Muestras, Festivales y Premios
La obra de Djibril Diop Mambéty en el festival L’Alternativa
Este año L’Alternativa, el Festival de Cine Independiente de Barcelona, rindió tributo en una de sus secciones paralelas a la obra de Djibril Diop Mambéty y a su sobrina Mati Diop que continúa en su senda. Así, del cineasta senegalés se seleccionó Touki Bouki (1973), Hyènes (1992) y La Petite Vendeuse de Soleil (1998); mientras que de la actriz y realizadora francesa se pudo ver Atlantiques (2010) y Mille soleils (2013), ambas rodadas en Dakar como una conexión consanguínea con la obra de su tío.
El primer largometraje de Mambéty, Touki Bouki, fue el elegido para la sesión inaugural del Festival, como muestra inequívoca de cine alternativo que se mantiene en la vanguardia cinematográfica, a pesar de haberse estrenado hace más de cuarenta años. En su momento fue aclamado con el Premio de la Crítica Internacional en el Festival de Cine de Cannes y el Premio Especial del Jurado en el Festival de Cine de Moscú, y ha vuelto a la gran pantalla en una copia digital restaurada gracias a la World Cinema Foundation, una organización dirigida por Martin Scorsese para preservar películas de todo el mundo.
Touki Bouki significa «Viaje de la hiena» en wolof, la lengua nativa de Mambéty, y es sin duda una “road movie” que transita por las polvorientas carreteras africanas para alcanzar el sueño europeo en la Ciudad Luz. El nombre de París resuena una y otra vez en un estribillo pegajoso, gracias a la simbólica voz de Josephine Baker, que canta a su ciudad de adopción para acompañar el viaje iniciático de una particular pareja que se siente marginada por la pobreza que los envuelve. Mory (Magaye Niang), un vaquero que conduce una moto decorada con cuernos de vaca, y Anta (Mareme Niang), una estudiante universitaria de aspecto andrógino, encarnan una versión ocre de Jean-Paul Belmondo y Jean Seberg en À bout de soufflé (1959). Una pareja que anhela escapar, víctima de sus propios sueños, que la ha convertido en extranjera en su propia tierra, emprende una serie de hurtos y pillerías para lograr comprar su objetivo. Pero ya sabemos que la pareja del ladrón y la estudiante no termina juntos, aquí ella embarca finalmente a París, siguiendo una ruta incierta y sin retorno, y él emprende una carrera de retorno al punto de partida, como una manera de reconciliación, para poder amar y morir en la tierra que lo niega.
Casi veinte años pasaron en la vida de Mambéty para que volviera a realizar otro largometraje, Hyènes, para continuar su eterno viaje a la semilla y regresar a su natal Colobane. Los cantos de griots, esos bardos de África Occidental que alaban y despiden a Mory en Touki Bouki, abren ahora este segundo largometraje para anunciar la vuelta a casa de Linguère Ramatou (Ami Diakhate), una dama que vuelve millonaria a su pueblo, sumido en la miseria, donde hasta su ayuntamiento está embargado. Ella porta la cura económica, el cegador brillo metálico de un precio muy alto. Ratificando así la incursión de estas hienas, sujetos evidentes de estos dos largometrajes, que acechan con sus ojos vidriosos, mientras esperan el mejor momento de devorar los despojos de la miseria humana.
Y aunque Hyènes es una inspiración libre de la obra de teatro “La Visite de la vieille dame» del suizo Friedrich Durrenmatt, resulta ser una vuelta más del espiral de la obra cinematográfica que construye Mambéty. Rutas interconectadas, como una tela de araña en la que se ven atrapados sus personajes. El viaje de Linguère Ramatou bien podría ser la vuelta de Anta que se encuentra con Mory dos décadas después, encarnado ahora en las barbas blancas de Dramaan Drameh (Mansour Diouf), que permaneció en el pueblo, atado a la tierra, mientras ella caminó por el destierro en el que la abandonó.
Mientras que la pequeña Sili Laam (Lissa Balera), la protagonista de La Petite Vendeuse de Soleil, podría ser la hija perdida de la pareja frustrada de Anta-Ramatou y Mory-Drameh. Ella incluso comparte con Linguère Ramatou la discapacidad física, figuras frágiles que se apoyan en bastones y muletas, pero con un espíritu que desafía todas las convenciones sociales. Sili Laam quiere trabajar, ayudar a su abuela ciega, y para ello va a vender periódicos, aunque sea un trabajo para hombres. Una heroína auténtica con los pies en la tierra y con la que Mambéty concluye literalmente su viaje en la vuelta a la infancia. Una obra póstuma dedicada “al coraje de los niños de la calle”, que el director llegó a ver solamente en su montaje, y es el segundo mediometraje de una trilogía de “Historias de gente pequeña” que inició con Le Franc (1994), dejando inconclusa con una tercera ya escrita: La Casseuse de Pierre.
Con una imagen cercana a la realidad y lejos del simbolismo de algunas puestas en escena de Touki Bouki o de Hyènnes, Mambéty, nos deja literalmente una obra luminosa. El Sol, el astro rey, tan presente en su tierra y en los marcados claroscuros de su imagen, es aquí un protagonista más, ya que no solo es el nombre del periódico que vende Sili Laam, es su firma y su luz reflejada en una alegre vestimenta amarilla. Combinándose en ella la esperanza de un nuevo día y la tradición oral ancestral, tan presente en la obra del director como en el continente africano, con La bella historia de la liebre Leuk que Sili Laam cuenta a su amigo, y que sin duda es la historia fabulada de ella misma al destacar la juventud asociada a la inteligencia y valor en estado puro.
Volver a ver la obra de Mambéty, aunque esté anclada en el siglo pasado, es comprobar que hoy sus historias tienen una vigencia absoluta. Estas tres obras son la prueba de ello: los jóvenes que emigran ante la nulidad de alternativas en su tierra, en Touki Bouki; la salvaje sociedad de consumo que nos devora, en Hyènes; mientras que la infancia cede ante la pobreza y el trabajo, en La Petite Vendeuse de Soleil. Y no solo pasaba en Senegal; hoy, lamentablemente, son relatos universales. Esto hace que la obra de Mati Diop, realizada en el presente siglo, se conecte con estos temas y estas historias, no solo por su herencia familiar, sino también por su absoluta contemporaneidad.
Atlantiques, el segundo cortometraje de la realizadora, es sobre la historia del sueño de la noche en que caen miles de jóvenes tratando de alcanzar la otra orilla del Mediterráneo, cuyo faro puede alumbrar el camino o los enceguece con su luz. Serigne, un Ulises contemporáneo, cuenta en un poema su odisea a otros jóvenes, obsesionados, como él, en llegar a Europa. Su relato es una mezcla de la cruda realidad y del mito necesario, de hombres que desaparecen bajo el mar o que se convierten en peces para llegar a la otra orilla, pero sobre todo es con la palabra con lo que logra vencer por una vez a la muerte y regresar a su orilla de partida para descansar. Y pareciera que el tiempo, en lugar de avanzar, retrocediera. Anta partía en un imponente trasatlántico y ahora los jóvenes parten en precarias pateras, mientras su juventud se sigue perdiendo en el mar. Trágico final que le espera a la valerosa Sili Laam.
Por su parte, Mille soleils, la última obra de Mati Diop, conecta directamente con Touki Bouki y va tras las huellas del actor que hace cuarenta años le dio vida al joven vaquero Mory. Un relato necesario que se construye entre el documental y la ficción para mostrar el final de una historia de amor que quedó pendiente en la gran pantalla. Mory-Magaye Niang nunca salió de Dakar e hizo su vida junto a otra mujer, como Dramaan Drameh en Colobane, mientras que Anta nunca volvió al calor de su tierra y se quedó para siempre en la fría Alaska, como muestra inequívoca de las vueltas que da la vida. Por otra parte, Touki Bouki se presenta como un clásico del cine senegalés, simbolizado en un joven Mory que corre en la pantalla, mientras un canoso Magaye Niang se ha quedado detenido en el camino, ante la pérdida de un gran amor. El ganado se continúa arreando en las afueras de Dakar, como lo hacían Mory y sus ancestros, como ahora lo hace Magaye Niang y lo harán los que le sigan. Inicio y final de un ciclo vital al que recurrió Mambéty, una y otra vez, en su obra.