Viñetas y celuloide
La gran superproducción: El cine según Jan
La historia del cómic español bien merece un apartado único en la historia del medio. Durante décadas, el cine de los pobres, como se llamaba a los cómics en épocas más grises, sirvió como entretenimiento a esa generación de posguerra, dando color a una realidad tan oscura. Antes de la llegada de la televisión, eran los héroes de la viñeta los que despertaban la imaginación de miles de lectores, en la que, quizá, fue la época de más éxito editorial de estas entrañables publicaciones.
Era una época en la que el cómic se publicaba bajo la mirada impenitente de la censura, lleno de propaganda y mensajes oficiales del régimen. A pesar de la vigilancia censora, no fueron pocos los autores que, con mucho ingenio, sorteaban la vigilancia para tratar temas prohibidos. Los creativos agudizaban el ingenio, y a base de trabajo y talento florecía una hornada de artistas y editoriales que dejaron para el recuerdo las páginas más recordadas y de más éxito del cómic español.
De todas estas escuelas, quizá la que perdura en la memoria del lector es la surgida en Bruguera, editorial que proporcionó un modelo de viñeta humorística que forma parte indeleble de la historia de la cultura popular en España. El humor Bruguera es una seña de identidad, con personajes como Mortadelo y Filemón del maestro Ibañez, Zipi y Zape, nacidos del lápiz de José Escobar, o el humor al filo de la corrección política del gran Vázquez. No son pocas las polémicas que rodean la evolución de este legendario sello editorial, pero eso, como diría Michael Ende, es otra historia que deberá ser contada en otra ocasión.
Nuestro autor de hoy desarrolló parte de su carrera en Bruguera, y bajo el manto de la editorial alcanzará el estatus de estrella del cómic nacional, gracias a la invención de Superlópez, el particular trasunto de Superman a la española. Aunque el personaje como tal nació en otra editorial y con un espíritu muy distinto, fue en Bruguera donde Jan sacó partido al personaje, dibujando un universo propio, tan entrañable como crítico, y, sobre todo, extremadamente divertido.
Superlópez nacía como parodia de los superhéroes americanos, pero Jan supo dar vida más allá de esa esencia al personaje, y acabó como reflejo del común de los mortales, muy lejos del dechado de virtudes que representa el último hijo de Kripton. Algo trepa, un tanto cínico, demasiado interesado, al final siempre gana el espíritu de héroe que representa el personaje, pero de manera un tanto patosa, incluso rozando el desastre.
De entre los grandes títulos que protagonizó el personaje en la época cumbre de su popularidad, luce con especial brillo La gran superproducción, homenaje sincero y lleno de cariño de Jan al fabuloso mundo del cine.
Que entre el cine y el cómic hay conexiones poderosas ya se han encargado de exponerlo divulgadores y críticos. El intercambio de herramientas visuales ha sido una constante en la historia de ambos medios, y la comunicación entre viñeta y película es visible en los cambios narrativos que el arte de cada expresión visual ha desarrollado con el paso del tiempo. En este diálogo, cómo no, no pueden faltar ejemplos de homenajes, de cine dentro de la viñeta (y al revés), de acercamiento a la magia del séptimo arte. Quizá sea este divertido volumen de Jan de los que mejor han sabido retratar la locura del rodaje de una película.
El autor se adentra, a través del disparatado día a día de una productora de nueva creación, en todos los palos de la producción cinematográfica, desde la llegada del guion a la mesa de los productores hasta el momento de los aplausos tras la primera proyección. La marea de personajes que se pasean por el set constituye un pequeño ejército de casos, atrapados en una especie de comedia kafkiana, donde siempre ocurre algo delirante o surrealista.
Jan rinde homenaje a los grandes del cine, en la imagen del sufrido director, desesperado por rodar su obra maestra. A cambio de financiación para ese proyecto maldito, se vende cual mercenario a una productora dirigida por una mezcla variopinta de ineptos, locos e inconscientes. Por lo demás, en este rodaje vemos aparecer a los grandes clichés del Hollywood legendario, pasados por el prisma nacional de un autor que se tomaba eso del humor muy en serio. Estrellas caprichosas, agentes endiosados, actores por accidente, ataques de nervios, la prensa rosa y, como la espada de Damocles, el presupuesto que desaparece a pasos de gigante.
Guiños al género de espada y brujería e incluso velado recuerdo al cine kinki (otro clásico de la cultura cinematográfica española), constituyen el macarrónico mejunje con el que Jan nos dibuja una sonrisa. La escena en la que se estrena la película en el cine es de los momentos más claros, brillantes y entrañables de la historia de nuestro cómic. Un diálogo entre la película (un desastre que deja a las producciones de The Asylum a la altura del arte y ensayo), los espectadores en la sala del cine y los lectores es la muestra de la maestría superlativa de Jan como narrador.
En aquel entonces, la editorial Bruguera se encontraba en plena crisis económica. Jan, astuto como pocos, tomó partido de forma manifiesta al escribir esta gran superproducción, donde pudo dar rienda suelta a su feroz crítica con el disfraz de parodia desatada. En eso de esquivar el ojo vigilante, como comentaba al principio, se convirtieron en expertos los autores españoles.
Jan es un autor siempre a reivindicar. Tras esos cómics llenos de golpe y porrazo, encontramos la crítica, la sátira, el homenaje constante al hombre de a pie, tan lejos de los superhéroes de Marvel o DC. Con sensibilidad e inteligencia, con conocimientos enciclopédicos mostrados al lector de la manera más simples. Da igual la cantidad de veces que leas La gran superproducción (o cualquiera de las aventuras de Superlópez). Las risas están aseguradas como si fuese la primera vez.