Sieranevada

Festival de Cannes – 69ª Edición – 2016

Cristi Puiu vuelve a poner al servicio de su nuevo filme la realidad de la sociedad rumana, algo que ha manejado con maestría en sus anteriores films, La muerte del señor Lazarescu (2005) y Aurora (2010). En Sieranevada, Puiu controla el tiempo fílmico para ofrecer, durante los 177 minutos de metraje, una experiencia aún más verosímil, a tiempo real, gracias al uso de largos planos secuencias. La película abre con un plano secuencia de unos diez minutos en plena calle, en el que adivinamos a cierta distancia cómo Lary (Mimi Brănescu) y su mujer dejan a su hija con la abuela antes de dirigirse a la casa de la madre de Larry, donde toda la familia se reúne para conmemorar el aniversario por la muerte de su padre en una ceremonia religiosa. Para ello, es necesaria la visita en el domicilio de un sacerdote, para que pueda dar comienzo el rito y, tras este, la comida familiar. Durante esta espera, más larga de lo deseado, se suceden multitud de situaciones en las diferentes estancias del domicilio. En ocasiones, la cámara entrará en ellas y en otras, aguardará en el recibidor de la casa, mientras las puertas de unas habitaciones se abren y otras se cierran, mientras unos familiares llegan y otros se van. Como si la cámara fuese un testigo que asiste a los enredos de esta familia en crisis. Quizás sea la mirada del patriarca difunto, por suerte, ajeno a todas esas cuestiones demasiado terrenales. La esencia de Sieranevada está en la puesta en escena, por momentos opresiva pero alejada de la teatralidad y en los diálogos de los cuales se extraen comportamientos, inquietudes y obsesiones que componen esta familia. Desde teorías de la conspiración relacionados con los atentados terroristas de París y Nueva York a cuestiones más densas que alteran susceptibilidades, como es la memoria del pasado reciente del régimen comunista, la red dialogada de esta familia es un tesoro para aproximarse a la radiografía contemporánea de la comunidad rumana.