Críticas
Viaje hacia lo desconocido
Kong: La isla calavera
Kong: Skull Island. Jordan Vogt-Roberts. EUA, 2017.
El tema de King Kong, el enorme mono, último de su especie, que vive en una remota y desconocida isla y que es descubierto por un grupo de exploradores, compuesto por aventureros, científicos, periodistas y negociantes, ha sido tratado varias veces en el cine. Desde la primera versión, King Kong (1933) y su secuela inmediata, El hijo de Kong (1933) la historia ha sido bastante exitosa. Se han destacado las distintas producciones por sus efectos especiales novedosos y por su manejo del mítico tema de la bella y la bestia, asunto que ha permitido el lucimiento de actrices como Jessica Lange en King Kong (1976), de Dino De Laurentiis, y como Linda Hamilton, en King Kong lives (1986), donde también intervino De Laurentiis como productor. Se han obtenido diversos premios en estas producciones, notablemente en King Kong (2005), de Peter Jackson, que fue ganadora de tres premios Oscar. Es entonces un gran desafío producir una nueva película que trate el tema, en una época de abundancia en filmes ricos en efectos especiales, donde las personas tienden a ser exigentes con los niveles de entretenimiento y de novedad que esperan conseguir cuando ven una película de este tipo, cuyo argumento conocen de alguna forma, por estar tan extendido en la mitología moderna. Hay que decir que la última versión, Kong: La Isla Calavera (2017), ha logrado responder satisfactoriamente a este desafío.
Lo primero que logran sus realizadores es ambientar el filme en una época relativamente reciente, hacia los comienzos de los años 70, cuando terminaba la Guerra de Vietnam, con lo cual muchos de los espectadores logran cierto nivel de identificación. Acá se establece una inesperada conexión con la guerra, a través del empleo de un batallón de helicópteros que avanza de manera arriesgada y emocionante hacia la misteriosa Isla Calavera, dando lugar a unas secuencias de peligrosos vuelos, de extremo realismo, combinado con fantasías que solo son dables en el cine.
La segunda novedad es la isla misma. Concebida como un mundo aislado e inaccesible, permite redefinir los significados de lo que son la incomunicación, la soledad, la persistencia y la resiliencia, simbolizados por sus extraños habitantes, a quienes los exploradores que la visitan encuentran conviviendo respetuosamente, no solamente con el mono Kong, sino también con un piloto de la Segunda Guerra Mundial, en una extraña simbiosis de civilizaciones y de especies, que plantea muchas preguntas, en los visitantes y en los espectadores, sobre los choques culturales y ecológicos que la humanidad ha manejado de forma tan imperfecta. Hay que destacar que la isla está protegida por una espectacular barrera climática, que a base de tormentas y de tempestades la hace casi impenetrable. Vemos acá resonancias con los escenarios del calentamiento global y de los desastres climáticos, que se van convirtiendo, cada vez más, en el imaginario popular, en barreras entre el pasado, el presente y el incierto futuro que se avizora para la humanidad. En la isla se desarrolla otro moderno mito, el del paraíso perdido, caracterizado por una impactante belleza natural, amenazada por todo tipo de monstruos naturales, desatados por la imprudencia humana, que los despierta con sus explosiones y con sus ataques a la Madre Tierra, aunque sean justificados con fines exploratorios y científicos. Es la isla también un lugar de paso hacia el infierno mismo, donde viven terribles monstruos, fuerzas prácticamente invencibles.
Un tercer aspecto diferenciador de esta versión de Kong, es que la historia que se nos cuenta transcurre íntegramente en la isla, a diferencia de las versiones anteriores, en las cuales el enorme mono es capturado y llevado a alguna ciudad moderna, a una selva de edificios, donde mejor se desarrollan las relaciones entre la bella y la bestia, ante las miradas multitudinarias y los artículos de la prensa. Acá, Kong es el rey y pareciera ser que no existe forma capaz de doblegarlo ni de capturar su magnífica presencia. Se nos revela una intensa serie de sentimientos en este mono, que van desde los sufrimientos, la tristeza y el dolor hasta la valentía, la lealtad y la solidaridad. Como no habla y no se expresa verbalmente, los impresionantes artificios del cine nos acercan a la intimidad de la enorme criatura, con credibilidad, hasta generar empatía e interés en los espectadores.
Finalmente, cabe resaltar que Kong se ve sin pestañear, sin que decaiga el interés y sin que se rompa la conexión. De ello se encargan la música, absolutamente relevante; la fotografía, rítmica y sorprendente; las narraciones, que no decaen, que ofrecen novedad paso a paso. Naturalmente que se nos está contando una historia imposible, que se nos está manipulando continuamente, que todo es un sartal de cuentos emocionantes. Pero no cae nada mal pasar un par de horas de inmersión en estos mundos de la fantasía y de la aventura y sentirse transportado a un lugar donde cada paso es un viaje hacia lo desconocido; hacia lo desconocido en el mundo natural y lo desconocido en el mundo del comportamiento humano, ambas fronteras mucho más conectadas de lo que nos imaginamos.
Trailer:
Ficha técnica:
Kong: La isla calavera (Kong: Skull Island), EUA, 2017.Dirección: Jordan Vogt-Roberts
Duración: 120 minutos
Guion: Max Borenstein, John Gatins, Dan Gilroy, Derek Connolly. Basada en King Kong de Merian C. Cooper y Edgar Wallace
Producción: Thomas Tull, Jon Jashni, Mary Parent
Fotografía: Larry Fong
Música: Henry Jackman
Reparto: Tom Hiddleston, Brie Larson, Toby Kebbell, Jason Mitchell, Corey Hawkins, John C. Reilly, Samuel L. Jackson, Tom Wilkinson, John Goodman, Thomas Mann