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El cine se ríe del fanatismo: Chaplin, Lubitsch y Monty Python

La vida de Brian

Las preguntas en cuanto a la pertinencia del humor como herramienta crítica frente al fanatismo, en sus diversas manifestaciones, siempre han planteado un camino espinoso. La cuestión sobre si la sátira, la parodia o la ironía son éticamente aceptables en todos los ámbitos o sobre todos los temas, resulta ser el punto que reúne las más claras controversias.

En el cine, el mismísimo Chaplin planteaba esta inquietud cuando escribió en su biografía que si hubiera conocido la realidad de los campos de concentración no hubiese hecho El gran dictador (The Great Dictator, 1940). Sin embargo, pareciera que el camino a la tolerancia implica -necesariamente- la libertad de burlarnos de los propios términos de nuestra ideología.

Ya sabemos que el cine, en diferentes contextos y atendiendo distintos momentos históricos, se ha preocupado por llevar a los espectadores un discurso que en clave de humor desmonte los cimientos sobre los cuales se ha establecido el horror de los regímenes totalitarios, como es el caso de El gran dictador y Ser o no Ser (To Be or not To Be, 1942).

Pero también ha ido más allá de lo evidente, mostrando cómo nuestras debilidades, el absurdo y la miseria que dominan nuestra existencia se deben a las ideas que tenemos de nosotros mismos y del mundo que nos rodea. La filmografía de los Python dan cuenta de ello, pues presenta los temas más representativos de nuestra cultura con el fin de despojarlos de su solemnidad, sacralidad o seriedad; un buen ejemplo de ello es La vida de Brian (Life of Brian, 1979).

La ficción cómica tiene los recursos para poner el dedo en la llaga en los asuntos más polémicos de nuestra historia. Pero reírse de nuestros desajustes como sociedad no es tarea fácil. Chaplin, Lubitsch y los Python lo hicieron y también lo sufrieron.

the great dictatorCon el estreno de El gran dictador (1940), Chaplin desnuda la forma del nazismo, su estética poderosa y grosera, ese estilo que seduce a las masas y anula a los individuos. En lo particular, ridiculiza al hombre que hizo de sí mismo el personaje más miserable y malvado de la historia de la humanidad. Pateando el mito del poder, en medio de la consolidación de éste, Chaplin parodió el espíritu del nazismo, tan bien plasmado en el documental de Leni Riefenstahl, El triunfo de la voluntad (Triumph des Willens, 1934), quizás la película de propaganda más famosa de la historia.
Ernst Lubitsch, por su parte, también se burla de los nazis en plena Guerra Mundial. El director judío-alemán crea una de las comedias más exquisitas y complejas de la historia del cine. En ella, se incluyen acontecimientos reales como la invasión a Polonia por parte del ejército alemán, imágenes de carácter documental y elementos que remiten a un claro referente, atacando frontalmente la política alemana del momento.

Con La vida de Brian, asistimos a una parodia de la vida de Jesús, el hijo de Dios, que descansa sobre los hombros de Brian, un niño que también nació en Belén el mismo día. Y como se trata de la vida de Brian y no de la de Jesús, la película se permite activar todo un dispositivo que, por modificación y disociación, se ríe de la sacralidad del mito que da sustento al cristianismo.

No hay nada gracioso en los excesos de los poderosos.

To be or not to beSabemos que hacer humor de actualidad siempre ha sido un asunto de alto riesgo. En la película de Lubitsch, una compañía de teatro polaca está montando la obra Gestapo, el actor que hace el papel de Hitler entra en escena y lo saludan:

—Heil Hitler!

El “Hitler” responde:

—Heil my self!

Este es el Hitler de Lubitsch, degradado a un actor secundario, que cuando sale a la calle a comprobar su parecido con Hitler es descubierto por una niña. Chaplin, por su parte, subvierte sus atributos cuando parodia los discursos de Hitler o mientras lo pone a danzar con el globo terráqueo, así golpea y rebaja la cara del fascismo en pleno ejercicio.

En defensa de su obra, Lubitsch argumentaba que no habían ideas ni personas que estuvieran por encima del humor. Pero, ¿es la burla la mejor arma contra cualquier forma de tiranía?

El Poder aspira siempre a ser intocable. Chaplin y Lubitsch ridiculizan  los ideales del nazismo, burlándose del nacionalismo que se expresa en la idea desquiciada de la superioridad mesiánica del pueblo alemán y el odio racial que de allí se desprende. Ambas películas dan cuenta de cómo los nazis pervirtieron el significado de muchos términos y simbolos para darle sustento a su ideología.

Resulta interesante observar, además, cómo hoy la película de Chaplin trascendió el interés político del momento para conformar un discurso de aceptación universal que reinvindica la libertad, la igualdad y la democracia.

Ser o no ser es una comedia que explícitamente no tiene una intención moralizante, como está claramente expresada en el persuasivo discurso final de El gran dictador. La película de Lubitsch es una obra maestra en su género, precisamente por contar con los rasgos que fueron tan controversiales en su momento, donde se cruzan el enfrentamiento entre nazis y polacos con el enredo matrimonial y las menudencias del mundo del teatro tras bastidores.

Si vemos de cerca los tres filmes en cuestión, notaremos que cada uno revela un discurso que se erige como equilibrio al modo de autoridad establecido o canonizado. La forma en que Lubitsch cruzó lo frívolo que hay en una comedia de enredo con lo grave de los estragos del nazismo en Europa, representa en sí mismo un lenguaje que se distancia de la autoridad, que usa lo burlesco como contrapeso de lo establecido. Ciertamente, el humor implica una distancia con respecto al poder, un análisis previo, una reflexión, un paso hacia atrás que amplía la perspectiva.

La vida de BrianEn el caso de La vida de Brian se parte del reconocimiento previo del carácter reverencial de una figura como Jesús, el hijo de Dios. Partiendo de allí se inicia la irreverencia y la parodia.

La risa acerca a los hombres, mientras que las creencias siempre crean conflictos. La parodia invita a la tolerancia, en la medida en que sólo es posible desde la libertad que impide el compromiso radical. Frente al yo exacerbado del fanático religioso o político, la ficción cómica surge como un antídoto, pues es un ejercicio de madurez y escepticismo que le baja el tono a nuestras convicciones y creencias, haciéndonos más conscientes de su artificialidad y, en consecuencia, más tolerantes.

Creemos que el humanismo, como dice Julia Kristeva[1], “no es un sistema, sino una refundación permanente de lucha”. En este sentido, la comedia como género, ha creado, a partir de su universo ilimitado, altas dosis de valor artístico de tremendas resonancias sociales, en tanto arma política y lugar de resistencia.

Pero tambien, advierte Kristeva, el humanismo “es una transvaloración de valores, como decía Nietzsche. Esto supone conocer esos valores, apropiárselos y cuestionarlos”.

El gran dictador, Ser o no Ser y La vida de Brian son ejemplos de esta tarea -que debería ser permanente- de liberación y elevación de nuestra condición humana: autocrítica, distanciamiento, autoconciencia. Todo ello con mucha risa y carcajada. ¿Qué más se puede pedir?

 

[1]Entrevista a Julia Kristeva por Jimena Larroque en El Cultural.

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