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Kabei, nuestra madre: desde las trincheras del hogar
Grandes producciones cinematográficas se han llevado a la pantalla en múltiples ocasiones, tratando de poner en imágenes lo inexplicable, lo inaudito y lo atroz de la guerra. Sin embargo, al mostrarla en los campos de batalla, desde la perspectiva de los soldados, de los altos mandos y de los bandos enemigos, puede percibirse de pronto como un ente abstracto o de ciencia ficción, como incomprensible e imposible, alejada del ciudadano común, de mujeres, niños o ancianos que también son víctimas de una realidad feroz, porque experimentan una crueldad, que se cuela en sus hogares y habita dentro de su más íntimo y cotidiano espacio vital.
Paralelamente, existe otra vertiente de filmes que intentan abordar el suceso desde un punto de vista humano. Y cuando esto sucede, la brutalidad del evento cobra su justa dimensión, se alcanza a vislumbrar el profundo impacto personal y familiar. Se ven los estragos y efectos en la personalidad, además de la funcionalidad emocional de quienes son presas, día a día, de tanta angustia, presión y consternación.
El film japonés Kabei: nuestra madre (2008), dirigido por el experimentado director Yoji Yamada, narra una historia que sucede en medio de uno de los capítulos más tristes y desafortunados de la historia de Japón y de la humanidad, la Segunda Guerra Mundial. Se enfoca en una familia a la que la contienda le pasa por encima, la atropella y trastorna su forma de vida; es un homenaje a una madre que no cesó nunca de luchar por sus hijas, a pesar de terribles circunstancias. Está basado en las memorias de infancia de Teruyo Nogami, quien fue por años la asistente personal y script de Akira Kurosawa.
En 1940, en medio del conflicto de Japón con China, antes de entrar en la guerra, en un distrito de bajos recursos de un pequeño poblado del país, el padre, la madre y sus dos hijas, de doce y nueve años, viven en una pequeña y modesta casa de apenas dos habitaciones. El punto de vista de la narración no está centrado en lo histórico, no relata con esmero el conflicto bélico, ya que el enfoque está en cómo fue vivido y sufrido en el seno familiar. Es a través de ellos que vamos percibiendo los hechos generales, sutilmente y desde su apreciación, que al ponernos en sus zapatos, hacemos nuestra su experiencia.
Como espectadores, nos sumergimos en su cotidianidad, en su día a día, sus conversaciones, sus tareas, sus apuros y penas, lo que finalmente resulta un claro reflejo de la realidad que se vive en cada hogar ultrajado por calamidades tan absurdas como violentas, en las que se desborda la represión y la hostilidad. Una simple frase, un texto, una idea puede ser tan penado, o incluso más, que cualquier acto criminal. La censura, la opresión y el miedo son temas constantes en la película, y en la historia de los conflictos armados.
El relato es un hecho real, visto desde los ojos de una pequeña, a la que el mundo que conocía se le derrumba en un instante, y que de no ser por la fuerza de su madre, difícilmente podría haber salido adelante. Kabei es un claro ejemplo de la fortaleza y entereza del género femenino ante la adversidad, una mujer sacrificada, débil de tanto trabajar, que mantiene a flote su hogar, incluso en los peores escenarios; es la figura fuerte y protagonista de la cinta, el rol principal y de mayor peso, por encima de los masculinos.
Según la división de edades del cine de Lipovetsky y Jean Serroy, la película se filma en la cuarta época, que denominan “hipermodernidad”, y va de los años ochenta en adelante.[1] Con una visión actual que se remonta al pasado, lo juzga y observa. “Toda puesta en escena del pasado es una apuesta en el presente para el futuro… la forma en que el cine aborda la representación histórica refleja la gran mutación experimentada por la sociedad hipermoderna en relación al pasado”.[2]
De tal forma, Kabei, nuestra madre, con un criterio crítico, intenta plantear una de las tantas historias que ocurrieron en el contexto de la guerra. No pretende abarcarlo todo, sino dar pequeñas señales de lo que ocurrió. Enfatiza, principalmente, en el aspecto social, en el lado humano y en los sentimientos. “Lo privado, lo íntimo, lo cotidiano devuelven a su dimensión individual a quienes ya no se idealizan. Se reúnen con la multitud, que hoy es objeto de la historia de las mentalidades”. [3]
El espectador es testigo de cómo se rompe la estabilidad de la primera forma de organización que es la familia, el núcleo de seguridad más cercano, cuando el esposo de Kabei, el hombre y sustento de la casa, es detenido de forma violenta y llevado a prisión por un delito de pensamiento. Por escribir textos pacíficos, en un momento en el que el apoyo a la violencia, al inicio de la guerra, era una obligación ciudadana. Era parte de su nacionalismo, y estar a favor de la paz se convierte en una falta de patriotismo.
Podemos deducir que el valor que dan a las palabras es inmenso. Un libro se convierte en un arma, y las letras, en disparos. Es muy significativo el hecho de que para poder llevar libros a la prisión es necesario borrar cualquier nota que tenga escrita a mano sobre las páginas. Así que las niñas se dan a la tarea de borrar hoja por hoja todas las anotaciones que había hecho su padre. La intención del totalitarismo era, definitivamente, limitar el pensamiento y la reflexión.
La cárcel en la que lo confinan es cruel, se encuentra en ínfimas condiciones, sin alimento, sin higiene ni resguardo del clima. La determinación es clara, no solo privarlo de su libertad, sino atar su pensamiento, reprimir sus ideas, silenciar sus opiniones. La autoridad ha sembrado en la colectividad la idea de que leer es sinónimo de comunismo, y que el razonamiento no lleva a nada bueno. Por el contrario, para el padre, leer significa llevar una vida mejor.
El vivir con miedo, aparentando que todo está bien, que se aceptan las normas y la ideología, aunque no sea cierto, es una de las cuestiones más difíciles. Kabei debe guardar las apariencias, cuidarse de los vecinos, de sus jefes de trabajo en la escuela y de los agentes de policía. Esto último resulta el reto mayor y, claramente, lo vemos en la escena en que va con su hija a llevar comida a su marido. El inspector hace una pregunta a la niña, a la que no responde como debe, y la madre le da una bofetada. Con todo el dolor que esto le causa, se ve obligada a ello con el fin de aparentar estar educándola por el camino correcto, de acuerdo a las bases del ideal japonés.
La niña se ofende, se siente defraudada, lastimada por su mamá. A su corta edad, no entiende el concepto de mentir por miedo, de actuar de una forma contraria a su manera de pensar. No sabe que Kabei lo ha hecho por el bien de su padre y de todos. Es muy duro, desde la mirada inocente de una pequeña, observar la deshumanización y la pérdida de sensibilidad de los adultos, provocada por el abuso de poder.
Definitivamente, las situaciones límite sacan lo mejor o, a veces, lo peor de las personas. Mientras, por un lado, el propio padre de Kabei le retira su apoyo, por el otro, se destaca la ayuda desinteresada de Yamasaki, un alumno y amigo de su esposo, en quien ella y sus niñas se apoyan y acogen en el seno familiar, ofreciéndole el cariño que nunca había conocido.
El film presenta la ideología sembrada por el poder en el subconsciente colectivo, que dicta que la lucha con China se trata de una cruzada, no de una invasión, y una vez vencida, acabarían con los Estados Unidos. Su deseo de expandir sus fronteras y de obtener poder y recursos los hacen perder de vista el abuso y atropellos a la población. Estos ejemplos los encontramos en los vecinos que hacen reverencias al emperador Hirohito, y con un toque de humor, discuten hacia dónde se tienen que inclinar, pues no están seguros de dónde se encuentra en ese momento. Otro ejemplo es cuando el jefe de vecinos le comenta a Kabei que pronto entrará Japón en la guerra, en la que será aliado de Alemania, pero al final también se volteará contra ella, dominando así al mundo entero.
La gente está adiestrada en cómo actuar, qué decir, pero sobre todo, intenta salvar su propio pellejo. Muchos traicionan su lealtad y su compañerismo con tal de no verse incriminados en situaciones ajenas que impliquen un peligro. Cuando Kabei busca al profesor de su marido, para recoger unos libros, éste le dice que una mala ley es mejor que no tener ninguna, y que su esposo ha ido por mal camino.
El tiempo transcurre, los meses pasan. El recurso estético utilizado por el director, a través de las imágenes de un árbol en el jardín, van marcando a lo largo del film, el paso de las estaciones de forma muy explícita. La fotografía, en este aspecto, es muy bella y sutil. En otoño, los colores sepias de dicho árbol con las hojas cayendo dan un ambiente muy nostálgico. En invierno, se le ve nevado y agitado por el viento, mientras la familia permanece en casa, resguardándose del frío y observando la nieve caer; es otro encuadre lleno de emoción contenida. Ya en primavera y verano el árbol empieza a reverdecer, se distingue en el entorno el color de la estación.
La familia lucha, día a día, por salir adelante, mientras el padre sigue encerrado. Lo visitan con frecuencia y le escriben. La presencia de Yama las acompaña a menudo, les brinda consuelo y ha creado un vínculo con cada integrante de la familia. Es de vital importancia como rol masculino en el hogar, mientras las niñas siguen creciendo en ausencia de la figura paterna.
La situación empeora con la entrada en el conflicto internacional y, más aún, cuando parece que no vencerá. Japón en su desesperación envía a todos los hombres a la guerra, incluso a los muy jóvenes o con alguna discapacidad, como es el caso de Yama, demostrando que se ha perdido el valor de la vida humana y se utiliza a jóvenes como carne de cañón.
Al caer derrotado, Japón pasa por una crisis y se sufren las consecuencias de una terrible guerra. Muchas vidas se pierden, las mujeres y los niños se quedan solos, y requieren de coraje para vencer la adversidad. Ese es el caso de Kabei, la que trabajó incansablemente por sus hijas. Sufrió la pérdida de su esposo y de su amigo Yama, sobrevivió la guerra y sus secuelas, pero llegó a vieja, y su hija le hace un reconocimiento con sus memorias y, ahora, con esta cinta, que resulta ser conmovedora por su realismo, sencillez y simpleza, pero a la vez, por mostrar al presente la brutalidad vivida.
Es verdaderamente interesante ver la riqueza cultural reflejada en las distintas escenas de la película. El respeto a los padres, la enorme disciplina de cada uno de los personajes, sobre todo de Kabei. La rudeza en la educación escolar, la sumisión, el adiestramiento y compromiso de la gente para apoyar, incluso con sus joyas y oro, a la causa.
Kabei, nuestra madre es un film que apela a la exaltación y ternura del espectador. Es un relato que da una mirada distinta a lo que estamos acostumbrados a ver sobre la Segunda Guerra Mundial, enfatizando lo duro que fue para el pueblo japonés su participación en la misma. La que, definitivamente, ha sido el episodio más oscuro de la historia, y el que más secuelas ha dejado en la conciencia de la humanidad.
[1] Gilles Lipovestky y Jean Serroy. La pantalla global. Cultura mediática y cine en la era hipermoderna. Anagrama (Barcelona, 2009).
[2] Ibídem.
[3] Ibídem.
El contemplar los lados humanos y femeninos del conflicto siempre ilustran y te hacen crecer