Críticas
Pesadillas y barbaries
Los demonios
Les démons. Philippe Lesage. Canadá, 2015.
El director canadiense Philippe Lesage se estrenó con este filme en el largometraje de ficción, después de la realización de varios documentales, en la Sección Oficial del Festival de San Sebastián del 2015. Sí, no nos hemos equivocado de año, aunque hayamos tenido que esperar casi un par de ellos para verlo en pantallas comerciales. En fin, cosas de la distribución.
El realizador canadiense nos sitúa con Los demonios en el mundo de la infancia. Y desde allí, en silencio, con una cámara muy fija, apenas recurriendo a lentos movimientos laterales, intenta acercarnos a su particular mirada sobre ese periodo de la existencia, y partiendo de él, aproximarse al mundo adulto que le rodea.
El punto de arranque de la obra se ubica en un grupo de niños y niñas de unos diez años, concretamente en Québec. En la escena inicial, Philippe Lesage se permite detenerse en la evolución de una clase de gimnasia o expresión rítmica, reflejando los movimientos de los críos, en donde destaca la ausencia de diálogos y la presencia imponente del apoyo de la banda sonora, concretamente la obra Finlandia, op. 26, de Jean Sibelius. Tras ese retrato colectivo de un conjunto de seres unidos por la edad en afinidades, inquietudes o temores, el realizador se ocupa en seguir con su cámara a lo largo de todo el filme, excepto en unos momentos que posteriormente comentaremos, al chico protagonista, a Félix, interpretado por Édouard Tremblay-Grenier. Se trata de un niño introspectivo, con amigos que elige o le eligen, aficiones lúdicas propias de esa etapa vital, originarias o apreciadas a través de actividades extra-escolares, como la natación. Y sobre todo, destaca la sensibilidad que muestra ante terrores varios, miedos que se buscan o encuentran, intentando desecharlos o al menos alejarlos. Hablamos de fantasmas, crímenes, oscuridad, soledad o peligrosa fijación ante mayores que se idealizan o idolatran.
La cámara sigue al pequeño, y el espectador no ve otra cosa que Félix no pueda observar o escuchar. A Lesage se le ha comparado con el realizador Michael Haneke, y el paralelismo lo consideramos acertado, pero no en términos de igualdad. En todo caso, nos atrevemos a manifestar que al autor canadiense lo situaríamos como un alumno aventajado del maestro austriaco. Desde el primer momento, con el apoyo de la banda sonora, un clima inquietante nos envuelve y atrae, creando un ambiente intrigante y de asfixia, sin que realmente se ofrezca elemento alguno específico que lo sostenga. Recurre a la utilización de una violencia implícita, como Haneke, aquella que no encontramos dentro de campo y nos quedamos presintiéndola con un objetivo sosegado, que espera y aguanta en lugares varios. Y entre ellos, nos topamos con la salida de la escuela, lo que inmediatamente lleva al recuerdo de la película del autor europeo Caché (2005), mientras que los alumnos van abandonando el centro escolar, y nos quedamos en la expectativa de que suceda algo relevante, o nos percatamos de que la propia permanencia en la imagen ya habla por sí misma. Para ser precisos, Philippe Lesage abandona esa estrategia de no mostrar el horror en una única escena, ya en las postrimerías del largometraje. En cualquier caso, parece que no le agrada al director canadiense la comparación con Haneke, de quien dice no sentirse influido. Curiosamente, entre sus referencias, cita a Carlos Saura, y a su película Cría Cuervos (1975), evidente en esa danza adolescente entre Félix y sus dos hermanos, en esta ocasión con la vibrante canción de la sudafricana Miriam Makeba, Pata Pata. Y no, no nos olvidamos del perturbador baile de Ana Torrent y sus hermanas, al ritmo de la voz dulce o empalagosa, como ustedes prefieran, de Jeanette, mientras diegéticamente suena Por qué te vas.
En este largometraje no nos enfrentamos ante niños buenos o malos, mejores o peores. Tampoco parece que sea el caso de los adultos, pero aquí sí que estaríamos obligados a introducir caracteres enfermos, amargados, insatisfechos o violentos. En realidad, el mundo de los mayores, visto desde los ojos infantiles, y no precisamente inocentes, sobre todo al comienzo o en la primera parte del filme, no resulta en particular agraciado. Nos topamos con parejas que resisten juntas, desconocemos los motivos; tampoco debemos obviar la violencia de género o machista, como la quieran llamar, reflejada incluso en clases acomodadas, o cambios en rutinas de los adultos, que no pasan inadvertidas en los menores, que son pequeños, pero no tontos.
Y vamos a centrarnos en el enfoque de la violencia, aquello que más nos ha atraído del filme, además de la puesta en escena turbadora, conseguida a través del silencio y la quietud observada atentamente mientras la vida va pasando en sus quehaceres cotidianos. La crueldad, la furia, la agresividad y el crimen, en sus diversos y muy diferentes niveles, por supuesto, está presente entre los niños, entre los mayores, y los más aberrante, el ocasionado desde los adultos a los menores. Por desgracia, la película termina resultando un querer y un no poder. Y nos referimos a que pretende, desde una autoría personal y atrayente, acercarse a unos hechos, a un estado de acontecimientos perturbadores, pero lo hace equivocándose en el punto de vista narrativo elegido. ¿No estamos siempre viendo lo que Félix puede ver desde sus ojos o escuchar por sus oídos, observar y sentir en donde se encuentra? Pues no, al final, los hechos álgidos, los más impactantes del filme y en lo que parece que se sustenta, sale de ese foco de campo elegido y deriva en un par de escenas o secuencias, la primera circunscrita a una breve imagen y la segunda muchísimo más desarrollada, en la que el niño protagonista ni ha visto u oído, ni puede haberlo hecho. Estamos ante un salto narrativo que descoloca y termina por alejarnos de la obra, no alcanzando con ello las promesas que se presentían desde los comienzos. Y tampoco resultan suficientes los puntos de conexión que se meten con calzador por el realizador, tanto en esa primera imagen sin Félix como en las escenas en donde la televisión se presenta como cierto hilo conductor.
Además de lo ya narrado, salen a relucir otros temas, que pueden presentarse muy confusos soportados o vistos desde la infancia, como la propia sexualidad, la atracción física, los problemas de pareja o las relaciones entre hermanos, suceso destacable cuando la tasa de natalidad por mujer, en muchos países desarrollados, es inferior al 2%. A la terminación del filme, Philippe Lesage vuelve a acertar, como al principio, y nos regala unas imágenes desbordadas por coros de La Pasión según San Mateo, de Johann Sebastian Bach, en donde destaca la felicidad y la despreocupación infantil mientras se juega en plenas vacaciones, y la vida sigue, a pesar de los cadáveres que se han quedado por el camino. En cualquier caso, estamos ante un alejamiento de la mirada a la infancia como un periodo idílico, una apuesta muy interesante con juegos de presencia y ausencia en demonios reales o imaginarios que merece su reconocimiento.
Tráiler:
Ficha técnica:
Los demonios (Les démons), Canadá, 2015.Dirección: Philippe Lesage
Duración: 118 minutos
Guion: Philippe Lesage
Producción: Les Films de L'Autre
Fotografía: Nicolad Canniccioni
Reparto: Édouard Tremblay-Grenier, Yannick Gobeil-Dugas, Vassili Schneider, Sarah Mottet, Mathis Thomas, Laurent Lucas, Pascale Bussières, Bénédicte Décary, Pier-Luc Funk