Críticas
Inolvidable recuerdo
El hombre tranquilo
The Quiet Man. John Ford. EUA, 1952.
Es una necesidad imperiosa, que nace en lo más profundo del alma y que explosiona contra las paredes del cuerpo. Ojos cerrados. Párpados exprimidos. Pestañas contra pestañas. Es un sueño que zapatea y atornilla la voluntad hacia una búsqueda incansable, prácticamente utópica. La felicidad, un deseo febril, que se amotina en el subconsciente y lo oprime hasta el final de los días.
Un fragmento cincelado en el ADN del ser humano. Un átomo primitivo, que crece con insistencia y se agarra con nervio a cualquier idea que conciba la imaginación. La bonanza son pequeñas alegorías que desean convertirse en tangibles o terrenales; una encarnación material, para sentir sosiego y plenitud. Un empeño caprichoso que en determinadas ocasiones se posa en un lugar establecido, un emplazamiento mágico y especial con nombre propio. Simplemente Innisfree.
El paraíso inolvidable de John Ford. La historia de una redención. El esperado regreso de un hijo pródigo. La luz perdida de Rafael Alberti. Una historia sencilla, perfecta, sobre el amor, la amistad, la tradición y las normas sociales; una narración que se expande con astucia en cada una de sus escenas. Un relato insuperable sobre un personaje sereno y pacífico, que llega desde tierras lejanas, buscando su ansiada paz interior y su consecuente felicidad. Es una comedia maravillosa que, tras horizontes bucólicos, esconde las más increíbles de las riquezas cinematográficas.
El hombre tranquilo es un cuadro costumbrista de pinceladas suaves, íntimas y luminosas. Es un movimiento artístico, que mezcla, con perfecta simetría, el folklore impertérrito de Irlanda con los sentimientos más profundos del ser humano. Es la delicadeza “hollywoodiense”, la Magna sencillez de Ford, que evangeliza lo sobrio y lo transforma en un elemento ebrio y henchido de clarividencia. Una fantástica aventura de hadas, musas y duendes, cuyo poder audiovisual se fundamenta en la sencillez de su forma y en la potencia de su mensaje.
Una mirada diáfana, universal, sobre las personas, sus emociones y sus miedos. Experiencias reales, vividas, que son expuestas en un emplazamiento casi quimérico gracias a la fuerza del color. El juego de luces y sombras y la energía de los pigmentos del silencio, que se exponen en cada escena, son componentes intrínsecos para el alma de esta cinta. Un compendio perfectamente diseñado para potenciar el encanto y la empatía con el espectador; una relación íntima y singular, que los convierte en testigos presenciales de esta narración. Una saturación diligente, un protagonista más de la acción, que entremezcla lo simbólico y lo pictórico con la realidad y eleva los sentidos a un edén de tonalidades poéticas, para acercar la temática de este film a un atmósfera bucólica sin excentricidades.
Aires renovados para la novela pastoril. Una narración amorosa renacentista, cuyo ritmo va en aumento gracias a las interrupciones de las divertidas subtramas adyacentes; pequeños aderezos, diseñados para regalar golpes de efectos capaces de cambiar las pautas de comportamiento de los personajes principales de la historia. La música es la molécula indispensable que acompaña a este asombroso acontecimiento, ya que su ritmo destaca esos terremotos sustanciales de la acción. Es la perfecta armonía entre la historia y la partitura, pues de esta manera, el personaje principal es capaz de sincerarse y encontrar su ansiado bienestar emocional tras las crisis vividas y su transición interior.
Simplicidad encarnada en ímpetu y vitalidad. Una película lineal y continuada, donde el pasado determina las acciones del presente. Una especie de flashback omnipresente que fuerza la voluntad del lenguaje cinematográfico hacia derroteros metafóricos; un pulso constante, una lucha en el interior del personaje interpretado por John Wayne que, a pesar de su estado de agitación, no dificulta la comprensión del visionado de la película. El duelo de cada personaje es determinante para el desarrollo de la cinta, pues este funciona como una especie de guía por la que la acción debe discurrir; un deseo inconsciente y cadencioso que resuelve los problemas para llegar a la resolución final. Los sentimientos que los protagonistas van experimentando a lo largo de la historia fluyen en cada escena como una fuerza dominante que, de forma subconsciente, incita el deseo de llegar al final de sus consecuencias.
La naturaleza que envuelve el contenido de esta película es un refuerzo poderoso. Sus componentes fortalecen el atractivo que irradia la cinta, gracias a su valor figurado. Cada escena está estudiada al detalle para envolver a los personajes en un mundo alegórico, donde sus apetitos más íntimos quedan evidenciados, siempre entre líneas. Una especie de epicureísmo velado, para crear íntimos nexos de unión con el público. Instintivamente, esos lugares rústicos y frondosos (montañas, bosques y prados) y el peso persistente del agua (tormentas, ríos, mar) son niveles de expresión estudiados, camuflados, tras un manto de tradición, bondad, recato y respeto. De esta forma, se rompe cualquier barrera inquisidora existente y se transporta, se sumerge, al espectador en esa realidad, para que pueda compartir abiertamente los sentimientos de los habitantes de ese pueblo irlandés.
Sólo un lugar como Innisfree, un paraíso en la tierra creado por John Ford, puede albergar tan extraña colección de palpitaciones contenidas. Un suspense manso arremonilado, una emoción silenciosa dosificada, una Blanca Mañana eterna, expectante, que no teme la titánica sombra de Xanadú. Momentos decisivos, apasionados, que luchan con calma contra el peso de lo ocurrido y el mecanismo del tiempo. Una justa recompensa que concede el perdón y abraza la anhelada claridad de la resolución final.
Una luz al final del camino que vocifera cantos de cuna. Un regalo cinematográfico que susurra secretos ancestrales. La felicidad mecida por la dulce voz en off de una madre. A lo lejos, tras tupidas brumas y escandalosas borrascas, resplandecen, en la cumbre, esperanzas asequibles: “la mirada de una mujer atravesando los campos, con el sol en su pelo”.
Una comedia única y especial. Sofisticada. Auténtica, gracias a la diversidad y madurez de su temperamento. Una especie en vías de extinción. Sin descendientes legítimos, nada es comprable al esplendor de su humildad y a la frescura de su oxímoron audiovisual.
Ficha técnica:
El hombre tranquilo (The Quiet Man), EUA, 1952.Dirección: John Ford
Guion: Frank S. Nugent
Fotografía: Winton C. Hoch & Archie Stout
Música: Victor Young
Reparto: John Wayne, Mauree O’Hara, Barry Fitzgerald, Ward Bond, Víctor MacLaglen, Jack MacGowran, Arthur Shields, Mildred Natwick
Hola Cus.
Muy buena tu crítica, tan bella como la película; pero no me olvidaría del nauseabundo machismo que destila.
Saludos.
la puedo encontrar en movistar plus?
Bueno exageras tanto como una mujer cuando chismorrea que es la mayoria de las veces. Una lectura poetica pero poco acertada. Excesivamentte costumbrista, ligeramente machista y terriblemente matriarcal. Como peli no esta mal Ford era bueno pero es una peli de andar por casa. Revisa tus comentarios y deja de flipar tanto. Por lo demas se ve que lees mucho.