Críticas
Horror mínimo
La presencia
The Dead Room. Jason Stutter. Nueva Zelanda, 2015.
Casas en lugares apartados, sospechosas de actividad paranormal, posiblemente, uno de los lugares más visitados en la historia del género de horror. Desde mansiones victorianas mugrientas y abandonadas a hoteles de lujo entre idílicos parajes de montaña, casi se puede hacer un catálogo inmobiliario a base de estos siniestros cubículos malignos.
Jason Stutter, el director de La presencia, entiende que no tenemos bastantes relatos en este contexto, y se lanza alegre a este cliché sobrexplotado como si fuese la primera vez. Lo tenía todo para lanzar a los cines otro subproducto aburrido e inane incapaz de sorprender a un espectador de vuelta de todo, otro paso en falso en el género de terror, en plena caída libre como forma de hacer cine.
Sorpresa. Stutter se marca un filme de sabor clásico, honesto, lejos de las bajas expectativas que su perezosa premisa ofrece en principio. La presencia no cambiará la historia del cine, pero os aseguro que cumple su cometido, juega con la economía de medios de manera magistral, y deja para los seguidores de este tipo de propuestas una agradable sorpresa por encima de la media.
La presencia nos cuenta la historia de un equipo de cazafantasmas, dispuestos a encontrar pruebas científicas e incuestionables de actividad paranormal. Para ello se dirigen a una casa de la que sus últimos habitantes salieron a toda prisa, sin recoger siquiera sus pertenencias. Dos de estos buscadores de lo imposible son escépticos investigadores, apoyados en la tecnología. La tercera en discordia es una joven que presenta cierta sensibilidad para detectar lo oculto.
La mezcla de motivaciones sirve a Stutter para establecer una de las premisas de la historia, básica para la construcción de las relaciones entre los personajes. El eterno enfrentamiento entre la ciencia y la fe entra de lleno como gasolina de la trama, por lo menos en los pasos iniciales. Claro está, todo queda en segundo plano cuando los protagonistas se topan de frente con el misterio, una entidad bastante cascarrabias que no duda en usar la violencia para expulsar a los extraños de su hogar.
A estas alturas, la sorpresa en un campo tan recorrido como el terror es algo complicado. De hecho, el género ha caído sin vergüenza en una serie de clichés, en la comodidad y la fórmula, con pequeños respiros que permiten conservar la fe en la posibilidades de esta forma de entender el cine. Jason Stutter prefiere la honestidad, cierta humildad en las soluciones y la complicidad con el espectador. La película se basa en lo pequeño, en la imaginación, en el truco de magia y la maniobra de trilero , detalles que desvían la atención de los modestos efectos desencadenantes de sustos de sabor añejo. El director neozelandés consigue un entorno desasosegante, gracias a que en ningún momento pretende convencernos de que su película sea una cosa distinta a un divertimento de género.
Lejos de toda pretenciosidad, Stutter implica al espectador a conciencia. Exige un ejercicio de imaginación, de poner de nuestra parte, al adentrarnos en lo extraño, a través de los ojos de estos tres exploradores de lo oculto. Hay un esfuerzo notable por la sugestión, por la construcción de ambientes, de la red emocional que atrapa a los que estamos del otro lado de la pantalla. Consciente y sin complejos, algo tan mínimo funciona como producto completo mejor que muchas superproducciones, incapaces de suplir con dólares la falta de imaginación.
A falta de cantidades ingentes de presupuesto, somos convencidos de la presencia de entes malévolos a base de sonidos, movimientos, cierto grado de claustrofobia y sugestión con algo tan simple como un pasillo, dos habitaciones y tres personajes. No se necesita más.
Por supuesto, a pesar de todo, La presencia está muy lejos de ser perfecta. De hecho, muchos de sus aciertos se pueden volver en su contra, revertidos como tropezones garrafales, si no se consigue la conexión necesaria con los espectadores. El mismo tono sutil de la película, que impone unas reglas muy peculiares, puede sacar al público poco implicado. Si no ponemos de nuestra parte, las elucubraciones misteriosas y paranormales de sesión de médium pueden resultar increíbles, en el peor sentido de la palabra.
Además, al final, Stutter dinamita sus propios presupuestos y se lanza casi suicida a los desesperantes lugares comunes del terror. El giro final es coherente con el resto de la película, pero la manera de cerrar este siniestro cuento paranormal se antoja demasiado convencional, comparado a la habilidad mostrada en el resto del metraje.
Aún así, si se abraza de manera convincente la idea de Stutter contenida en su filme, nos esperan sensaciones que cada día es más complicado encontrar en cintas de corte fantástico. La decrépita propiedad de turno y sus secretos guardan el suficiente atractivo para que el seguidor de esta clase de iniciativas fílmicas encuentre acomodo. El aire clásico resulta más convincente que cualquiera de esos pozos sin fondo que llegan a la sala de cine.
Desde Nueva Zelanda nos llega esta producción, que a pesar de lo exótico de su procedencia nos resulta tan reconocible La naturaleza desoladora, los espacios abandonados, el desconcierto ante lo desconocido y el horror ante lo que no comprendemos son piezas de sobra conocidas por el espectador. Lo bueno de la cinta es que no quiere convencernos de que es lo nunca visto. Todo lo contrario. Nos lleva a esos lugares que tantas veces hemos visitado. El triunfo de La presencia es que nos recuerda algo olvidado: esos lugares son el hogar del miedo.
Tráiler:
Ficha técnica:
La presencia (The Dead Room), Nueva Zelanda, 2015.Dirección: Jason Stutter
Duración: 80 minutos
Guion: Kevin Stevens, Jason Stutter
Producción: Centron Pictures
Fotografía: Grant Atkinson
Música: avid Donaldson, Steve Roche, Janet Roddick
Reparto: Jed Brophy, Jeffrey Thomas, Laura Petersen