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Morirse de la risa. Los inicios del cine cómico
Hacia finales del siglo diecinueve, en Francia, los hermanos Lumière no confiaban en la popularidad de su invento, el cinematógrafo. Lo consideraban una curiosidad científica y como tal la explotaron. Pronto fue inevitable la búsqueda de novedades al registro repetitivo de escenas cotidianas. Sin quererlo, con sus pequeños cortos iban inaugurando algunos esbozos de lo que sería el lenguaje cinematográfico. La llegada del tren a la estación de la Ciotat (1895) presenta la profundidad de campo (el objeto de la mirada –el tren- se muestra primero en plano general y luego en primer plano) y el plano secuencia (la composición del cuadro se ve alterado por el movimiento del tren y de los pasajeros en el andén, a pesar de ser una cámara fija la que los registra). O el primer travelling conocido, realizado por uno de los operadores de los Lumière, Eugène Promio, al filmar Venecia desde una góndola (1896). Pero con El regador regado (1895), el primer gag (efecto cómico) del cine, los hermanos franceses no tenían idea de que habían inventado el cine de ficción y que le estaban dando cauce a un género, el cómico. Aquella primera broma filmada arrancó risas entre los espectadores y fue tan exitosa que abrió una vertiente narrativa y económica que no sospechaban.
En esos primeros años, los cortos de uno o dos minutos de duración predominaban en los programas que se le ofrecían al espectador, frecuente visitante de ferias y circos. Eran historias inspiradas en la imaginería popular, en los ambientes circenses, en los espectáculos de vodevil o en postales graciosas. Se limitaban a un par de gags visuales, muy parecidos a los de las tiras cómicas que se publicaban en la prensa. La diversión que provocaban en los espectadores surgía de una relación inesperada entre los personajes y los incidentes que vivían. Los actores provenían del music hall y solían reproducir, frente a la cámara, las situaciones que representaban en el teatro.
Es el inicio del burlesco, caracterizado por el absurdo, las situaciones violentas, donde lo físico tiene más importancia que lo moral o lo psicológico. Género basado en el gag, breve improvisación cómica que sorprende al espectador, porque rompe con la linealidad de la trama, sorprendiéndolo por lo inesperado. En la estructura de las series cinematográficas de los primeros años, el esquema dramático es un simple pretexto, lo fundamental es la serie de gags que no obedecen a la coherencia del relato literario, sino que funcionan como versos de un poema.
Entre 1905 y 1910, los estudios Gaumont y Pathé dedicarán gran parte de sus esfuerzos en producir películas graciosas. En Gaumont, el aporte de Louis Feuillade y de André Heuzé al género se dio a partir de inspiradas persecuciones (en Dix femmes pour un mari, diez mujeres persiguen a un Don Juan), que permitían aprovechar los recursos que brindaba el entorno (en Attapez mon chapeau, se narran las peripecias de un sombrero arrastrado por el viento).
Mientras Pathé recluye los hechos hilarantes al estudio, Gaumont privilegia los espacios al aire libre, rodando en exteriores. En La Course au potiron se aprovecha el recorrido de una calle cuesta abajo, en Un accident d’auto, valiéndose de los trucos que permite el montaje, un lisiado vuelve a recobrar sus piernas y en L’Homme aimanté, un escudero atrae hacia sí los metales que halla en su camino.
Pathé brindará dos aportes más al género: el desarrollo hasta el absurdo del gag y la creación de un universo burlesco, donde un mismo personaje (reconocido porque su nombre es parte del título) vive una serie de aventuras jocosas. André Deed, un acróbata y cantante de music hall, mezcla de Pierrot italiano y payaso Augusto, fue descubierto por Georges Méliès, pero Charles Pathé fue quien impulsó su carrera. La serie Boireau (Sánchez, en España) estaba formada por treinta películas, dirigidas por Georges Hatot y guionadas por André Heuzé. Sus cintas de una bobina mostraban a un personaje caracterizado por una idiotez incorregible, que le hacía caer siempre en situaciones calamitosas, a partir de hechos inocentes. Su partida a Italia, donde triunfó como Cretinetti, le permitió dirigir sus películas, aprovechando las ventajas de la cámara para realizar trucos hilarantes, como había aprendido de su maestro Méliès. Cuando su estrella como actor se desvaneció, continuó dirigiendo comedias, pero no logró superar la llegada del sonoro y terminó sus días humildemente.
las esforzadas repeticiones en sus gags fueron aburriendo a los espectadores que lo vieron en la larga serie que se extendió entre 1910 y 1920, con películas como Rigadin neintre cubiste, donde más allá de su vestimenta cubista, su inspiración no brillaba para nada. Si bien por Pathé pasaron varios actores, fue el elegante Max Linder su estrella más importante. El refinado y guapo actor fue el creador de un personaje que causaba gracia por las situaciones donde se contrastaba su elegancia personal con las situaciones ridículas que le tocaba vivir. Se vestía de frac, con bastón y sombrero de copa. Usaba bigotes, bebía buenos vinos, perseguía a las chicas y se solía encontrar en situaciones muy divertidas. Sus gags eran originales y variados, inspirados más que en el movimiento de las personas y de las cosas que provocaba las situaciones risibles, en la observación, en las consecuencias de una confusión o de una mentira. Son ejemplares de esta época Max victime du le quinina (1911) y Max pédicure (1914). El talentoso actor proporcionó un catálogo de situaciones que aún hoy siguen nutriendo el cine cómico. Lamentablemente, su carrera fue corta, pues murió en 1925, víctima de la depresión que le causó no haber triunfado en Estados Unidos y su mala salud.
El talento de Louis Feuillade (antes de hacerse conocido por sus seriales policiacos) lograba hacer brillar la producción de Gaumont, brindando series con trucos de cámara y gran fantasía, con películas de dos bobinas y guiones inspirados en el vodevil. Pero el apogeo del género se debe a Léonce Perret, autor de la serie de treinta y cinco películas, Léonce, y al acróbata Ernest Bourbon, dueño de la serie de cincuenta y tres películas, Onésime.
El inicio de la Primera Guerra Mundial terminó con esta protohistoria del cine serial cómico, debido a la imposibilidad de trabajar con autores, directores y actores europeos durante los cuatro años que duró, generando cambios estructurales en la producción, que permitió el surgimiento de figuras como Charles Chaplin, Buster Keaton, Fatty Arbuckle, Ben Turpin, Harry Langdon, Max Linder y Harold Lloyd.
En Estados Unidos, el género nació de la mano de Mack Sennett, dueño de Keystone, verdadera fábrica de risas, apoyada en el desarrollo de gags que, a una velocidad vertiginosa, cobraban mayor importancia que el argumento de los cortometrajes: coches que explotaban, pianos rodando calle abajo, hombres hinchados que vuelan por encima de los tejados… La culminación de la historia se resolvía con una guerra de tartas en un decorado que quedaba totalmente destrozado o en frenéticas persecuciones entre un ladrón y varios policías. Estos formaban parte de los Keystone Cops, el primero de los héroes colectivos de Sennett. Las atractivas jóvenes en traje de baño (las Bathing Beauties) fueron el otro. Si bien Sennett encabezaba sus producciones, hace y que decir que el trabajo era colectivo, se discutían los guiones y los escenarios, las improvisaciones se aprobaban en el plató, todo ello le daba un carácter entusiasta y anárquico que resultaba en un producto verdaderamente irreverente y sorprendente, donde se le faltaba el respeto a la autoridad, a los valores establecidos y a las instituciones tradicionales. De su productora surgieron varios cómicos que cobraron relevancia más adelante.
Hal Roach fue una verdadera competencia para Sennett. Opuso a su desmesura frenética, una dosificación de los momentos cómicos, incrementando la violencia progresivamente hacia el momento culminante. Roach lanzó exitosamente a tres cómicos: Harold Lloyd, Stan Laurel y Oliver Hardy. Su estilo caracterizó la época dorada del género, que coincidió con los Años Locos y culminó con la Gran Depresión y la aparición del sonido en el cine.
Grandes figuras comenzaron a aparecer en el horizonte del cine cómico. Charles Chaplin, el clown universal, fue el más famoso; debutó en el largometraje, en 1921, con The Kid; sabía congeniar la emoción con las situaciones cómicas, en un mundo que cambiaba rápidamente, con historias universales y conmovedoras.
Harold Lloyd llegó a competir con Chaplin cuando estrenó Grandma’s Boy, en 1922, recurriendo a una visión moderna y psicológica del hombre que triunfa y dotando de profundidad y consistencia a su personaje.
Harry Langdon, en su breve carrera, creó una criatura caracterizada por la inocencia, que se desenvolvía en un mundo lleno de mujeres sofisticadas, gángsters y objetos curiosos; en Long Pants (Frank Capra, 1927), busca la protección en un maniquí disfrazado de policía, fingiendo un ataque de nervios y mirándolo con una tierna incredulidad; combina en su personaje una buena dosis de ridiculez que, sin embargo, no deja de conmover.
Buster Keaton es un actor que le niega a su personaje demostrar emociones, dejando de lado la mímica que caracteriza a los cómicos de su generación; prefiere expresarse mediante acrobacias interpretadas sin dobles y rodadas en largos planos sin cortes; su personaje se resiste a la adversidad con una expresión pétrea que lo convierte en un fascinante tragicómico.
Faltan nombres y títulos de cintas en este recorrido por un género que ha producido inmensidad de series y películas desde el mismo nacimiento del cine. Hemos pretendido introducir los textos que ofrecemos en este número, contando los albores del burlesco, los inicios de la comedia durante la época silente del cine, cuando nacieron para nuestros ojos los más grandes intérpretes.
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