La Tortue rouge

Festival de Cannes – 69ª Edición – 2016

Un Certain Regard. Premio Especial del Jurado

Esta es la primera vez que el famoso Estudio Ghibli colabora con un animador fuera de las fronteras de Japón. Tras el visionado de la pequeña pieza ganadora de un Premio Oscar, Father and Daughter (2000), el propio Miyazaki aseguró que si en alguna ocasión decidiera producir alguna obra fuera del estudio, Michael Dudok de Wit sería el encargado de llevarlo a cabo. Dieciséis años más tarde, la colaboración ha tenido lugar, con Isao Takahata, cofundador de los estudios nipones, como mediador entre ambos países. A pesar de que de Wit siempre ha trabajado por su cuenta, interesado en realizar piezas de corto metraje, con La Tortue rouge, su quinto trabajo, se estrena en el terreno del largometraje, de la mano de uno de los estudios de animación más importantes.

Todo comienza en mitad de una tormenta dentro del océano. Entre las enormes olas alcanzamos a ver una pequeñísima figura, la de un hombre solitario, desprovisto de los restos de su embarcación, que consigue salvar su vida, cuando llega a una isla, que descubre inhabitada. A partir de ese momento, su única compañía serán los pequeños animales que viven en la playa, como los cangrejos o los pájaros. Su propósito será conseguir construir una barca lo suficientemente robusta para salir de la isla en busca de algún lugar civilizado. Cada vez que lo intenta una fuerza dentro del mar parece querer impedírselo.

La gran virtud de La tortuga roja es su aparente sencillez. Cuenta con una historia lineal, sin diálogos, tan solo tres personajes y una animación con una textura especial que prescinde de grandilocuencias fantásticas. Al mismo tiempo, posee una gran carga alegórica de amor y admiración hacia la naturaleza, tras la que se esconde algo tan universal como es el ciclo de la vida. Su fuerte contenido poético estriba en la relación que establece el hombre con la naturaleza y en la plasmación de los cambios que se suceden en ambos. Por un lado, la isla como ente vivo: su playa, el cielo, el agua y cómo le afectan los fenómenos atmosféricos, y por otro, la progresión que el náufrago va experimentando, como signo de una aceptación profunda del sentido de la vida.