Reseñas de festivales
Basket Case
Frank Henenlotter es una figura esencial del cine exploitation más visceral y desprejuiciado, alguien a quien se podría considerar demasiado al margen de cualquier tradición, incluso hasta de la del cine clase B. Este cineasta norteamericano, que también supo cumplir un rol muy importante como rescatista y preservador de muchas películas perdidas del exploitation, fue objeto de una afectuosa retrospectiva durante esta edición del Bafici, que permitió repasar su filmografía completa (la cual tuvo su momento de apogeo durante la explosión del VHS), y hasta ofreció una master class abierta al público. Esta legitimación quizás no sea tardía –Henenlotter tiene adosado el sticker de cineasta de culto desde hace muchísimos años- pero resulta estimulante advertir la simpatía y el respeto con el que su obra fue recibida. A esta altura del partido tampoco debería extrañar que cineastas que se mantuvieron muy al margen de los parámetros industriales sean objeto de reivindicación y que sus filmografías sean revisitadas –por dar un solo ejemplo, Larry Cohen tuvo una completa retrospectiva en la Viennale de Austria en su edición de 2010. Pero más allá de estas valoraciones, lo verdaderamente importante resultó ser la experiencia del visionado de estas putrefactas obras que no persiguen los laureles ni la posteridad de ningún panteón cinematográfico.
Basket Case fue una película rodada en 16mm con un presupuesto casi inexistente de 35.000 dólares, marcando el inicio de una trilogía demencial protagonizada por el deforme Belial, el siamés violentamente extirpado del cuerpo de su hermano Duane, quien lo lleva escondido en el interior de una canasta y con el que mantiene una conexión telepática. La cirugía fue llevada a cabo años atrás por decisión de su padre, horrorizado ante la espantosa criatura que ocasionó la muerte de su esposa durante el parto. Tras el “éxito” de esta brutal operación perpetrada por la fuerza, los hermanos deciden dar muerte a su padre, y Duane emprende el viaje a Nueva York –con canasta y contenido incluidos- en busca de los tres médicos involucrados en el procedimiento para consumar su venganza. Realizada el mismo año en que Sam Raimi daba vida a otra deformidad memorable como lo fue la saga de Evil Dead, pero sin llegar a dar el salto al mainstream de su realizador, Henenlotter procede con la misma elasticidad viscosa con la que fue confeccionada su adorable criatura Belial, dotando a la película de salvajes y memorables secuencias de asesinatos –la de la doctora con instrumental quirúrgico clavado en el rostro “ranquea” en primer lugar, sin privarse tampoco de representar la violencia sexual –Belial no llega a alcanzar por muy poco su “bautismo” con la misma mujer de la que se enamora Duane, lo que marca el comienzo del conflicto entre ambos hermanos, por fuera de la trama de venganza que los venía uniendo hasta entonces.
Sería fácil desestimar Basket Case por su condición trash tanto como reivindicarla por esa misma filiación. El dilema –o el encanto, según como se quiera ver- de este cine tan ajeno a cualquier parámetro estético reside en lo altamente permeable que puede resultar a la sensibilidad del público, haciendo de cada juicio de valor emitido sobre sus cualidades un gesto más bien impulsivo e irracional que elude cualquier análisis en frío. Pero también resulta indudable que los fines de Henenlotter van por otro lado, bastante alejado de las especulaciones comerciales. Por extraño o absurdo que parezca para muchos espectadores, el cineasta parece adorar lo que hace –sin que ello sea motivo suficiente para que celebremos sus deformidades. Y eso le confiere cierta nobleza que, aunque más no sea, limpia a este cine bastante mugriento de cualquier rastro de cinismo o desprecio.