Festivales
BAFICI 17 – Competencia Internacional
Este año, Bafici cumplió 17 ediciones, con cerca de cuatrocientas películas en sus salas, que fueron ampliándose a otros espacios más allá del distinguido barrio de Recoleta: el Planetario y el Hipódromo de Palermo y el Teatro Colón. El Anfiteatro del Parque Centenario ofreció como inauguración del festival El cuento de la princesa Kaguya, una hermosa historia de dibujos animados tradicionales, con la magia que suele ofrecernos el famoso Estudio Ghibli. Fue una función popular, abierta para todos y al aire libre. Pero para la Apertura oficial, con una lista de invitados más reducida, se proyectó El cielo del Centauro, una mirada entre extraña y propia de la Buenos Aires que todo porteño quiere guardar para sí. Hugo Santiago recorre los íconos de la ciudad rioplatense con un estilo muy cercano al de Tetro, de Francis Ford Coppola, pero más auténtico, sobre todo por los personajes que pone a andar en una historia policial que se empequeñece ante la belleza de los espacios hermosamente fotografiados.
Los tres cortos institucionales, La imagen fantasma I, II y III estuvieron a cargo de Sergio Wolf, ex director del Bafici, que se centró en los juguetes ópticos creados por Federico Ransenberg, y que estuvieron expuestos en una de las Salas del Centro Cultural Recoleta. Cada corto dura un minuto y muestra una imagen estática que alguien pone en movimiento, liberando la magia que permite la persistencia retiniana. Esa imagen luego se desenfoca y muestra en un segundo plano el rostro del inventor. Un juego de imagen y sonido, foco y desenfoco, luces y sombras, con un final fundido a negro, mientras se reproduce un pequeño y oportuno fragmento del libro de David Oubiña, Una juguetería filosófica.
Cuatrocientas películas, eventos musicales, conferencias y mesas redondas… mucho para escasos diez días. Por eso en este número de EL ESPECTADOR IMAGINARIO nos detendremos en la Competencia Argentina (en un artículo aparte, a cargo de Marcela Barbaro) y la Competencia Internacional, con la finalidad de acercar a nuestros lectores un pequeño recorte de lo que fue el Festival.
La Competencia Internacional ofreció dieciocho largometrajes, de ficción y documental, provenientes de diferentes países: Argentina, Austria, Brasil, Corea del Sur, Cuba, España, Estados Unidos, Francia, Irán, Israel, Jordania… El nivel de calidad de las películas de la competencia fue parejo. Court, del director indio Chaitanya Tamhane, ganó el premio a la Mejor Película y al Mejor Actor (Vivek Gomber). Una obra digna, que narra con una mirada humanista y sensible las vicisitudes que debe sortear un abogado para defender a un músico tradicionalista, acusado de instigar al suicidio a un espectador de una de sus funciones. Los entresijos de la burocracia más tercermundista y de una justicia adormecida e indiferente de los temas que trata son las líneas centrales del guion. Gran trabajo para el director de arte, que debió reproducir las salas del juzgado, ya que en India no se pueden hacer fotografías del lugar. Unos salones donde pareciera que el aire se hace irrespirable, donde se delatan las clases sociales de cada uno de los asistentes, con diálogos casi mecánicos, que solo tienen la intención de alargar el proceso, sin tener en cuenta que lo que se está juzgando es un ser humano. Sensible, moderada, sin grandes ambiciones, pero deja una desazón en el espectador que tardará algunos días en sacudirse.
La niñez, tierra virgen
El mundo de los niños no logra escindirse del mundo de los adultos. El adulto está presente para instalar una disciplina o funcionar como un modelo. En esa relación, a través del mundo de los chicos, queda develado el mundo de los adultos. Los niños de estas historias viven en barrios marginales, en ambientes más pudientes o en el desierto. Todos echan en falta a la madre (y cuando la hay, la desconocen). En su entorno hay adultos que no siempre cumplen con su rol educativo y comprensivo. Son niños que acusan una pesada soledad, una profunda orfandad.
The Kindergarten Teacher narra la historia de la relación entre un niño que en momentos de trance recita poesías sobre el amor y una maestra que no logra conmover con su vena poética a quienes les lee sus poemas. Con planos generales y tonos pastel, el israelí Nadav Lapid (ganador del Premio a Mejor Director en esta edición y autor de Policeman, Mejor Película en Bafici 2012) nos distancia de los personajes, mostrándolos en espacios limitados, con un interés casi entomológico, y va llevándonos con cierta distancia por este universo que se va creando en la mente de la maestra, y en el que la presencia del niño se convierte en central. Salvo por ese “estado de gracia” momentáneo, el pequeño es un chico común, que se integra con sus compañeros y que se lleva perfectamente con su niñera. Como grandes trazos de una pintura, se esboza una madre ausente y un padre muy ocupado. En cambio, la maestra tiene una familia constituida, un esposo que la escucha recitar sus poesías con cierta condescendencia y un grupo literario donde puede exhibir los poemas del niño como propios para comprobar si hay alguien más que se emociona con ellos. El discurso se centra en la insatisfacción de la maestra, en esa impotencia por conmover a los demás con sus versos, como se conmueve ella con los poemas del niño; en la inspirada poesía que moviliza a la mujer, al punto de volverse una obsesiva protectora del pequeño. Si bien los tonos pastel de la fotografía, los planos generales, los espacios fríos y los diálogos secos nos distancian de los personajes, queda latiendo, subterráneamente, una condición cuasi alienada, obsesiva, perversa, acerca de la necesidad de poseer algo tan intangible como es la inspiración artística.
Ben Zaken es la ópera prima de la directora israelí Efrat Corem y cuenta una historia de realismo social, donde Ruhi Ben Zaken es una preadolescente con problemas de comportamiento, debido a la falta de figura materna. Tres generaciones habitan un apartamento humilde en las afueras de Ascalón: Ruhi vive con su padre, su tío y su abuela. La niña muestra problemas de conducta y solo encuentra consuelo en los brazos de su padre. El tío mantiene la casa y trata de conseguirle un puesto de trabajo al padre de Ruhi, quien no logra cumplir con sus obligaciones. La abuela culpa la chica de la situación de su padre y ambas se maltratan verbalmente. Los planos cercanos y los ambientes oscuros muestran espacios opresivos, carentes de momentos esperanzadores. Las actuaciones son medidas, no hay sonrisas ni emociones positivas. Todo el tiempo estamos esperando un desenlace fatal. Cada escena pareciera conducir a un callejón sin salida, que no lleva al dramatismo de un suicidio, sino a una dilemática y devastadora decisión.
Theeb, ganadora del Premio del Público, es la historia de un niño jordano que, luego de la Primera Guerra Mundial, ve trastocada su existencia por la llegada de un oficial británico. Hasta entonces, Theeb vivía junto a su familia nómade, admirando a su hermano, quien le transmitía las tradiciones de su casta y le enseñaba métodos de supervivencia. Honrando el nombre de su padre, ambos hermanos parten en un viaje a través del desierto árabe, que será un bautismo de fuego para el niño. Nabi Abu Nowar presenta su ópera prima, una especie de western beduino, donde los caballos son reemplazados por camellos y el saloon, por un pozo de agua; los buenos visten de blanco y los malos, de negro; y el avance de la civilización es ese “caballo de hierro” que tantas vidas se cobró en el Oeste americano. Noches oscuras, apenas iluminadas por la luz de una fogata y días a pleno sol en el desierto. Una historia de superación clásica, con un pequeño inquieto que lleva en la mochila las máximas que ha predicado su padre y los medios de supervivencia que le ha enseñado su hermano. Lo mejor del filme: la camaradería fraternal, su incursión entre los desfiladeros, con el ropaje blanco dándole contraste a un paisaje color naranja; lo peor, la segunda mitad, donde se inclina definitivamente hacia el western clásico, sin lograrlo del todo.
Las austríacas Veronika Franz y Severin Fiala son autoras de Goodnight Mommy, otra película de género. Dos mellizos sospechan que la mujer que dice ser su madre no lo es, pues una máscara la protege de las heridas producidas por un accidente. Si comienza como un filme de suspenso, hacia el final se va por la senda del gore. Una casa amplia y aséptica, unos niños con todos los juegos a su alcance, la mujer recluida en su cuarto. Los chicos tienen todo el tiempo del mundo para aburrirse y pensar cómo recuperar a su verdadera madre. Atmósferas perturbadoras y momentos inquietantes al promediar la película. El final se apura en hechos y se guarda la tramposa fórmula de una explicación, antes de la decisión final, que hace que reveamos el film de otra manera.
Juventud, divino tesoro
Erróneamente, pensamos que la juventud implica valores netamente positivos, quizá por su fuerza, su energía y la posibilidad de luchar por ideales ya dejados de lado por las generaciones anteriores. Sin embargo, los jóvenes de Los exiliados románticos y Atomic Heart se plantean otras preocupaciones, quizá más terrenales, pero también más sinceras. En ambos casos, emprenden un viaje, que como todo viaje, tendrá un componente de búsqueda y de crecimiento.
En Los exiliados románticos, Jonás Trueba (director de Los ilusos, presentada en Bafici 2013) cuenta la historia de tres amigos que parten en verano hacia París en una furgoneta prestada. Según narra el director, la idea de un guion no escrito, sino hablado, surgió en una ronda de amigos y de allí a filmarlo fue solo un paso. Se trata de una película fresca, con diálogos espontáneos, que presenta temas como la amistad, el amor y el arte. Mientras los amigos cruzan la frontera de España a Francia, sus conversaciones son las típicas de tres hombres jóvenes que se ríen de sí mismos. Pero cuando comienzan a aparecer las chicas, y con ellas la posibilidad del amor, el filme cambia de registro y se vuelve menos superficial. Recuerda, de alguna manera a La fille du 14 juillet, vista en Bafici 2014: un grupo de jóvenes que sin causa alguna emprenden un viaje que no saben dónde los llevará. Es una película fresca, filmada en su mayor parte en exteriores o en el interior de la furgoneta, y no tiene más desenlace que un paisaje nuevo, que puede ser un próximo punto en el recorrido. Nada ambiciosa, la película registra una reunión amistosa, con la soltura y espontaneidad que suelen tener estos encuentros. Así de efímero también es el filme para el espectador.
Algo más conflictuadas son las dos chicas que salen de una fiesta en Atomic Heart (Madar-e ghalb atomi), de Ali Ahmadzadeh. En su regreso a casa, algo mareadas, recorren en coche las calles de una Teherán iluminada y solitaria. El destino de las chicas parece inspirado en el del protagonista de After Hours (Martin Scorsese, 1985): una salida que se va complicando a medida que va pasando la noche. El encuentro con un amigo nos permite conocer algo más de estas chicas: su relación, la enfermedad de una de ellas, el deseo de irse del país de la otra… Un choque, las conversaciones con el agente de tránsito y un ser que aparece de la nada le van a dar al filme, a partir de aquí, un toque fantástico. Porque ese hombre que ha aparecido para salvarlas de ir presas, también las tendrá cautivas a su manera. La película no atrapa, y a pesar de que se mencionan temas políticos y sociales, se queda en una radiografía de una clase acomodada, sin mayores profundizaciones. La historia, que comienza con una de las chicas jugando con la puerta del ascensor, que repite su sonido una y otra vez, replica esa manera de perder el tiempo, quedándose en una misma idea reiterativa.
Parejas ¿disparejas?
Algunos viajan, otros, forman parejas. Están los jóvenes que buscan el amor y los jóvenes que lo han encontrado y temen perderlo. Dos de las películas presentadas en Bafici 2015 sostienen esta última problemática. Bien podríamos denominar el tema como “escenas de la vida conyugal” o “encuentros y desencuentros”, porque nuestras dos parejas, las de Días extraños y El incendio, conviven en conflicto.
Dicen que el paisaje del Caribe es una película a color y el de Buenos Aires, una película en blanco y negro. Así debe haber percibido la ciudad porteña el director colombiano Juan Sebastián Quebrada, porque ha rodado Días extraños en blanco y negro, en una Buenos Aires solitaria, donde ubica a una pareja de inmigrantes colombianos que ve desvanecer en su cama el ardor que alguna vez los reunió. Planos largos en interiores y exteriores muestran a los personajes en medio de la desolación de la ciudad y de la decadencia del espacio que habitan. La precariedad en la que viven puede bien ser metáfora de la fragilidad de su relación. La ciudad extraña en que viven los reduce al gueto de los inmigrantes, donde deben entenderse con un coreano y con una uruguaya. Será esta chica el detonante que ponga en riesgo la relación. El final, para qué contarlo… si hemos disfrutado de una excelente fotografía, unas actuaciones poco creíbles y escenas de sexo como hacía tiempo no se veían en el cine de estos lados. Nos quedamos con la impresión de que se trata de jóvenes mal mantenidos por sus padres, que no tienen nada mejor que hacer que tratar de pasarla bien, aunque en ese trámite, se contaminan con celos, individualismos y miserias… como le pasa a cualquier pareja.
El incendio es la ópera prima de Juan Schnitman, quien lo define como “un policial de pareja, con mucho dinero en juego, mucha violencia y elementos clásicos del género, aunque en realidad cuenta el hecho de que dos personas la están pasando muy mal”. Si eso es lo que quiso transmitir, al menos en la primera parte de su intención no es lo que consiguió. El hecho de comprarse un apartamento, contar con la suma de dólares necesarios para pagarlo y que posterguen en veinticuatro horas la fecha de la transacción puede ser fatal en Buenos Aires. Nadie tiene tanto dinero junto en su casa. Si la película prometía irse por el tema de la inseguridad en la capital porteña, por suerte no lo hizo. En cambio, sí despertó en la pareja un conflicto evidentemente adormecido por años. El inconveniente desencadenó, nuevamente, las miserias de la pareja, sus deseos individuales, las cosas que se han perdido mientras han estado juntos… Armada casi como si fuera una obra teatral, dentro de un apartamento que parece una jaula donde se han juntado dos animales hambrientos. La violencia contenida y a punto de estallar se percibe casi desde el comienzo. La posesión del dinero, la cercanía a tanta cantidad, desenmascara los deseos y carencias de cada uno, en una relación histérica que demuestra que no está consolidada. Schnitman logra finalizar la historia con un cierre digno, a pesar de que por momentos exaspera por la reiterada muestra de incomprensión que se instala entre los jóvenes.
La familia puede ser una pesadilla
Otros jóvenes viven inmersos en familias con problemas de convivencia y muchas veces son arrastrados por los conflictos de los adultos. Es el caso de Prometo um dia deixar essa cidade, segunda película de ficción del brasileño Daniel Aragão. Una de las más débiles de la selección internacional. Con interpretaciones sobreactuadas y locaciones que pretenden fijar la condición social de una joven adicta a las drogas, que regresa al hogar luego de un tratamiento. Su recepción no es la mejor. Un padre político, un novio que asiste al suegro en los mítines donde se presenta y un grupo de amigos que no ven con buena cara la inclusión de la chica en un panorama de prometedor ascenso político. A eso hay que sumarle la falta de una madre, las amigas dañinas y, lo peor, la enfermiza relación entre padre e hija. Nada convence, ni las actuaciones ni los espacios, y para colmo la música juega con la estridencia de voz y sonidos que solo impulsan al espectador a irse antes de ver la palabra “Fin” sobre la pantalla.
Mucho más realista es el caso de Ela volta na quinta, de André Novais Olivera (Brasil), que obtuvo uno de los dos Premios Especiales que otorgó el Jurado. Si bien los protagonistas son dos personas mayores, los hijos viven preocupados por la ruptura que ven sobrevenir en el matrimonio de muchos años de sus padres. Una madre ama de casa, con alguna dolencia física, desencantada de todo y un reparador de electrodomésticos que tiene una familia paralela, parecen haber llegado al final de una relación. Los conflictos que sospechamos han vivido durante todo su matrimonio repercuten en las relaciones de sus hijos, que preocupados se preguntan cómo resolver lo que ya no tiene solución. El espectador se ve incluido en esa casa, acompaña al hombre en su trabajo, a la mujer durante sus compras, a los jóvenes junto a sus parejas… parece que nos hubieran permitido ver un fragmento de vida de esta familia. El conflicto está latente, pero no es un desencadenante. Sólo vemos que la vida continúa, como suele hacerlo en la realidad, y nos deja con la impresión de haber visto, más que una ficción, un documental sobre una familia de Belo Horizonte.
Una de las mejores propuestas pasó sin pena ni gloria por el Festival. Se trata de La obra del siglo, del director cubano Carlos Quintela. Abuelo, padre e hijo viven en un edificio en ruinas en Jaraguá, en Cienfuegos. Desde el balcón puede verse la cúpula de la que sería la “obra del siglo” que le da título al filme. Durante el “romance” cubano-soviético, se edificó en ese lugar lo que sería un edificio de avanzada nuclear y, a su alrededor, los monoblocks que habitarían los ingenieros contratados para tal misión. Con la disolución de la Unión Soviética, el proyecto quedó inconcluso. Parte de ese sueño abortado se refleja en la vida de los tres hombres que habitan el oscuro apartamento en la ciudad fantasma. El abuelo pretende seguir manteniendo su función de patriarca, con una edad en que no tiene filtros para decir lo que piensa; el padre, un ingeniero desocupado, intenta rehacer su vida y sueña con épocas gloriosas y un sueño que se acabó demasiado pronto; el hijo, con toda su juventud y energía, solo es un desocupado más. Estamos ante una radiografía de lo que fue una revolución modelo y que ha llegado con todos estos problemas al segundo milenio. Una mirada autocrítica de las condiciones de los cubanos en la isla, con sus sueños rotos y viendo pasar la vida, a ver si con los días llega lo tan ansiado. Quintela acude a material de archivo para situar su historia, una historia rodada en locaciones interiores, filmada en blanco y negro, con grandes actuaciones de los tres hombres y la aparición breve de una mujer que llega para ponerle algo de color a la gris vida de estos seres, animándose a colocar, de una buena vez, en su lugar al “honorable” patriarca. Estampa triste y desencantadora, que muestra las huellas de los sueños frustrados, de la misma manera que el afiche de una mujer hermosa que el abuelo rescata del olvido hoy se desluce por los hongos que lo van cubriendo.
Registros documentales
En la edición de este año, de dieciocho películas que se presentaron, cinco fueron documentales. Songs from the North, de la directora coreana Soon-Mi Yoo, ganó el segundo Premio Especial del Jurado. Como en La obra del siglo, aquí también hay una autocrítica política. Rodada a la manera de un diario con anotaciones personales, recoge imágenes de Corea del Norte actual y las empalma con material de archivo, donde se enaltece la figura del líder supremo Kim Jong-il, y lo hace a través de imágenes antiguas, donde vemos a la población rendirle tributo y admiración. Soon-Mi Yoo no comenta, solo muestra, dejando al espectador ante la glorificación de una figura controversial para sacar sus propias conclusiones.
Más típica de un video para la televisión es Double Happiness, de la directora austríaca Ella Raidel. El tema es la reproducción de un pueblo de Austria, Hallstatt, en la ciudad de Luoyang, China. La cámara registra las semejanzas y diferencias entre ambas localidades, recoge los testimonios molestos de los habitantes del pueblo original y las sonrisas de los visitantes de la réplica. Con ello brinda una mirada particular sobre los vastos emprendimientos del gigante asiático, apoyados más en un plano estético que funcional.
Siempre es interesante volver la vista a la década de los sesenta en Europa. Une jeunesse allemande, del francés Jean-Gabriel Périot (Bafici ofreció un Foco del director en 2010), compone con material de archivo la radicalización de la juventud alemana en esa década, a través de la figura de los intelectuales Ulrike Marie Meinhof Meinhof y Andreas Baader, pertenecientes a la Facción del Ejército Rojo. La necesidad de la participación armada para enfrentar y modificar una realidad social y política era el argumento que soportaba su ideología. Périot expone la historia desde 1965 hasta 1975, con hechos paralelos en otros sitios del mundo: mientras los jóvenes estadounidenses reclaman el cese de la guerra de Vietnam, las Brigadas Rojas toman las calles romanas y el Mayo Francés explota en París, la juventud alemana no es indiferente y se organiza para conseguir su meta, poniendo el cuerpo en su misión. Si al comienzo aparecían en televisión como un grupo de jóvenes rebeldes que sacudían las estructuras del pensamiento tradicional autoritario de la sociedad alemana, más tarde se radicalizaron y utilizaron el terrorismo para imponer su ideología. Las imágenes están montadas como clips dinámicos que van mostrando durante diez años la radicalización de unos jóvenes intelectuales inconformes, hasta su detención y muerte. Périot ha recopilado suficiente material para componer una obra coherente y hasta esclarecedora de hechos oscuros durante la década que retrata. Y para tomar partido, elige cerrar el documental con una escena de Alemania en otoño, de Rainer W. Fassbinder, donde el director-actor toma una actitud a favor de los intelectuales rebeldes, mientras su madre añora el autoritarismo del pasado.
Y si hablamos de clips dinámicos, el mejor puzle que se presentó en el Festival fue Transeúntes, un documental español, dirigido por Luis Aller. Según cuenta su autor, trabajó con cerca de 7000 planos, montados al son de una música frenética, que muestra fragmentos de Barcelona desde sus ángulos más desconocidos. Los primeros minutos, el bombardeo de imágenes repetitivas sin aparente “ton ni son” parece querer expulsarnos de la sala. Pero poco a poco esas imágenes y sonidos iniciales van componiendo un verdadero rompecabezas, alternando las mismas imágenes con otras líneas de diálogo, logrando connotaciones mucho más enriquecedoras que su primera exposición. Transeúntes nos habla de España, de su situación social, de la crisis que se le vino encima, de la supervivencia, del lugar que ocupan los servicios que antes eran útiles y hoy parecen una mueca graciosa para necesidades que superan lo imaginable. Lo mejor, es que nos habla de una situación crítica, pero lo hace por todo lo alto, con un dinamismo envidiable, con una cantidad de mensajes que pueden leerse de diferente manera, pero todo confluye en un discurso que muestra una realidad, aunque desesperanzadora, con todo el ánimo del mundo. Como dice el catálogo del Festival, Transeúntes es “una exposición de 100 minutos a un bombeo de imágenes sincopadas que te conducen a un trance gozoso en el que, ante tus ojos, pasa la epopeya de Barcelona, una ciudad en constante y dolorosa transformación”.
El último documental que integró la Competencia Internacional es Above and Bellow, del estadounidense Nicolas Steiner. Se trata de un reportaje a personas que viven marginadas de la sociedad. Armada como un viaje que va desde la estratósfera hasta el fondo de la tierra, pasando por una superficie desértica, nos incluye en las vidas de: una pareja que vive totalmente instalados en un túnel por donde cada vez que pasa el agua, deben sacer sus muebles y comenzar de nuevo; una joven que se ha enrolado para viajar a Marte y vive encerrada en un traje aislante para ejercitar sus pasos por el planeta rojo; y un vaquero perdido en el desierto que sobrevive en soledad al rayo del sol. Son historias atrapantes, filmadas con una sensibilidad fuera de lo común. Lo único malo es que Steiner no logra darle un cierre digno. Hay un plano hermoso, que funciona como síntesis, en el que la cámara baja del cielo, pasa por el desierto y se sumerge bajo tierra, que hubiera sido un final ideal para una película cautivante. Pero continúa y amaga un par de veces más con finalizar algo, que abruptamente recomenzaba. Una pena…
El premio consuelo
Dejamos para el final la película argentina que se llevó el premio a la Mejor Actriz, Verónica Llinás, quien además es codirectora, con Laura Citarella, de La mujer de los perros. Nunca un título sintetizó mejor una historia. Porque en la película de estas dos argentinas no hay más que eso, una mujer que vive con sus perros. Nunca sabremos si es una paria, si es pobre, si está loca… todos argumentos prejuiciosos para alguien que ha elegido vivir en libertad. Todo lo que veremos está reducido a su andar por el campo y refugiarse en una vivienda precaria. Casi no hay palabras. La mujer esboza una sonrisa tonta de principio a fin y no sé, realmente, si el premio no ha sido una especie de consuelo a la cinematografía vernácula. Con esto cerramos nuestro panorama por la Competencia Internacional. Y como sucede con todo festival, ya estamos esperando, ansiosamente, el Bafici 2016.
Excelente demostración de síntesis crítica,que resumiendo tantas películas del Festival, logra despertar el deseo de hacer nuestra propia elección para disfrutarlas.-