Festivales
Bafici 2017: Competencia Internacional
Este año, el Buenos Aires Festival de Cine Independiente (Bafici) comenzó más tarde, después de la Semana Santa, y con la llegada de los primeros fríos a Buenos Aires. Otra vez, la impotencia de ver la propuesta completa que, como cada año, supera las 400 películas. En EL ESPECTADOR IMAGINARIO, nos centramos en la Competencias Internacional (de la que voy a ocuparme) y en la Competencia Argentina (que reseña en este mismo número Marcela Barbaro), aunque también hubo espacio para otras películas que no se enmarcan en esta selección y que tienen su crítica particular, por parte de Sebastián Sáez Burgos.
La inauguración del Festival se vio ensombrecida por un abrazo de la comunidad cinematográfica al Gaumont, la sala emblemática del Incaa (Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales), en reclamo por el desplazamiento, por parte del gobierno, del director de este instituto autárquico, que se rige por la Ley de Cine. Un verdadero revuelo que sigue resonando en los programas de televisión, donde personalidades del cine y funcionarios del gobierno miden sus fuerzas ante las manifestaciones pacíficas de protesta. Puede decirse que la crisis del sector se midió en los escenarios, cuando varios directores argentinos leyeron su reclamo ante el público presente, pero no pasó a mayores. Sigue siendo un tema de preocupación y debate, pero salvo esa función inicial, no menguó el prestigio del Festival.
La muestra ofreció varias secciones ya instaladas en la historia del evento, como son las dos Competencias a que nos referimos en este número, además de Competencia Latinoamericana, Competencia de Derechos Humanos y la más amplia y heterogénea Género y Vanguardia. Este año, el invitado de honor fue el director y actor italiano Nani Moretti (La habitación del hijo, Habemus Papa y Mia Madre, entre otras), de quien se ofreció una retrospectiva completa de su obra y tuvo dos encuentros con el público, donde conversó acerca de su cine, de su manera de trabajar, de las influencias que ha recibido, de su modo de ver la realidad y el desafío que implica plasmarla en su obra, entre otros tantos temas.
En la intención de cubrir las dos competencias que privilegiamos, nos perdimos varias funciones, como las dedicadas a lo más reciente de Aki Kaurismaki (The Other Side of Hope), Navad Lapid (Lapid from the Diary of a Wedding Photographer), Hong Sang-Soo (Yourself and Yours y On the Beach at Night Alone), Walter Hill (The Assignment) y Alex de la Iglesia (El Bar), entre otros. O secciones como Britannia Lado B: 40 Años de Punk, donde se exhibió The Filth and the Fury, el documental de Julien Temple que registra la carrera musical de Sex Pistols, y la premiere mundial de la nueva película de Don Letts, Two Sevens Clash (Dread Meets Punk Rockers).
Cada año, quedan más títulos en el Debe que en el Haber. Pero al hacer la selección en nuestras grillas, nos inclinamos por las dos competencias tradicionales, que han permanecido desde la creación del Bafici, hace 19 años. En esta oportunidad, la austeridad se ha hecho más visible, sobre todo en la falta de su diario Sin Aliento. Como contrapartida, el Festival ha multiplicado las sedes, ampliando la proyección de su propuesta a 32 salas repartidas en la Ciudad de Buenos Aires.
La COMPETENCIA INTERNACIONAL contó con 20 los títulos provenientes de los cinco continentes. Más de la mitad fueron óperas primas, con fuerte presencia del cine latinoamericano (Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Costa Rica y Uruguay) y cinco títulos estrenados mundialmente. Una muestra variada, no tanto en temática como en la calidad de la propuesta, aunque el Jurado ha dado en la clave con algunos de los títulos más recomendables. Estuvo integrado por la crítica estadounidense Amy Nicholson; la directora argentina Andrea Testa, galardonada el año pasado en este mismo Festival por La larga noche de Francisco Sanctis; el director canadiense Denis Côté, participante de Bafici desde 2006 y autor de Bestiaire, entre tantas otras; el actor y director alemán Nicolas Wackerbarth, cuyo segundo largometraje, Casting, se presentó en la función de apertura; y el director estadounidense de raíces mexicanas Julio Hernández Cordón, autor de Las marimbas del Infierno.
La premiación mayor se centró en dos películas españolas, Niñato, de Adrián Orr, como Mejor Película, y Estiu 1993, de Carla Simon, como Mejor Directora. Ambas indagan el universo infantil en relación con el mundo de los adultos. Aunque nos ha conformado esta distinción, esperábamos que la película de Simon se llevara el premio mayor. Un muy bien ganado reconocimiento especial del Jurado recibió la boliviana Viejo Calavera, de Kiro Russo, y una merecida Mención Especial, la brasileña Arábia, de Affonso Uchôa y João Dumans. No estamos nada convencidos de los premios recibidos por Daniela Castillo en Reinos, de Pelayo Lira (Chile) como Mejor Actuación Individual, ni la Mejor Actuación de Elenco otorgada a Hoy partido a las 3, de la argentina Clarisa Navas. Sin desmerecer la autoridad del Jurado, estos dos últimos reconocimientos parecen más bien premios consuelo, otorgados más por las intenciones de dos películas menores que por la calidad interpretativa de sus actrices.
Comenzaremos por los puntos flojos. Las debilidades, básicamente, se resumen en que en muchos casos no hay una historia que contar, no existe un manejo del tempo, faltan actores idóneos para llevar el protagonismo hacia la cima, o simplemente, hay una única intención de realizar un filme con amigos, sin importar tanto el resultado como la experiencia de rodaje. Es posible que esté siendo injusta, porque no todas las propuestas carecen de historia, de brillantez autoral o de una narración fluida y efectiva. Los temas elegidos, en su mayoría, tienen que ver con la juventud y la brecha generacional que ésta conlleva. Grupos de millennials que no saben qué hacer con sus vidas, que se creen eternamente niños, sin responsabilidades ni ejemplos a seguir. En eso se dirimen las historias de Atrás hay relámpagos, Medea y Una simple aventura.
En Atrás hay relámpagos, del guatemalteco Julio Hernández Cordón (también autor de Te prometo anarquía, 2015), exhibida fuera de competencia, dos amigas descubren un cadáver en un auto viejo y no saben qué hacer con él. Aparentemente, un buen tema. Lástima que no se desarrolle. La historia va por otro lado, prefiere detenerse en la camaradería de las chicas y su inclusión en un grupo de amigos cuya principal preocupación son sus bicicletas y las acrobacias que pueden hacer con ellas. A lo largo del filme, los veremos realizar acciones tan extremas como burlarse de la gente, robar luces de los negocios, mentirle a la Justicia o tentar a la muerte, que aparece al comienzo con el cadáver encontrado y termina con caída del más popular del grupo, que hasta ahora ha lucido su torso desnudo, su cara bonita y sus destrezas con la bicicleta. Apenas asoman preocupaciones, como una posible xenofobia entre los costarricenses y los nicaragüenses o el choque de clases sociales, otra arista desaprovechada. Un filme con varias puntas para desarrollar, pero que fueron dejadas de lado para contar una historia sin demasiado sentido. Durante una “bicicleteada”, los jóvenes, que han robado lámparas, se desplazan por las calles iluminando la noche. Ya se sabe que la oscuridad y la luz artificial pueden hacer maravillas. Aquí cada uno de los chicos cubre su pecho con farolitos, convirtiéndose esta en la única y verdadera escena con una carga poética, a cargo de Nicolás Wong, el director de fotografía. Intentando encontrar puntos positivos en la cinta, se me ocurre que es un fresco de una juventud ociosa, donde los mayores suelen estar ausentes y los amigos acompañan los momentos de vértigo propios de la adolescencia. Vértigo que no puede estar mejor explicitado que en las bicicletas, que les permiten arriesgar sus vidas, pero también compartir cruzadas divertidas por la ciudad durante la noche. Si la película pretende borrar las marcas de moralidad, les digo que las tiene y más que ninguna. Porque el comportamiento de estos jóvenes es castigado, de la misma manera que, en el cine clásico, quien se atrevía a salirse de los márgenes de la civilidad terminaba ajusticiado.
Medea (Alexandra Latishev), también de Costa Rica, comparte síntomas. El cuerpo de una rugbier encierra un embarazo no deseado. El rostro de la protagonista es inmutable. La cámara la registra insistentemente en primeros planos que no nos transmiten demasiado. ¿Piensa?, ¿sufre?, ¿hay algo que le importe? Los personajes no tienen carnadura, no poseen un mundo interior que permita la identificación o el rechazo por parte del espectador. Como en el caso de María, el personaje de la cinta argentina Una simple aventura (Ignacio Ceroi), va por la vida porque algo la lleva de la mano. Los diálogos son fríos, sin matices, y los personajes, abúlicos… En la primera, hay una historia y una cámara que se demora en momentos intrascendentes, con personajes que entran y salen de escena y de la vida de la protagonista sin justificación. No sabemos qué es de ellos. Al personaje principal tampoco le importa. Es igual si están o no. En la segunda, el coprotagonista lanza una mirada expresiva, ¡una!, y es un personaje más acabado que el de María. Ella atraviesa fronteras en busca de su padre, pero no transmite sentimientos, parece más bien llevada por un impulso, el del director, que parece no lograr convencerla de que es ella quien debe decidir y partir de viaje. Una larga secuencia de un indio armado que caza una culebra, rodada en blanco y negro, es lo más esmerado del filme, aunque la escena se alarga más de lo tolerable y no halla parentesco con la historia que se nos viene contando. En este tipo de registro también ubicamos a la chilena Reinos, de Pelayo Lira, donde un joven estudiante y una tesista entablan relación en la Universidad e intentan acercarse al amor. Las diferencias sociales, de edad y de proyectos conspiran continuamente con una histérica historia de encuentros y desencuentros que no llevan a ningún lado. Para ser justos, debemos decir que nos encontramos con mejores interpretaciones que en las otras dos mencionadas, pero la historia no termina de cuajar.
En la muestra sobresalen algunas intenciones de búsqueda formal y narrativa más inspiradas. En Wind (Vetar), de la serbia Tamara Drakulić, caracterizada por rohmeriana en el catálogo del Bafici, hay un relato. Una adolescente pasa las vacaciones con su padre en la playa. Una playa solitaria, donde lo más entretenido es surfear con parapentes. Una de las imágenes más atractivas del filme son estos artefactos flotando al son del viento sobre el mar. Cual gaviotas, entretienen por pocos momentos el tedio de la chica, que pasa las horas de unas vacaciones interminables y aburridas. Esa morosidad sí se siente desde la butaca. Así como también la presencia de esa brecha generacional que mencionamos anteriormente. No hay mayor comunicación con el padre, algún coqueteo con el chico más lindo del lugar. La playa sin sol y una joven inmersa en ese paisaje experimenta los primeros sentimientos del amor. Así de simple e intimista es este filme, donde solo los escasos diálogos perturban la tranquilidad del lugar.
Y si de relato se trata, no puede ser más literal en el caso de 2557, del alemán Roderick Warich. Narrada de principio a fin en tailandés, cuenta la historia de dos europeos que intentan emprender un negocio en Tailandia, pero son traicionados por una mujer muy atractiva. Una amiga común nos va contando la historia, mientras vemos en una ciudad oscura, primero, y en un ámbito rural y luminoso, después, a los protagonistas, víctimas y victimarios, desarrollar sus papeles en una larga, casi interminable narración con la permanente voz en off. Si bien la voz de la chica no es monótona ni cansona, durante casi dos horas recreamos nuestros ojos con imágenes ágiles, planos barridos, encuadres bien pensados, mientras van pasando los interminables minutos para saber cómo será el desenlace. Un thriller con los componentes básicos del género, ambientada en una distópica Bangkok, con paisajes nocturnos, pisos húmedos e iluminación de neón, mientras seguimos a los turistas devenidos empresarios perseguidos por la mafia local, que no tiene demasiado apuro por encontrarlos. Buena propuesta formal, aunque si hubiera concentrado la acción, quizá nos hubiera obligado a estar pendiendo de la butaca.
Narrador también es el personaje principal de Arábia, de los brasileros Affonso Uchôa y João Dumans, que obtuvo una Mención Especial. Un adolescente encuentra el cuaderno de memorias de un obrero accidentado en la fábrica de aluminio donde trabaja, en Ouro Preto. El relato leído por el joven es una verdadera travesía rural, que busca narrar los sucesos de su vida y de cómo la vida lo llevó a Ana… A Ana no la conoceremos, porque el hombre prefiere relatarnos el transcurso del viaje que lo ¿llevará? a ella. Como un ave que se desplaza según se encuentre el verano, nos llevará por territorios del Brasil profundo, donde conocerá compañeros y amigos que quedarán registrados en su cuaderno. Esos recuerdos llegarán a nuestras pupilas en entornos cálidos, de gran camaradería, donde un grupo de hombres entona una canción al son de una guitarra rasgada desde la borrachera. Ese deambular que implica despedidas y nuevos encuentros enriquecerá el bagaje del peregrino, que sigue caminando para volver a una casa de la que se aleja cada vez más. Con una narración serena, el hombre transmite sus recuerdos sin altibajos, recubriendo de una melancólica añoranza cada lugar dejado atrás. Las escenas están cuidadosamente fotografiadas, dándole a cada espacio una atmósfera particular, de modo que cada lugar donde el hombre se ha detenido por unos días, meses o años, se nos ofrece amable u hostil.
En esa búsqueda espacial e íntima, a la vez, para encontrarle sentido a la existencia, también se decanta Out There, del japonés Takehiro Ito, donde un director de cine busca en un actor novato la solución a su bloqueo creativo, mientras que el joven principiante trata de hallar ese lugar en el mundo que cada uno tiene asignado. Juntos encontrarán más de que lo que buscan. Si en las calles de Japón, el joven rastrea signos de su país natal, en Porto, filmada sin prisas ni pausas, con un ánimo melancólico y nostálgico, el portugués Gabe Klinger nos lleva de la mano por los sentimientos, recuerdos y vivencias de una pareja de extranjeros, entre las paredes íntimas de un hotel o en el recorrido de las calles de la bella Oporto de Manoel de Oliveira.
Volviendo a la cuestión generacional, destaca en el conjunto Viejo Calavera, Premio Especial del Jurado, una producción boliviana, que viene de la mano de Kiro Russo y la indispensable colaboración de su socio, Pablo Paniagua, quien estuvo a cargo de lo más sobresaliente del filme, su fotografía, centrada en la búsqueda del autor por tratar de registrar algo que lo viene obsesionando, la oscuridad. Cuenta la historia de Elder, un huérfano que entra a trabajar en la mina (en lugar de su padre recién fallecido) de la mano de su tío y padrino. Como integrante de una juventud que no encuentra lugar en la sociedad de Huanuni y no tiene cómo irse de ese pueblo condenado, deberá, sin solución, integrarse al grupo de mineros. El chico distrae sus horas bebiendo y en la disco del pueblo, mientras que en las minas, sólo espera dormir… y como no siempre se puede, fastidia como un niño malcriado a sus compañeros. La historia es chiquita y simple. Pero la propuesta formal hace hincapié en el uso de la luz como contraparte de la oscuridad. Así, recorremos los túneles de la mina por laberintos interminables sólo alumbrados por la luz que lleva en el casco el minero. En su avance por las entrañas de la tierra, vamos descubriendo pasajes más profundos y estrechos, amparados por la rusticidad de la piedra y la humedad de los pisos, pero dejando atrás un universo que tras el paso del hombre desaparece en las fauces de la oscuridad. Lo que logran Russo y Paniagua es un hermoso poema lumínico, acompañado de sonidos rítmicos metálicos que surgen de las maquinarias con que se trabaja en la mina. Totalmente sensorial es ese paseo por los pasadizos oscuros, develados como las curvas y pendientes de una montaña rusa. Pero su más poético aporte está casi al comienzo, cuando en un bellísimo plano secuencia, la cámara recorre una habitación apenas iluminada por una vela, donde descansa inconsolable una anciana, retrocede saliendo de la estancia, cruza un patio de tierra, iluminado por la luna que aparece tras las montañas, y se interna en la casa de enfrente, donde las velas iluminan el cuerpo voluminoso y sin vida de un minero, el padre de Elder. Es un recorrido lento, casi imperceptible, que se recibe como si nos fueran a develar un tesoro. Y se agradece.
Si Viejo calavera y 2557 son puntos altos en la muestra, nos quedamos con la pequeña, hermosa y poderosa narración de la catalana Carla Simon, Estiu 1993, premio a la Mejor Dirección y premio del Público, aunque para nosotros sea reveladora no sólo en esa especialidad, sino como mejor película de la competencia y mejor interpretación (la de la niña Laia Artigas, en la talentosa recreación de la huérfana Frida). Verdadera maravilla escondida entre poderosos intentos por subyugar al espectador. La historia de la niñez de la directora es llevada a la pantalla de la mano de unos pocos actores que funcionan a la perfección para que la cámara sólo se centre en el personaje de Frida. El drama de una pequeña que ha perdido a sus padres por el Sida y que debe acomodarse a una nueva familia es el centro de la historia. La cámara se prende como un alter ego a la pequeña desde que la película comienza y no la deja hasta el final. Vivimos sus temores, sus alegrías, su confianza, sus celos, su desamparo, su necesidad de amor, sus dudas, sus creencias… Y vemos como referencia, casi fuera de cuadro, a su nueva familia: sus padres adoptivos y su hermanastra, una niña menor que compartirá y sufrirá su hermandad cuando los adultos no estén cerca. Durante todo el transcurso, estamos pendientes de lo que sucederá… y no sucede más que lo que sucede en cualquier universo infantil. Sin embargo, Carla Simon es precisa en la longitud de sus planos, sabe recorrer las locaciones y pasar sobre las figuras de los padres, manteniéndolos en un segundo plano, como sus diálogos… referencias que no sólo nos explican la situación de la pequeña, sino que ésta va absorbiendo aunque parezca distraída en sus menesteres infantiles. La niña está rodeada de cariño, no sufriremos por ver a una cenicienta explotada. Pero sus padres son jóvenes y tienen en Frida a un cristal entre las manos, mientras deben velar por su hija. Cada escena, cada plano, cada diálogo están maravillosamente instalados para que no nos quedemos con dudas, para que no nos sintamos extraños y distantes, para que nos incorporemos a ese pequeño universo de la campiña catalana, donde el campo, el bosque y la laguna ofrecen peligros constantes. Hay una familia más amplia, la de los abuelos y las tías, que cada fin de semana trae alegría a la pequeña… también berrinches. Y con ellos viene la fe, esa especie de superstición, que le permite a la pequeña conectarse, a través de una imagen de la Virgen, con su madre muerta. Flores, cigarros, una bufanda… apenas objetos que le servirán de ofrenda. Poco a poco veremos que la niña y su nueva familia van integrándose… pero apenas antes del final, un diálogo seco entre la madre adoptiva y la huérfana nos despojan de todo tipo de consideraciones sobre la historia, para dejarnos desnudos, como a la propia Frida, ante su realidad.
La infancia ha calado hondo en el Jurado este año. La española Niñato, de Adrián Orr, ganadora como Mejor Película, narra la cotidianidad de David, un joven padre que debe ocuparse de sus tres hijos, mientras trata de sobrevivir con lo que más le gusta, la música. Otra vez veremos aquí la brecha generacional, donde los hijos de más de 30 años siguen apoyándose en sus padres y hermanos, mientras los pequeños, en especial Oro, el menor de sus hijos, se rebela ante las obligaciones propias de su edad. Los chicos comparten espacios llenos de libertad, nos lo dicen las paredes escritas y dibujadas por los niños, pero tienen la rutina de ir al colegio cada día y realizar sus tareas. Oro quiere cantar canciones de hip hop, como su padre. Es lo único que lo hace sonreír. Niñato es un fresco sobre la paternidad, la vida de una clase media baja en la España de hoy y las trabas que existen para poder surgir. El caso de David es ilustrativo. Mientras su novia consigue una beca, su hermana es contratada para dar clases en la universidad y los niños han aprendido a vestirse e ir solos al colegio, David sigue con su rutinaria vida, intentando encontrar acordes que le permitan componer algo que lo impulse un poco más allá de su gris existencia. Hoy partido a las 3, de la argentina Clarisa Ramos, ha ganado el premio a la Mejor Actuación de Elenco, un equipo de fútbol de mujeres, que viven entre risas y conflictos, pero a la hora de competir, prima la camaradería. Ese reconocimiento se lo hubiéramos dado a los tres chicos de Niñato, que le han puesto garra, matices y encanto a sus personajes para hacerlos creíbles y cotidianos.
No hubo ni una mención para The Wedding Ring. La nigeriana Rahmatou Keïta estuvo en Buenos Aires para presentar el estreno latinoamericano de su película. Ante el público, la directora expresó que con su pequeña película sólo pretendía invitarnos a su casa. Al abrirnos la puerta, nos mostraría cómo se declara el amor en una pareja por medio de la negación; cuáles son los rituales necesarios antes de casarse; cuáles son las costumbres de la familia, donde los hombres rezan y trabajan en el telar y el campo, mientras las mujeres acarrean el agua, cuidan a los animales domésticos y realizan las tareas de la casa. Ese universo femenino es el centro más atractivo del filme de Keïta. La complicidad de las mujeres no es típica solo de Occidente. Aquí las mujeres se acompañan, se indagan una a la otra, se ayudan en los quehaceres, se cuentan intimidades y sueños que esperan que se hagan realidad.La aldea familiar a la que llega Tiyaa (Magaajyia Silberfeld), proveniente de París, donde estudia, es una comunidad de casas que van entre el ocre y el color ladrillo. Sus espacios son cálidos y confortables, sus costumbres difieren de las occidentales, pero se parecen en la intención. La amiga, la prima, la mujer que pide asilo, la que pretende que le escaren el rostro para seguir con la tradición familiar, oponiéndose a las leyes que lo prohíben… El tejido de la manta nupcial, la recolección de la leche donde se bañará el anillo de bodas, la intempestiva visita al chamán… todos, frescos de la vida en Níger (no Nigeria, dice Keïta, ya que en esa diferencia está el país libre del país colonizado), con unos jóvenes enamorados y una chica ilusionada que tiene toda la complicidad de las mujeres de la casa para que pueda ser la novia más bonita del lugar. Momentos como el de la precaria ducha, el abanicado durante la siesta, el paciente peinado de su melena, la hermosa filigrana de henna que dibuja la tía sobre la piel… La cámara no es protagonista, solo asiste a los rituales que se desarrollan sin prisa ante nosotros, sumados al despliegue que se realiza en la casa de la novia. Imágenes que quedan en la retina: la fila de jóvenes con cántaros que se desplazan en diagonal junto al mar de un lado, y el desierto del otro; el hombre que teje en el telar la capa de la novia; los hombres con lienzos azules y blancos, que se inclinan ante la puesta del sol a orar… Una obra pequeña, sensible, hermosa. Una especie de viaje por Níger, en días de calor, cuando los quehaceres de una casa se despliegan sin prisas y sin pausas para coronar a una novia con el velo de su boda. Antes del final, un iris cierra sobre el plano de un músico que toca una corneta para avisar que la fiesta da comienzo.
Los documentales exhibidos fueron tres. Liberami, de la italiana Federica Di Giacomo, es una débil propuesta sobre el tema de los exorcismos en Sicilia, sin búsqueda formal. Lo más interesante que tiene para decir está en los títulos finales, donde se plasman las estadísticas de los exorcismos que se llevan a cabo en la actualidad. Una pena… No sabemos qué estaba pensando quien lo haya seleccionado para la Competencia. 95 and 6 to go, de la estadounidense Kimi Takesue, plasma la vejez del abuelo nonagenario de la directora, mientras ella le da a leer el guion de su primera película. Si bien se disfruta la entrevista, donde el abuelo va recordando su juventud y su matrimonio, y le va dando ideas para el guion, nos da la impresión de haber entrado en una historia sin haber sido invitados y sentimos que estamos ante una película casera y de índole familiar, con la que no encontramos demasiados puntos en común. A distancia de estos documentales se encuentra No intenso agora, del brasileño João Moreira Salles y exhibida fuera de competencia. Con imágenes de archivo de la Revolución Cultural China, en sintonía con eventos europeos y de Brasil, nos lleva a la convulsión política de la década del 60. Nada nuevo bajo el sol.
De toda la muestra, una sola película de animación se presentó en la Competencia Internacional: My Entire High School Sinking into the Sea, del estadounidense Dash Shaw, es definida en el catálogo del Festival como “Punk visual en colores, con un humor que puede morder y que se permite ir más allá”. También del estadounidense Tim Sutton, se pudo ver Dark Night, un puzzle de imágenes aparentemente sin sentido, bajo una delicada banda sonora, que anticipa el horror de una masacre en un multicine.
En una temática diferente se encuentra la película del uruguayo Daniel Hendler, El candidato, que no sabemos si con intenciones recreativas de una realidad que se va extendiendo por América latina cuenta los conflictos que se presentan en un equipo que elabora la imagen promocional de un político. Con rasgos de humor, actuaciones algo impostadas y locaciones típicas del campo rioplatense, cuenta una historia que se va diluyendo sin terminar de cuajar. Sobresale la figura oscura y atemorizante del mayordomo; la de la diputada que se mueve en la política como pez en el agua y que debe convencer al joven político de ser su delfín; la del abogado que corrige las erratas del candidato; y una figura que no vemos, pero que es omnipresente: la del padre del político, que aparece constantemente en las líneas de diálogo… todas, con un referente real en la trama política argentina. Acompaña un equipo de jóvenes que trabajan en el equipo del candidato y es allí donde hace agua la película, porque en ellos se apoya el autor para desarrollar los avances de la trama, pero con trazos de humor y contratiempos que en lugar de sumar a la historia, sólo sirven para destacar la actuación de los actores más veteranos. En el mismo género podría ubicarse Newton, del indio Amit Masurkar, que como dice el catálogo del festival “está convencido de que el mejor discurso sobre la política consiste en exponer el juego de diferentes intereses y saberes, que la violencia y el diálogo de sordos se retroalimentan, y que la democracia se construye muchas veces sembrando en la arena”. Si en El candidato se intenta crear una atmósfera inquietante, nada tiene que ver con la que logra el tasmano Damien Power en Killing Ground, un verdadero relato de terror y horror, con violencia explícita para oponer lo bucólico del paisaje con la salvaje condición humana.
Ha finalizado Bafici 2017. Y ya estamos esperando la 20ª edición.
PALMARÉS
COMPETENCIA OFICIAL INTERNACIONAL
Mención Especial: Arábia, de Affonso Uchôa y João Dumans (Brasil)
Mejor Actuación Individual: Daniela Castillo por su labor en Reinos, de Pelayo Lira (Chile)
Mejor Actuación de Elenco: Hoy partido a las 3, de Clarisa Navas (Argentina / Paraguay)
Mejor Director: Carla Simón por Estiu 19993 (España)
Premio especial del Jurado: Viejo Calavera, de Kiro Russo (Bolivia / Qatar)
Mejor Película: Niñato, de Adrián Orr (España)
COMPETENCIA OFICIAL ARGENTINA
Mención Especial: Una ciudad de provincia, de Rodrigo Moreno
Mejor Directora: Toia Bonino por Orione
Mejor Película: La vendedora de fósforos, de Alejo Moguillansky, producida por Eugenia Campos Guevara
COMPETENCIA OFICIAL LATINOAMERICANA
Mejor Director: Javier Izquierdo por Un secreto en la caja (Ecuador / España)
Mejor Película: A cidade do futuro, de Cláudio Marques y Marília Hughes (Brasil)
COMPETENCIA VANGUARDIA Y GÉNERO
Mención Especial: Mimosas, de Oliver Laxe (Marruecos / España / Francia)
Mejor Largo: Adiós, entusiasmo, de Vladimir Durán (Argentina / Colombia)
Mejor Corto: La disco resplandece, de Chema García Ibarra (Turquía / España), yNuestra amiga la luna, de Velasco Broca (España)
Gran Premio: Ceux qui font les révolutions à moitie n’ont fait que se creuser un tombeau, de Mathieu Denis y Simon Lavoie (Canadá)
COMPETENCIA DE DERECHOS HUMANOS
Mención Especial: El pacto de Adriana, de Lissette Orozco (Chile)
Mejor Película: Tonsler Park, de Kevin Jerome Everson (Estados Unidos)
COMPETENCIA DE CORTOS ARGENTINOS
Mención Especial: María, de Manuela Gamboa
Mejor Cortometraje: Querida Renzo, de Francisco Lezama y Agostina Gálvez; No aflojes, Miriam, de Ramiro Bailiarini y Rafael Federman; y Fiora, de Martina Juncadella y Martín Vilela
PREMIOS NO OFICIALES
Premio SIGNIS: Estiu 1993, de Carla Simón
Premio FEISAL: Porto, de Gabe Klinger
Premio ADF: Viejo Calavera, de Kiro Russo
Premio ACCA: La vendedora de fósforos, de Alejo Moguillansy
Premio ASA (Mención Especial): Hora – día – mes, de Diego Bliffeld
Premio ASA (Mejor Sonido): El espanto, de Martín Benchimol y Pablo Aparo
Premio SAE-EDA: Una hermana, de Sofía Brockenshire y Verena Kuri
Premio FIPRESCI: Un secreto en la caja, de Javier Izquierdo
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