Muestras, Festivales y Premios
El cine de Venezuela en dos festivales
Es un hecho de la cultura que no fue noticia dentro ni fuera del país, pero el Festival del Cine Venezolano que se llevó a cabo en junio en la ciudad de Mérida puso de manifiesto que las mujeres directoras sobresalen en la más reciente producción de películas de Venezuela, con los filmes El regreso de Patricia Ortega, La distancia más larga de Claudia Pinto y la premiada en San Sebastián Pelo malo, de Mariana Rondón.
Entre las tres ganaron 12 de los 20 premios. Conquistaron el galardón a la mejor película, que obtuvo El regreso junto con otras cinco distinciones; el premio especial del jurado y el de la prensa, entre los cuatro en total que recayeron en Pelo malo, y los premios del público y a la mejor ópera prima, que fueron para La distancia más larga.
Si un dato como ese pudiera llamar la atención sobre el cine venezolano, casi invisible más allá de las fronteras del país, la realidad de las películas es otra. Salvo Pelo malo de Mariana Rondón, ninguna ha recibido un premio significativo en festivales, ni ha tenido un recorrido en ese circuito internacional comparable al de otros filmes latinoamericanos. Eso también distingue a Venezuela de otros países de América Latina que están detrás de Argentina, México y Brasil por lo que respecta a la cantidad de películas que producen, pero han logrado que varias de sus obras llamen la atención de críticos y programadores.
Esa es una característica negativa que el cine venezolano arrastra desde que se convirtió en un fenómeno cultural importante, a comienzos de la década de los años setenta. Las películas nacionales tienen un promedio de asistencia en el país que en 2013 fue de casi 120.000 espectadores, y este año un filme venezolano batió el récord histórico de asistencia en Venezuela con alrededor de 2 millones de entradas vendidas: la comedia romántica sobre el beisbol Papita, maní, tostón de Luis Carlos Hueck (2012). Pero no parece haber una producción con aportes creativos que sean apreciados en el extranjero.
La ganadora del premio a la mejor película en el Festival del Cine Venezolano de Mérida es un ejemplo. El regreso se inscribe en la que ha sido la línea más trascendental de la producción nacional desde los años setenta: películas sobre problemas sociales y políticos, tratados de acuerdo con un sentido común de izquierda y con un lenguaje de fácil comprensión para el público formado por la televisión. La novedad está en el tema: las masacres de indígenas y del desplazamiento de personas del pueblo wayuu como consecuencia de la violencia en la Guajira, zona fronteriza entre Venezuela y Colombia. Pero ni siquiera por eso ha logrado convertirse en un filme de referencia fuera del país. Tampoco por la calidad técnica, que le valió el premio a la mejor fotografía en el festival, así como los galardones a la mejor dirección de arte, vestuario y maquillaje.
Pelo malo se ha abierto camino fuera de Venezuela por el interés que hay en la temática de la diversidad sexual, que Mariana Rondón trata desde una perspectiva que pone en cuestión las miradas que etiquetan a los seres humanos por su comportamiento. El personaje principal es un niño que vive en el 23 de Enero, en Caracas, que quiere alisarse el pelo para tomarse una fotografía, lo que causa en su madre el temor de que sea afeminado. Esa manera de pensar tiene como correlato la ambientación de la historia en superbloques de departamentos que de alguna manera cuadriculan la vida. La necesidad de imponer identidades fuertes tiene como trasfondo esa modernidad deshumanizadora.
Pero no es sólo por eso que Pelo malo se destaca. La mirada de Rondón es afín a la de realizadores importantes de la actualidad, como los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne, de Bélgica, o la británica Andrea Arnold, por lo que respecta a su observación del cuerpo de los niños y adolescentes en situaciones sociales difíciles o precarias. Lo importante del filme no es sólo el problema de Junior con su madre, sino la manera singular que tiene de subir una escalera, por ejemplo, o de disfrutar sensualmente en un jacuzzi ajeno. El problema de la identidad sexual se refiere también al de abrir la mirada para ver a la gente como es, y no para vigilar cualquier gesto sospechoso que revele lo que no debe ser, a lo que se añade la capacidad de la mirada del niño para humanizar el entorno con sus juegos.
Otros dos filmes venezolanos podrían ser destacados junto con Pelo malo. Ambos se exhibieron en Muestra de Documental de Mérida no competitiva, también en junio. Son El silencio de las moscas de Eliezer Arias y Hay alguien allí de Eduardo Viloria.
El silencio de las moscas, estrenada el año pasado en el Festival Internacional de Documentales de Ámsterdam, trata de la proliferación de suicidios en pueblos de los Andes venezolanos. Pero no es solamente por eso que llama la atención. Lo más destacado es, por una parte, que el realizador hizo uso de elaboradas puestas en escena con diversos objetos para darles presencia en el filme a los que no están, a los muertos de la película. Además, logró tramar un complejo contrapunto de testimonios, grabados sin cámara, a través del cual se hace perceptible el peso de los sentimientos en relación con la muerte y lo significativa que es la cantidad de personas que se quitan la vida. Es un documental que indaga en un problema a través de la pesada atmósfera que se crea a su alrededor.
La cuestión de la apertura de la mirada a la realidad de los seres humanos tal como son de Pelo malo, está también presente en Hay alguien allí. Es un documental de observación sobre una familia con una hija autista, que incluye una investigación de la situación actual de otras personas con esa condición y que son adultos. Se los filmó con fines médicos en la década de los setenta, en registros que aparecen en el filme. Lo que se desprende de esa indagación es de una dura honestidad: la mejoría que puede haber en esos casos no va a ser suficiente para permitirles a esas personas llevar una vida autónoma cuando crezcan.
Pero el documental es más que un filme que busca crear conciencia sobre eso. Plantea, además, la cuestión de cómo ver al autista: como alguien que tiene una singular forma de ser y de relacionarse con los demás, que es como lo capta la cámara del documentalista, o como se lo considera con fines terapéuticos, es decir, en función de los parámetros de normalidad hacia los que se aspira que pueda encaminarse con la terapia. No se trata tampoco de un individuo: la película pone de manifiesto, con su mirada a la dependencia de los autistas, que hay familias afectadas por esa condición, no personas individuales.
Si los críticos y programadores del extranjero se abrieran más al cine de Venezuela, podría ser para captar la importancia que tienen en este momento el cine hecho por mujeres y la producción de documentales. Quizás también para considerar filmes en los que se ha reparado poco, como Hay alguien allí, aunque no haya muchos más que descubrir.
El regreso unagran pelicula que nos muestra cuanto falta en educación y terminar con la marginalidad, prostitución y pobreza en nuestra América