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Las musas, la música y el cine
La música y el cine: una pareja que danza creativamente
Hay algo que tiene la música que crea en nosotros ricas sensaciones, experiencias y sentimientos que abarcan toda la gama de las posibilidades. Pasan por la calidad perfecta, la trascendencia, la excitación, el gusto estético, lo novedoso y lo inesperado. Se arriman hasta lo sublime y lo hedónico. Tocan la inteligencia, las emociones, la imaginación, la intuición, el sentir, la creatividad y el enamoramiento. La música tiene la virtud de ser un acompañante escénico, con sus ritmos y sus melodías, con sus armoniosos acordes y sus tonos vibrantes, que danza al unísono con las sensaciones visuales y cenestésicas que conforman el filme.
Hay algo que tiene la danza que resuena en nuestras emociones, una sensación de movimientos dialogados, de aventuras dinámicas, de atrevimientos creativos, de preguntas y respuestas abiertas, de hermosas expectativas. La conjunción de la música con los demás elementos del cine puede asimilarse a una danza, a una coreografía de infinitas posibilidades. La música pone a danzar la mente de los espectadores, sugiriendo movimientos de atención, que la llevan desde lo profundo a lo frontal, desde lo vertical a lo horizontal, que la zarandean lateralmente. Ello complementa la visión y genera una sensación de completud sensorial, de verdadero sentir, de involucramiento.
Pensando en estos términos, se me ha ocurrido hacer un recorrido por algunos de filmes, en los cuales ha brillado esta conjunción de estéticas, donde las musas han intervenido con refinada armonía. He visto apropiado señalar los tradicionales valores estéticos y artísticos asociados con las musas y la forma en que la música y el cine se conjugan, a mi modo de ver, en cada una de ellas. Para cada una he seleccionado al menos un filme, entre los muchos que se pudieran escoger y he resaltado estos aspectos.
Inicio con Calíope, la musa de la bella voz, asociada con el lenguaje armonioso y elocuente, con las palabras llenas de belleza y de poesía, con la narrativa que encanta y que apasiona. Acá viene a mi mente una película que marcó época: Flashdance (Adrian Lyne, 1983). En ella, Jennifer Beals protagoniza maravillosamente a una chica obrera de la industria del acero, que sueña con llegar a ser bailarina profesional y que lleva la música y la danza en sus entrañas, las cuales brotan como sentimientos exaltados en una mágica canción que expresa tantas cosas: What A Feeling (interpretada por Irene Cara, compuesta por Irene Cara, Keith Forsey y Giorgio Moroder). Acá, en la escena de la canción-danza son excelsas la cámara y las actuaciones, especialmente el registro de esos movimientos que rompen con dinámico frenesí el dulce canto, que narra una vida sencilla que florece con la danza.
Ahora me refiero a Clío, la musa que brinda la gloria, la que narra las historias en forma magnífica, como epopeyas. Naturalmente pienso en las bandas sonoras de la épicas narraciones de la serie de películas de Star Wars, (La Guerra de las Galaxias), modernas epopeyas construidas por un mundo de historias fantásticas que han brotado de la inagotable creatividad del cineasta estadounidense George Lucas, principal guionista, director y productor de la saga de películas, apoyado por un insuperable equipo de trabajo, que ha sido capaz de mantener la continuidad y la calidad en las once producciones para cine y televisión, desde 1977 hasta 2015. Las películas de La Guerra de las Galaxias están ricamente acompañadas de temas musicales clásicos y profundos del compositor John Williams, quizás el más famoso y premiado de los compositores de música de cine. Son de una calidad y una consistencia única, y por ello los asocio con la musa Clío, por su esencia histórica, que narra toda la saga con poesía poderosa y evocadora, a modo de un Homero musical. El tema principal de Star Wars es el central de toda la saga. Protagoniza, claramente, la primera película y aparece en adaptaciones diversas en las demás, de manera que resuena en la mente de los espectadores, estableciendo conexiones y recuerdos, como si se recordara toda una trama y dando sensación de historia real a estas leyendas míticas del cine moderno. Me atrevo a sugerir que este tema tiene mucho que ver con el éxito de la saga y tendrá que ver con su mítica permanencia futura en las mentes de los espectadores.
Le toca el turno a Erato, la musa amorosa, la de la poesía lírica, la de las canciones del amor. De inmediato viene a mi mente la película Leyenda de una canción (o La canción del adiós, Gloomy Sunday / Ein Lied von Liebe und Tod, Rolf Schübel, 1999). La famosa canción temática de esta película, compuesta por el compositor húngaro Rezsö Seress, con letra de László Jávor, tiene una melodía absolutamente dulce y encantadora y unos versos llenos de amor apasionado y triste. La historia de amor que describe la película está centrada en los embrujos de esta canción, que enloquecen a tres hombres por una bella mujer. Magistralmente, se tejen los hilos de la trama alrededor de esa música suave y delicada, como si se tratara de una danza eterna de palabras, de gestos, de miradas e insinuaciones. Los cuatro protagonistas van delineando los pasos de esta danza, atrapados por la romántica musa del lirismo y la pasión, con movimientos que oscilan entre la felicidad y la tragedia.
Me refiero ahora a Euterpe, la muy placentera musa de la música, la especialista en tocar los instrumentos. Vienen a la mente tantas películas, en las cuales el tema se centra en músicos habilidosos y creativos que, a través de la magia de sus sonidos y sus composiciones, causaban una impresión única en todos los que los rodeaban. El violinista del diablo (Bernard Rose, 2013), interpretada por el virtuoso músico David Garret, se refiere a la vida del violinista y compositor italiano Niccolò Paganini, virtuoso de gran fama del siglo diecinueve, cuya vida estuvo llena de aventuras y de misterios, con una habilidad asombrosa, de tal manera que, como sugiere el título de la película, la gente pensaba que estaba sujeto a encantos diabólicos. Podía interpretar obras complejas con una sola de las cuatro cuerdas del violín y era un maestro de la improvisación. Fue además todo un personaje, pleno en amoríos y escándalos. Todo esto se presta para armar una película, en la cual la vida del personaje y su interpretación musical se vuelven danza y coreografía. En un plano menos espectacular, se me ocurre traer a colación Copiando a Beethoven (Copying Beethoven, Agnieszka Holland, 2006), un recorrido especulativo y dramático sobre los últimos años de la vida creativa de Ludwig van Beethoven, tiempos de sordera y de inquietud para el sin igual compositor e intérprete, en los cuales la película se atreve a introducir un personaje imaginado, la estudiante de música Anna Holtz (Diane Kruger), quien a regañadientes es aceptada como copista por Beethoven, procediendo a humanizar y endulzar esos momentos finales de este compositor serio, machista y riguroso. Esto, que puede parecer una licencia inapropiada para los puristas de la historia musical, contribuye notablemente a acercar al espectador a las complejidades e intimidades de la gran composición musical, dejando apreciar este aspecto de diálogo entre música y las escenas de la vida. Esto es especialmente notable en la escena de la presentación en público de la Novena Sinfonía, en la cual el compositor se unifica de verdad con sí mismo y con su música, a través de esa presencia femenina, esa musa que renueva su vida.
Ahora continúo con Melpómene, la musa melodiosa, la de la tragedia. Es quizás La naranja mecánica (Stanley Kubrick, 1971), una de las películas que más emplea la música para dar realce y sentido a la trama que se desarrolla, que es bastante compleja y llena de inquietudes y sorpresas, con aspectos de comedia y de tragedia. Por ello mismo, juega el director con una variedad de piezas musicales, en su mayor parte de música clásica. Resalta la Novena de Beethoven, a modo de ironía sobre el supuesto impacto positivo y fraternal de la buena música: Alex, el protagonista amante de la Novena, exhibe todo lo contrario en el filme. Para sugerir el ambiente psicodélico y futurista de la trama, la música clásica aparece en versiones de sintetizador del compositor Walter Carlos, incluyendo un arreglo de La marcha de la música para el funeral de la reina Mary, de Purcell, que aparece en forma recurrente, resaltando comportamientos cíclicos del protagonista. Algunas escenas de violencia extrema se acompañan con la obertura de La urraca ladrona, de Rossini, a modo de coreografía para las escenas de lucha. Dos marchas de Pompa y circunstancia, de Elgar, aparecen cuando hay presencias de la policía y la obertura de Guillermo Tell y los compases del inicio de Sheherezada, de Rimsky-Korsakov, se usan para resaltar momentos dramáticos. Hay también música no clásica, como Cantando bajo la lluvia, tema elegido de forma inesperada y que aparece un par de veces, lo mismo que dos piezas del grupo norteamericano Sunforest (la Obertura al sol, de Terry Tucker, y la canción Quiero casarme con un guarda-faro, de Erika Eigen). Además, en esta película tienen importancia las diversas cosas y temas que canturrean los personajes en distintos momentos. En resumen, Kubrick se ha servido claramente de la música para diseñar esta obra clásica de su repertorio, como igualmente ha sucedido con otros de sus filmes.
Examinemos alguna relación del cine con Polimnia, la musa de los himnos, los cantos y la poesía sacra. He escogido la película Medea (Pier Paolo Pasolini, 1969) para referirme a estos aspectos sacros de la música y del cine. Pasolini degustó el misterio y desarrolló lo sagrado del mundo en la mayoría de sus filmes, señalando que la sociedad lo debe tener en cuenta, que hay que aprender de las antiguas culturas, ricas en la visión sagrada de la naturaleza. En Medea, enfoca con claridad esta idea. Muy al comienzo, un centauro habla con Jasón, el protagonista, apenas un niño, y le dice, tres veces, que todo es santo, que en cada lugar que aprecian los ojos, se esconde Dios. Pero lo sagrado incluye también una maldición, una mezcla de amor y de odio. María Callas es la artista que personifica a Medea, la mujer maga que se entrega a Jasón. Con él comete traición a su pueblo, se aleja de su tierra para gozar y sufrir, finalmente, la traición de su amante, símbolo éste del modernismo, del menosprecio a lo sagrado. En cambio, Medea representa a la mujer divinizada, abandonada y enloquecida de amor. La película se enriquece con cantos sagrados y con himnos, acompañando las frecuentes ceremonias primitivas. Así mantiene Pasolini la tensión sacra en casi todas las escenas, incluso en aquellas violentas, que abundan en el filme. María Callas, la famosa diva de la ópera, ya ha perdido su voz artística al momento de filmar a Medea y no interviene en ninguno de los cantos, a pesar de ser sacerdotisa y hechicera. Sin embargo, sus expresivas miradas son música sagrada, viva imagen de la intención de Pasolini de sacralizar no sólo a Medea, sino también a la Callas, devolviéndole el protagonismo público que hacía un tiempo había abandonado.
Talía es la musa festiva, la de la comedia y la poesía bucólica. Acá me quiero referir a la bella película La familia Bélier (Éric Lartigau, 2014), que discurre por los senderos de la ternura familiar y la vida bucólica. La protagonista, Paula (Louane Emera), hija de campesinos, está dotada de una voz bellísima y desempeña un papel vital con su capacidad para entender el lenguaje de sus padres, ambos sordos, sirviendo de puente de comunicación entre su familia y el mundo exterior. Pero la capacidad excelsa de comunicación de Paula es su hermosa voz, la cual lleva a niveles insospechados, cuando descubre lo que podríamos llamar sonidos del alma, esos que se expresan, no solamente con la voz, sino con la totalidad del ser. A ese descubrimiento la convoca la necesidad de cantar de tal forma que sus padres puedan oírla y captar la belleza sonora de sus palabras. Es un momento de contacto con la musa festiva, que le hace ver que la vida vale la pena cuando se expresa musicalmente, que esos sonidos del ser interior no tienen límites.
Es Terpsícore la musa que deleita con la danza y la poesía coral. Acá me quiero referir a la hermosa y significativa película Los coristas (Les choristes, Christophe Barratier, 2004), toda una lección sobre el valor de la educación compasiva y amorosa, en comparación con la rígida aplicación de la disciplina. Acá la música juega un papel fundamental, a modo de impresionante herramienta pedagógica, para transformar a un grupo de niños, alumnos desordenados, casi delincuentes, en personas valiosas cargadas de autoestima. La idea central es la de que la música puede cambiar a las personas. Me parece que este concepto no ha permeado el sistema educativo tradicional ni tampoco el escaso sistema educativo que existe en las entidades correccionales que tratan de enfrentar las situaciones de comportamiento social desordenado, sin lograr todo el éxito deseable. En Los coristas se puede apreciar que la música en sí misma no logra tener tal valor de transformación. Se requiere el acompañamiento del humanismo profundo por parte de un maestro sensible, que sepa transmitir valores, a través de la estética y del sentido armonioso y equilibrador de la música, entendido como espíritu musical. Es el ángel de música, tan espectacularmente tratado en El fantasma de la ópera (la producción del gran compositor Andrew Lloyd Webber dirigida por Joel Schumacher, 2004). Es la danza del humanismo, la música y el cine.
Finalmente, me refiero a Urania, la musa celestial, la de la astronomía, la poesía didáctica y las ciencias exactas. Cómo no recordar acá a 2001: Odisea del espacio (2001: A Space Odyssey, Stanley Kubrick, 1968), película de culto, que dejó huellas profundas por su diseño, sus efectos especiales, su aproximación científica, su vanguardismo y, más que todo, por su banda sonora espectacular, que se ha quedado en la mente de todo amante del cine. La música de Así hablaba Zaratustra y otras piezas de Johann Strauss hijo y de György Ligeti acompañan las imágenes del espacio, dando un sentido de asombro deslumbrante y de vivo realismo a los efectos visuales. Hay, en la banda musical, obras de Ligeti, de nombres sonoros y profundos: Réquiem, Lux Aeterna, Atmosphères y Aventures, bien afines a las apariciones del monolito y al misterioso viaje final de David Bowman. Hace Kubrick un recorrido cíclico por la música del siglo veinte que comienza con Zaratustra y culmina con Ligeti, para volver a iniciar el ciclo con los acordes finales de la obra de Strauss.
Vale la pena apreciar el profundo sentido que la buena música puede dar al cine y la capacidad de inspiración y de recuerdo que ella imprime en la mente y en la imaginación del espectador. Hay que agradecer que muchos de los buenos directores se preocupan también por esta otra pareja de la danza del buen cine: la música.
Video clip de Flashdance, What a feeling
La Guerra de las galaxias: Curioso Video clip con Jimmy and The Roots, Daisy Ridley, John Boyega, Oscar Isaac, Adam Driver, Gwendoline Christie, Lupita Nyong’o, Carrie Fisher and Harrison Ford en un tributo a cappella a la Guerra de las galaxias
La Guerra de las galaxias: Fanfarria de apertura y tema principal, concierto Verizon Wireless Arena, Manchester, NH – 11/12/09
La canción del adiós: clip con el tema principal
Trailer de La canción del adiós
Clip de El violinista del Diablo
Video con Beethovianas de Wendy Carlos – (un tema de La naranja mecánica)
Trailer de La naranja mecánica, con el trasfondo de la novena sinfonía de Beethoven
Trailer de Medea, donde se aprecia la importancia de las antiguas melodías sacras en el filme
Clip de La Familia Bélier con la canción Je vole, donde Paula canta expresivamente para sus padres sordos
La música de Los coristas, reflejada en la canción Vois Sur Le Chemin
Clip de 2001: una odisea del espacio
Referencias
1 – http://www.filmtracks.com/titles/attack_clones.html
2- CINE Y MUSICA: STANLEY KUBRICK, LA NARANJA MECÁNICA, por Angel Riego Cue. En Filomúsica – Revista de música culta, dic. 2001. http://www.filomusica.com/filo23/riego.html
3- Pasolini: el retorno de lo sagrado, por Natacha Koss. En La Jornada semanal, nov. 2010. http://www.jornada.unam.mx/2010/11/28/sem-natacha.html
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