Reseñas de festivales
El escarabajo de oro
La ganadora de la Competencia Argentina como Mejor Película, El escarabajo de oro, utiliza en su guion el pretexto de la filmación de una película para, en realidad, partir en busca de un tesoro.
Enmarcada, como La última película (de Mark Peranson y Raya Martin) en el DOX:LAB del Festival de Copenhague, utiliza la fórmula de co-realización y co-escritura del guion entre un director europeo (la danesa Fia-Stina Sandlund) y otro no europeo (el argentino Alejo Moguillansky).
La exigencia planteada propone un reto en el que se devela la coparticipación de los dos realizadores en un film que persigue, para cada uno de ellos, finalidades diferentes. Si Fia-Stina propone una biografía de Victoria Benedictsson para reflexionar sobre una cuestión de género, a través de un personaje feminista, Alejo es captado por su amigo para viajar con todo el equipo de producción al pueblo Leandro N. Alem, en la provincia argentina de Misiones, con el fin de encontrar un tesoro misionero,bajo el pretexto de tratar el tema del colonialismo, a través de la figura histórica que le da nombre al lugar, aunque este personaje no haya pisado nunca ese suelo.
De más está decir que la historia discurre por senderos absurdos, aunque permite entresacar de las situaciones en que se ven incluidos los personajes, algunas líneas del discurso que en un comienzo se pretendía pronunciar. Así, bajo la égida del cuento “El escarabajo de oro”, de Edgar Allan Poe, los personajes y las acciones se ven sometidos a “tour de force”, luego de andar y desandar senderos, literales y metafóricos, para construir una historia simpática, aunque por momentos, exasperante.
Dice Moguillansky acerca de su socia en la dirección: “Ella es una feminista que estaba obsesionada con la autora Victoria Benedictsson y, sobre todo, con el personaje de La señorita Julia, la obra de Strindberg que está basada en la historia de ella. Tenía mucho que ver con los suicidios y ahí se me ocurrió hacer algo sobre Leandro N. Alem, que es un suicida que siempre me cayó simpático”. Si a eso le sumamos que ambos realizadores querían incluir en su filme los universos de Edgar Allan Poe y de Robert Louis Stevenson, entenderemos por qué por momentos El escarabajo de oro se vuelve absurda.
Moguillansky y Sandlund capitalizaron sus desencuentros en el momento de escribir el guion, aprovechando esas desinteligencias para incluir en su filme varias de sus obsesiones. Quizá demasiadas y poco coherentes, esas situaciones aportan a algunas escenas cierta frescura, mientras que en otras ocasiones se vuelven monótonas y aburridas. Sin embargo, subsisten, entrelíneas o explícitamente, las preocupaciones éticas e históricas acerca de temas como el dinero, el feminismo, la colonización, los contratiempos en una producción cinematográfica, la xenofobia, la picardía criolla… Lo dicho, son demasiados temas y no tan emparentados entre sí como para incluirlos en un solo filme y que convivan lógicamente.
Landro Alem estuvo en suelo misionero, correntino y paraguayo cuando joven teniente de artillería (llegó a Capitá) hizo como cientos de su generación la triste guerra del Paraguay