el común de los mortales; la única diferencia es que, salvo caída en desgracia, tienen un trabajo fijo que les paga mucho mejor), sino más bien, los directores arriesgan su crédito invitando al juicio de sus virtudes y defectos, que dictaminará quién merece el linchamiento o la condescendencia.
Pero la autocrítica no hace sino pasar desapercibido el autohomenaje, objeto real de Juerga hasta el fin. Así, los chistes privados de esta especie de “hermandad” del poshumor (salvo incidencias mainstream como “el asalto de Hermione” o la desagradable sorpresa de Channing Tatum) se asientan sobre el binomio más probable entre todas las permutas posibles dentro de la deliciosa muestra de cómicos protagonista (si obviamos esa impagable, por violenta, desmitificación del no tan inocente Michael Cera) que se interpreta a sí misma: Rogen-Franco. Concretamente, los protagonistas de Freaks and Geeks y Superfumados exhiben una camaradería suntuosa que pretende empañar la realidad de la que habla el principal conflicto de la cinta, al que podríamos poner nombre, Danny McBride, una especie de Pepito Grillo del mal gusto; James Franco es el típico chico mono pasado de rosca, mientas que Seth Rogen es un pasota indiferente. Pero sus compañeros no se quedan cortos: Jonah Hill es un niñato cretino e hipócrita, Craig Robinson es un histérico cagueta y Jay Baruchel es sencillamente antisocial. Es la magia del cine, que convierte en buen rollo todas las manías.
Al no haber pruebas de la veracidad de estos datos, el complejo peterpanesco toma las riendas, volviendo como común denominador del género, en una comedia hecha por y para hombres (pocas mujeres se reirán con la coletilla del Milky Way). Y nada más oportuno para una nueva apología de la amistad masculina –que bordea los límites en el trato de Franco a Rogen– que un escenario hostil que apela a la colaboración por el bien común para la supervivencia y que, a la vez, aprovecha el tirón de los realities (cámara en “confesionario”, incluida). Aunque es difícil determinar si el genio aprovecha la moda o está corrompido por su descontrolada proliferación, lo que si está claro es que la acción y el terror no funcionan en esta ocasión como inspiradores transgresores de género, sino como atractivos alicientes para el público no fanático. Y parece que lleva la misma intención el descacharrante final que en realidad solo es la moraleja aplicable al ciclo de vida del ídolo. Son los Backstreet Boys, como hubieran podido ser las Spice Girls o Britney Spears. Mañana serán Justin Bieber o Miley Cyrus. Y si no, al tiempo.
No obstante, la anécdota no parte de la pantalla, sino de lo que hay detrás: la Nueva Comedia Americana de la segunda década de los años 2000, se independiza, echa por fin a volar lejos del amparo del omnipresente (y omnipotente) Judd Apatow. Pero aún tiene un largo camino por recorrer. La fama de sus responsables se difumina conforme se aleja de su casa; en España ni siquiera se ha estrenado en versión original, algo que, en una película basada en el culto a la figura del cómico y sus correspondientes gags verbales, cede todo el protagonismo al slapstick y la escatología de entendimiento universal. Una pena.
Tráiler:
Ficha técnica:
Juerga hasta el fin (This Is the End), EUA, 2013.Dirección: Evan Goldberg y Seth Rogen
Guion: Evan Goldberg y Seth Rogen (Historia: Evan Goldberg y Jason Stone)
Producción: Evan Goldberg, Seth Rogen y James Weaver
Fotografía: Brandon Trost
Música: Henry Jackman
Reparto: Seth Rogen, Jay Baruchel, James Franco, Jonah Hill, Danny McBride, Craig Robinson, Emma Watson, Michael Cera, Christopher Mintz-Plasse, Jason Segel, Rihanna, Channing Tatum