Críticas
Rescatando raíces
El olivo
El olivo. Icíar Bollaín. España, 2016.
A Icíar Bollaín, y por supuesto a su guionista y compañero, Paul Laverty, también guionista habitual del director británico Ken Loach, lo que les interesaba con este largometraje era continuar denunciando los desmanes que se produjeron hace unos años en la costa mediterránea española, y compartimos la idea de que nunca está de más que se sigan recordando, ahora que parece que el boom inmobiliario se desinfló, aunque todavía no se haya salido de la miseria, del paro y de la bancarrota, porque la memoria es corta y la ambición muy larga. Procurando no olvidar dicho objetivo, y aprovechando cualquier momento que diera pie a ello en el filme, aunque en algunos instantes parezca embutido con calzador, la obra recuerda la construcción incontrolada de aquellos años en la costa, la corrupción política asociada, el interés de los bancos por prestar dinero, incluso a quien no lo necesitaba (luego vendrían las sorpresas, los lloros y los desahucios); el ansia general por conseguir el pelotazo de nuestras vidas, incluso vendiendo, arrancando y desubicando olivos milenarios, para satisfacer el ego de grandes compañías, que mientras que van aprovechándose de un árbol en su logotipo, para la exposición y publicidad de la empresa, se dedican a la continua destrucción de los bosques, para seguir alimentando el negocio, y que continúe girando la rueda de ese capitalismo feroz e insaciable, que desprecia esencias, naturalezas y viabilidad del ecosistema.
Con una fotografía acorde con la intensidad del paisaje rural, en donde mayormente se desarrolla, una luminosidad característica de la zona castellonense en donde ha sido rodada, una frecuente utilización de primeros planos que aprovecha y destaca la alta calidad de las interpretaciones, y una narración lineal, excepto los insertos referentes al conocimiento del olivo protagonista y su descarnado arrancamiento, la primera parte del filme va desarrollándose en el campo, entre árboles, gallinas y en un pequeño pueblo del interior, en donde la vida social es mostrada en el bar o en la discoteca; la segunda parte se convierte en una especie delirante de road-movie por las carreteras de media Europa, transportando, curiosamente, una horrenda reproducción de la Estatua de la Libertad, cuyo simbolismo dejamos abierto para los que vean la película y reflexionen sobre su destino (al de la estatua, nos referimos).
Para rodearse del sórdido panorama de negocios destruidos, ilusiones perdidas y vidas fracasadas, Icíar Bollaín nos ofrece una sencilla pero honda historia de un abuelo, que ha perdido el habla, e incluso el apetito, porque sus hijos han vendido en una “gran operación”, en una “oportunidad única”, un olivo milenario que tranquilamente respiraba y crecía, hacía ya muchísimo tiempo, en tierras de su propiedad. Sí que parece que existe en la Comunidad Autónoma Valenciana, en donde se desarrolla la película, una legislación del año 2006, con el ostentoso nombre de “Patrimonio Arbóreo Monumental”, que pretende proteger cualquier especie arbórea de, entre otros parámetros, más de 350 años de antigüedad, e incluso crea un catálogo de árboles monumentales y singulares, pero o bien a nuestro olivo se le arrancó con anterioridad, o la norma reluce de bonita y progresista, pero no se cumple.
Los personajes del filme se encuentran caracterizados con mucho acierto. La nieta, Alma, está representada por Anna Castillo, una joven con demasiado morro, impetuosa e intrépida, que siempre intenta salirse con la suya, y a la que un día le van a partir los dientes. La actriz nos ofrece una actuación muy intensa, aunque para ello no era necesario que se arrancara mechones de pelo, y experimentara sobre la sensación y el dolor que puede acarrear el alejamiento de tus orígenes. Javier Gutiérrez hace de tío Alcachofa, iracundo y tierno, una víctima ilusa de la crisis, engañado, estafado y arruinado, con esa dosis de comedia que adorna el drama, y exagerado en reacciones y exhibición de sentimientos. Es el autor de ciertos chascarrillos nacionales, que si bien en otro entorno nos hubieran espantado, aquí hasta te hacen sonreír, como el comentario a los enanos que exhiben los extranjeros en sus jardines por la costa mediterránea, o lo altos que son y lo bien que hablan el idioma inglés los alemanes. El amigo de Alma, profundamente enamorado en silencio, es Pep Ambrós, paciente, obnubilado por la mujer, ciego a sus exageraciones e incondicional en seguirla y apoyarla con sucesivas ocurrencias. El abuelo, único actor no profesional del filme, es Manuel Cucala, ese agricultor mayor, que hace de agricultor mayor, al que le han arrancado el alma, so pretexto del rápido enriquecimiento inesperado.
Hay un momento en el largometraje, quizás con la apropiación de la estatua, que dudamos en si la obra va a terminar navegando a la deriva, pero afortunadamente eso no ocurre, y lo que hace es crecer con situaciones inverosímiles pero que la realizadora hace muy creíbles, actuales, con actuaciones que, no es que podrían pasar, sino que están sucediendo en la actualidad, aquí y ahora, donde cualquier anécdota local, de aparente irrisoria o mínima importancia, puede convertirse en pocas horas en “trending topic” o tema del momento, y ocupar primerísimas páginas de prensas nacionales o espacios televisivos de máxima audiencia. Todo es válido en búsqueda de emociones diferentes que hagan aumentar el interés público y, de paso, los ingresos de las empresas de comunicación. Avances tecnológicos, redes sociales, movilizaciones espontáneas: todo ello está sucediendo, lo vivimos continuamente y, lógica e inteligentemente, es utilizado para redondear y terminar de darle sentido a la historia. Vivimos en un mundo en donde hasta parece que es más fácil que lo virtual se haga real, en vez de seguir el camino contrario.
Aparte de alguna escena, ya casi al final de la película, que entendemos innecesaria, y ciertas alusiones a abusos sexuales sin reacción, que también consideramos que sobran, para enfatizar una relación que ya se observa fría como el hielo, y el asunto es lo suficientemente importante como para, si se recurre a él, haberle dado mayor relevancia, en general la película consigue atrapar, conmover y hacerte copartícipe de vivencias y preocupaciones por la naturaleza, por su conservación, con respeto y amor.
El comienzo del filme, con ese gallinero repleto de gallinas, claro, nos lleva inmediatamente al recuerdo de otra película también española y de reciente estreno, Quatretondeta (2016), de Pol Rodríguez, pero esta vez, por el gallinero se pasean, además de las gallinas, nada menos que José Sacristán y Sergi López y, casualidades, ambos filmes se desarrollan por la misma comunidad y ahondan en la búsqueda de las raíces y la lucha para que no se abandonen.
La crisis económica no solo ha dejado por el camino vidas sin recursos mínimos para subsistir, sino también a muchos seres frustrados en sus perspectivas, con el futuro por el que habían luchado quebrado, y que deben sobrevivir cargando con su deriva mental y sentimiento de fracaso e inutilidad. Esa mirada la aborda el largometraje en los dos hermanos, el padre y el tío de Alma, con caracteres bien distintos, el primero sumido en la dureza, en la oscuridad y en el hermetismo, y el segundo exteriorizando su desagrado física y verbalmente. Junto con todo ello y sobre todo, Icíar Bollaín nos ofrece un duelo, un particular duelo por la violación de la naturaleza, por el turbio poderío del ser humano en la búsqueda de sus egoístas conveniencias, en esa desbocada carrera de enriquecimiento, a costa de la viabilidad del planeta. Y nos quedamos pensando en ese olivo protagonista, sin brisa alguna que acaricie sus milenarias ramas.
Tráiler:
Ficha técnica:
El olivo (El olivo), España, 2016.Dirección: Icíar Bollaín
Guion: Paul Laverty
Producción: Coproducción España-Alemania. Morena Films/Match Factory Productions
Fotografía: Sergi Gallardo
Música: Pascal Gaige
Reparto: Anna Castillo. Javier Gutiérrez. Pep Ambrós. Manuel Cucala. Miguel Ángel Aladrén
Excelente relato!