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La parodia en el musical

Todo en la vida puede resultar más ameno con un poco de música. Ésta parece haber sido la máxima del espectáculo musical a lo largo de su historia. Y es que, cuando alguien se sentía feliz, sin previo aviso, empezaba a cantar y a bailar en cualquier lado, aunque estuviera en mitad de la calle. Esta excéntrica acción dramática de interrupción se repetiría también para destacar otros estados del ánimo como la tristeza, la nostalgia o el amor. En función del contenido y del ritmo de la canción, el personaje expresaba unas u otras emociones en un género con gran tradición en el celuloide norteamericano.

Pero, desde el primer momento, el musical había desarrollado una peculiar tendencia hacia la transgresión de géneros, inmiscuyéndose, sobre todo, en el de la comedia. Debido al tono festivo que se desprendía de un universo donde todo se dice a través de canciones, el maridaje era apropiado y sencillo. La disección del musical desde la óptica de estas relaciones con la comedia hubiera conllevado la escritura de un artículo de dimensiones desproporcionadas. Por ello, establezcamos un límite en lo que podríamos considerar un subgénero de la comedia (por no considerarlo un hijo revoltoso): la parodia.

Para disipar cualquier duda por parte de aquellos que tienden a confundir los conceptos o a mezclar sus significados, aclaremos. La diferencia goza de un conocimiento de alcance general, pero, ya que se trata del objeto de estudio de esta nota, conviene citar las definiciones oficiales de la RAE. Así, se entiende por comedia «la obra dramática teatral o cinematográfica, en cuya acción predominan los aspectos placenteros, festivos o humorísticos y cuyo desenlace suele ser feliz». El campo de modelos se antoja extensísimo. Sin embargo, por parodia la RAE concibe, con simpleza, una «imitación burlesca». El campo queda ahora notablemente reducido y, además, contamos con el dato determinante de que debe existir una obra original o, en su defecto, un precedente con afinidades estilísticas o temáticas sobre el que aplicar el escarnio. No obstante, el requisito verdaderamente imprescindible son las ganas de reírse de algo o de alguien. Con mucha mala baba.

Reefer madness - PelículaComenzaremos la exposición de ejemplos llevando a cabo una breve retrospectiva hacia las doctrinarias películas de propaganda norteamericanas, una auténtica tendencia exploit en lo referente a ideología y moralidad durante los años 30. Reefer Madness (aka Tell Your Children, Louis J. Gasnier, 1936) condenaba el consumo de marihuana entre la juventud, advirtiendo de unas consecuencias tan nefastas como ficticias. En 2005, se filmaría su versión satírica en forma de divertidísimo musical, Reefer Madness: The Movie Musical (Andy Fickman, 2005), adaptación del espectáculo homónimo de Broadway. Los padres de los alumnos de un instituto son convocados a una conferencia sobre los estragos que puede causar la difusión de tan polémica sustancia. Aprovechando el tirón de la perspectiva conservadora sobre el elemento corruptor, la película se recrea en la chanza de la hipocresía y la intolerancia del pensamiento americano (el ataque al socialismo/comunismo, a la homosexualidad o a cualquier estilo de vida y credo que se salga de sus «correctas» directrices) actualizado inteligentemente mediante el contraste del blanco y negro con el color y de un repertorio que manifiesta una acusación moderna a la todavía imperante mentalidad puritana.

La pequeña tienda de los horroresEs extensa la lista de parodias musicales que han surgido de obras de Broadway. Mucho más conocida es La pequeña tienda de los horrores (Little Shop of Horrors, Frank Oz, 1986), remake musical de la conocida comedia de terror del director de culto Roger Corman. La interpretación de excepcional factura técnica de Oz sobre la planta antropófaga Audrey, obtendría, incluso, dos nominaciones a los Oscar en las categorías de Mejor Canción Original y Mejores Efectos Visuales.

Prosiguiendo con el terror caricaturesco de culto, resulta imprescindible aludir a un gran referente fílmico que se convertiría en icono popular de los años setenta: la demencial The Rocky Horror Picture Show (Jim Sharman, 1975)[i], protagonizada por un inolvidable Tim Curry. The rocky horror picture showTreinta y cinco años después de su estreno, todavía se siguen organizando proyecciones de esta relectura del doctor Frankenstein  plagadas de fanáticos, practicantes del cosplay original, donde se corean y se bailan sus canciones. Dentro de esta apología satírica del terror y la ciencia ficción se enmarcaría la miniserie Dr. Horrible’s Sing-Along Blog (Joss Whedon, 2008), producida durante la famosa huelga de guionistas americanos y destinada a la distribución vía Internet. Compuesta por tres capítulos o actos, y contando con la presencia de Neil Patrick Harris (el Barney de How I Met Your Mother), la parodia se centra, como su propio título indica, en la bitácora personal del Dr. Horrible, un villano patético que sueña con el súmmum de todo malhechor que se precie: destruir el mundo. Pero, el enamoramiento repentino de una joven, compañera de esa típica lavandería del cine estadounidense, le llevará a cambiar de objetivo y enfrentarse, en la ardua tarea de la conquista, con su archienemigo, el Capitán Hammer.

Cambiemos de registro, desplazándonos hacia la estética kitsch, ese sentido del gusto tan privativo (u hortera, según se mire) que cuenta con abanderados como John Waters. Abonado incondicional de la comedia extravagantemente inclasificable, Waters es un nombre con mayúsculas dentro de la parodia musical. La socialmente crítica HairsprayHairspray (ídem, 1988) tenía lugar bajo el marco del American way of life de los años sesenta, construida gracias a ese artificial germen de la felicidad perenne, de la despreocupación que suponía vivir una época próspera tras una recesión económica y una cruenta guerra. En 2007, el director de nauseabundos blockbusters Adam Shankman, filmó un remake de esta película underground encabezado por John Travolta y Michelle Pfeiffer, que casi vino a convertirse en una aceptable parodia de la parodia. Por su parte, Cry Baby (El lágrima) (ídem, 1990) satiriza el universo estudiantil norteamericano -que actualmente se encarga de parodiar la comedia musical televisiva Glee– protagónico de filmes como Grease (Randal Kleiser, 1978), que ya, de por sí, era una especie de versión ligera de la mítica West Side Story (Robert Wise y Jerome Robbins, 1961). Hay quien se empeña en enmarcar otras cintas musicales bajo el influjo del particular legado artístico de Waters, como la australiana El amor está en el aire (Strictly Ballroom, 1992), filmada por el experimentado director de musicales Baz Luhrmann. El carácter modesto del film que pretendía emular Fiebre del Sábado Noche (Saturday Night Fever, John Badham, 1977) -otra película que, junto a Grease parece una genuina parodia de sí misma- la hizo pasar con más pena que gloria por las salas comerciales.

Ya que estamos analizando el humor bufo a través de la música en el cine, encuentro oportuno mencionar el brillante grupo cómico británico Monty Python. Pese a que su más grandioso trabajo fuera el show para televisión Monty Python’s Flying Circus (donde la música tuvo también una significativa relevancia, gracias a temas como The Lumberjack Song), su innovadora producción cinematográfica sentó las bases de una interesante e insólita manera de volcar el talento humorístico de los sketches independientes (aunque siempre interconectados en el programa, atendiendo a un criterio delirante) en un guión de larga duración. Sus películas no son estrictamente musicales, pero sí verdaderas parodias de las tribulaciones del hombre a lo largo de la Historia. La vida de BrianLa obra cumbre fue La vida de Brian (Monthy Python’s The Life of Brian, Terry Jones, 1979), en la que se mostraba doble paralelo de Jesucristo de cualidad negativa y capacidad incompetente, que servía en bandeja la polémica sobre la fe y las creencias religiosas[ii]. El ácido musical Monty Python’s Spamalot, cimentado en la leyenda del Rey Arturo, derivaba del filme Los caballeros de la mesa cuadrada y sus locos seguidores (Monty Python and the Holy Grail, Terry Jones y Terry William, 1974); y El sentido de la vida (Monty Python’s The Meaning of Life) repasaba los momentos más importantes del ciclo vital humano, acompañados de jocosas tonadillas.

Gran parte de los temas de las películas de Monty Python estaban compuestos por uno de sus miembros, Eric Idle, que haría las veces de codirector de la única parodia musical rodada sobre Los Beatles, The Rutles: All You Need Is Cash (Eric Idle y Gary Weis, 1978). Con esta cinta, que ridiculizaba las andanzas del cuarteto de Liverpool, llegamos al escueto capítulo de las parodias musicales sobre bandas. La forzada reducción del caché de los músicos que suponen este tipo películas puede ser el motivo de su escasez, por mucho (disimulado) homenaje que aseguren rendir. Por ello, los conjuntos que en ellas se retratan fueron, en algunas ocasiones, creados exclusivamente como parte integrante e integradora de la parodia. Son los casos de This Is Spinal Tap (ídem, Rob Reiner, 1984), que en forma de falso documental acompaña a un grupo ficticio en sus giras, al tiempo que arremete contra todos los clichés del mundo del rock; o Granujas a todo ritmo (The Blues Brothers, John Landis, 1980)[iii], acerca del dúo formado por los cómicos John Belushi y Dan Aykroyd para el programa Saturday Night Live, cuyo éxito les arroparía en la grabación de una meritoria discografía. Mas, sin duda, la copa de las parodias recientes sobre bandas la ostenta la extinta serie de HBO Flight of the Conchords (2007-2009), creada y protagonizada por el dúo de intérpretes real que le da nombre.Flight of the Conchords Con un extraño estilo que podríamos tachar de música absurda, los neozelandeses Jemaine y Bret se fijan como meta personal la difícil empresa de hacer carrera en Nueva York. Pronto nos damos cuenta de que su triunfo no sólo será complicado en el ámbito laboral, sino sobre todo en el social.

Como hemos podido comprobar, la producción de musicales paródicos no es demasiado copiosa, aunque, por otro lado, su variedad presenta gran riqueza, rozando casi todos sus dechados la categoría de objeto de culto. De hecho, son muchos los géneros cinematográficos donde ha funcionado la agregación de unas cuantas letras graciosas a un ritmo pegadizo con el único propósito de hacer risas. Por terminar con algunos inexplorados: desde la animación, con películas tan irreverentes como South Park: Más grande, más largo y sin cortes (South Park: Bigger, Longer & Uncut, Trey Parker, 1999); pasando por auténticas odas a la coreografía, no pertenecientes canónicamente al género, como es la salerosa Full Monty (The Full Monty, Peter Cattaneo, 1997); hasta el cortometraje, como el filmado por el español Nacho Vigalondo, 7:35 de la mañana (2003), donde se exprime la tensión inherente al cine negro a través de una desproporcionada y melódica declaración de amor.


[i] Incluida en el repaso del transgénero en el musical de Manu Argüelles.

[ii]Existe otro ejemplo relevante, más actual pero de menor difusión, de musical paródico con connotaciones bíblicas, que supone un nuevo ataque al conservadurismo por su eminente carácter queer. Se trata de The Big Gay Musical (ídem, Casper Andreas y Fred M. Caruso, 2009), un filme cuyos protagonistas, un homosexual declarado y otro oculto, participan en la representación teatral de fragmentos de La Biblia.

[iii]Los Blues Brothers son, además, objeto de análisis en el artículo de Arantxa Acosta sobre los biopics musicales.

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