Festivales
14° Festival de Cine Alemán en Buenos Aires
El pasado mes de septiembre se realizó la decimocuarta edición del Festival de Cine Alemán en la ciudad de Buenos Aires, evento organizado por German Films en colaboración con el Instituto Goethe, que incluyó en su programación una selección de 18 películas producidas y estrenadas en Alemania durante el año 2013. Si bien este repertorio cinematográfico no parece haber puesto al descubierto el esplendor de una cinematografía deslumbrante que exija un reconocimiento inmediato, es innegable que el criterio de elección resultó ser lo suficientemente versátil como para estimular el interés de todo tipo de espectadores. Así fue como se incluyeron trabajos de realizadores ya consagrados, como el caso de la directora Caroline Link (Exit Marrakech) y de Doris Dörrie (Todo incluido), de algún olvidado ganador del Oscar como Xavier Doller (Los hermanos negros), y hasta de un veterano del Grupo de Oberhausen como Edgar Reitz, que presentó una obra maestra que justificó la sola existencia de esta edición del festival, Otra Heimat: Crónica de una visión, una imponente realización de cuatro horas de duración en donde el cineasta retoma su incursión sobre la historia de Alemania, remontándose esta vez hasta finales del siglo diecinueve. Pero también pudieron verse los trabajos de algunos cineastas que comenzaron a dar sus primeros pasos en el largometraje, como el caso de Ramon Zürcher con El extraño gatito, una de las películas más elogiadas de la muestra, o Rolf Roring con su ópera prima Querida Courtney. También hubo espacio para algún documental (Art War, de Marco Wilms) y la obligada inclusión de un bonus track como el de la exhibición especial de la piedra fundacional del expresionismo alemán, El gabinete del Dr. Caligari, con música en vivo, a cargo de Mudos por el Celuloide, que ofició de función de clausura.
Love Steaks es el segundo largometraje del joven realizador Jakob Lass. La película se centra en la historia de amor entre un joven retraído que es contratado para trabajar como fisioterapeuta en un resort y una ayudante de cocina con una eufórica adicción por el alcohol que también trabaja en el complejo. La historia se desenvuelve con cierta gracia y desparpajo, por el marcado contraste de carácter trazado entre ambos amantes, y por un tratamiento narrativo sin demasiado vuelo visual pero dotado de ligereza y humor. Jakob Lass trabaja con cámara al hombro sin sobreactuar la austeridad de estilo, y sus decisiones más llamativas parecen recaer en el montaje, ocasionando algunos saltos de cuadro al cortar entre planos de la misma escala, que generan un efecto levemente incómodo que se condice adecuadamente con sus extraños amantes. Sin embargo, algunas de sus decisiones formales presentes en el tramo final de la película parecen contradecir sus procedimientos previos. Se trata de una escena de catarsis amorosa violenta que tiene lugar a plena luz del día en una playa (el mar posee una connotación liberadora en esta historia), representada por Lass, a través del uso del slow motion y la presencia de la música en primer plano sonoro, recargando demasiado las tintas de un relato que podía pecar de poco ambicioso, pero que también transcurría en un agradable tono menor y con un todavía más grato fluir.
Art War, el mencionado documental de Marco Wilms, nos traslada hacia la Primavera Árabe de Egipto, pero para plasmarla a partir de las obras de la guerrilla artística egipcia, muy especialmente de las milicias conformadas por músicos de hip-hop, grafiteros y muralistas callejeros. Wilms trabaja con un montaje dinámico pero poco propenso a los excesos, privilegiando la claridad en la exposición de los argumentos que estos músicos y artistas plásticos ofrecen sobre la caída del régimen de Mubarak, donde también cabe la notable disconformidad hacia los movimientos políticos emergentes en el nuevo escenario de Egipto y que sucedieron a la caída del anterior líder. Wilms no puede evitar (y se ve que ni siquiera lo pretendió) cierto esquematismo condescendiente hacia sus personajes, ya que se posiciona claramente del lado de estos artistas callejeros, sin exponer una sola contradicción y contribuyendo a un maniqueísmo algo facilista en la representación del enemigo contrarrevolucionario. Dejando estos detalles de lado, el documental es entretenido, contribuye no solo a una correcta exposición del arte como manifestación del deseo de transformación social, sino que pone de manifiesto sus ambiciones no siempre correspondidas en el plano político, así como también aporta al conocimiento de algunos jóvenes interesantes artistas de Oriente Próximo.
Las peores presunciones que puedan asomar desde el eslogan de una película que se presenta como la más taquillera del año se confirman casi de inmediato desde los primeros minutos de Fack Ju Goëthe, enorme éxito comercial de la cartelera alemana de 2013, dirigido por Bora Dagtekin, que a priori despertaba cierta curiosidad por ver cómo un género tan poco afecto a la sensibilidad cinematográfica teutona como lo es la comedia podía sobrevivir al sentido del humor en un país donde existieron el nazismo y el muro de Berlín. El resultado es casi catastrófico (no desde los números, como ya se aclaró). Se trata de una comedia políticamente incorrecta sobre un ex convicto recientemente liberado de prisión que debe recuperar una enorme suma de dinero que quedó enterrado bajo un colegio secundario y asumir el inesperado rol de profesor de un grupo de alumnos que ostenta el récord de docentes fugitivos. Si bien se le agradece a la película que no cambie bruscamente el tono en busca de un costado redentor, el tratamiento fotográfico que resalta los colores chillones, la muy breve duración de los planos y el montaje frenético, contribuyen a un nivel de irritación narrativa que no facilitan la conexión emocional con los personajes, recrudeciendo en cambio sus aspectos más desagradables. Salvo por la puesta moderna y fluorescente de Romeo y Julieta y por una visita guiada con la que el profesor de malos modales somete al grupo de estudiantes a dealers, neonazis y otros especímenes del bajo mundo, la película resulta insufrible y exige una reparación mediante alguna remake en manos de Judd Apatow o alguien mejor preparado para estos menesteres.
Wolfskinder, de Rick Ostermann, es un correcto relato de supervivencia, ambientado a fines de la Segunda Guerra Mundial, en el que dos pequeños hermanos pierden a su madre y deben escapar del ejército soviético en medio de un bosque en Lituania, donde sus caminos se intersectarán con los de otros niños en la misma situación. La crudeza de la realidad de estos chicos convive en un muy calculado equilibrio con la belleza del entorno circundante, exponiendo el que quizás sea el principal problema de la película: la deliberada búsqueda de un salvajismo domesticado, embellecido por el uso moderado de los recursos formales, un vicio que aqueja a buena parte del cine europeo que busca la aceptación crítica de los festivales. La excesiva prolijidad de la película y su empecinado afán por no pisar el territorio minado de los lugares comunes le restan vitalidad, contribuyendo solo a un emprolijamiento algo anémico a la hora de representar la brutalidad y las vicisitudes de la guerra. Empecinamiento que de todas maneras no impide que adivinemos que una de las chicas perteneciente al grupo de jóvenes fugitivos intentará ser violada por un miembro de la resistencia lituana cuando duerman durante una noche en el refugio de un campamento. Un crowdpleaser festivalero.
Otra Heimat: Crónica de una visión fue uno de los acontecimientos cinematográficos del año. Esta monumental realización filmada en un memorable blanco y negro es un auténtico viaje en el tiempo, tal como se le atribuyó en varias críticas favorables recibidas por los medios argentinos. La película es una precuela de una saga televisiva que Reitz desarrolló en un total de 30 episodios (la primera entrega se estrenó en 1984, la segunda en 1993, y la tercera en 2004), sumando un total de 52 horas de narración. La saga recorre varios de los episodios más turbulentos en la historia alemana del siglo veinte, y hasta ahora había cubierto el arco comprendido entre el año 1919 y comienzos de 2000. En esta ocasión, Reitz toma nuevamente al imaginario pueblo de Schabbach (el de la primera Heimat) como representación de toda Alemania, pero retrotrae la acción hacia el siglo diecinueve, tomando como núcleo del relato a Jacob, un joven granjero con una sensibilidad diferente a la de su entorno familiar, traslucida en su gusto por la literatura, el conocimiento de otras lenguas y una ambición por explorar los confines del mundo. El relato se desplaza con cadencia poética, envolviendo a sus personajes con la belleza del entorno de valles y colinas del este alemán, mientras atraviesa temas como el despertar sexual, las contingencias políticas, el deseo de emancipación personal, las diferencias irreconciliables entre familiares distanciados… Con ocasionales y significativas intervenciones del color, pero alejada de cualquier embellecimiento frívolo, la monumental película de Reitz se aferra más a la tradición decimonónica de narración y elude con transparencia cualquier gesto moderno. Pero la prolijidad de Otra Heimat, a diferencia de la de Wolfskinder, se percibe más espontánea, como si fuera el desprendimiento natural de un relato que sigue las coordenadas del cuento clásico. La película sabe lidiar con los aspectos más sórdidos de la historia, apelando a la omisión y el pudor narrativo, no al tremendismo aligerado. La aparición cercana al final del personaje de Alexander von Humdboldt, astrónomo, naturalista, padre de la geografía moderna (encarnado por un espíritu nómade e inquieto, ese otro explorador de mundos llamado Werner Herzog) reafirma el ansia de desplazamiento y la maldición de quietud que acecha sobre la figura protagónica de Jacob, que concluye su viaje en el mismo lugar desde donde empezó.
Excelentes tus comentarios,yo diría imperdibles.-