Críticas
Una mujer a la fuga
Brava
Roser Aguilar. España, 2017.
Es un placer inenarrable ir al cine y encontrarte con películas pequeñas, muy espartanas en su producción, sin apenas publicidad, que sobreviven como buenamente pueden, que por su calidad y elementos naturales estableces un diálogo fructífero y cordial. Te ofrecen propuestas envolventes cuyos temas nacen de las mismas entrañas de los autores. Uno de los títulos que responden a ese criterio tantas veces perseguido es Brava (España 2017), segundo largometraje para la pantalla grande de la realizadora Rosé Aguilar.
De manera fortuita y por las imprevisibles razones del azar, a principios de verano coincidieron en la cartelera comercial tres filmes, escritos y rodados por mujeres, que presentaban una serie de semejanzas casuales tan afortunadas que merecieron la atención del cinéfilo. A la mencionada Brava, se le unieron, como cogidas de la mano, dos películas de idéntica estirpe, Júlia Ist (España, 2017), dirigida por Elena Martín, y Estiu 1993 (España 2017) de Carla Simón. Todas surgen en el contexto del cine catalán. Sus realizadoras han tenido una formación académica, bien en la Universidad Autónoma de Barcelona o a través de la influyente ESCAC (Escuela Superior de Cinema i Audiovisuals de Catalunya). Tienen un sugerente toque indie y las tres cuentan con un guion propio que se hace eco de asuntos personales, de índole autobiográfico, e historias centradas en un mundo pequeño. Imponerse un objetivo (discurso) en apariencia leve pero íntimo y, sobre todo, veraz y sincero, prueba que a veces la ambición cauta y controlada no es sinónimo de menos riesgo artístico. La altura de estilo y narración logrado por las jóvenes cineastas demuestra la implicación y deseo por expresar en imágenes hechos propios que alcanzan su magnificencia en un sobrio y hermoso tratamiento que, partiendo de lo más cercano, desborda en simplicidad y honestidad. Estamos, por lo tanto, delante de confesiones interiores. Propiedad de sus artistas. Cuyo alcance cinematográfico supera, con creces, el tibio apunte, para erigirse en un texto universal.
Roser Aguilar es la más veterana de las tres. En 2007 llamó la atención con un filme acerca de las consecuencias del amor que se tituló Lo mejor de mí. Un debut esperanzador y penetrante que hablaba de temas que incumbían a la realizadora y que los hacía tangibles reflexionando sobre los siempre complicados vericuetos sentimentales. Con rasgos estilísticos heredados del cine realista, se apoyaba en una gran dirección de actores en la que sobresalió la actriz Miriam Alvárez. Ahora, con elementos similares, y recurriendo de nuevo a un personaje femenino, construye un emocional drama, bastante intenso, sobre una mujer en proceso de transformación que desea cambiar el sentido de su vida.
Janine, es una entregada, circunspecta y profesional empleada de banca que atraviesa un estado mental sobresaltado. Desvaída, amargada y aparentemente frágil. Laia Marrull, formidable y experta en roles agitados, duros y ásperos, compone un ser atormentado y desilusionado. Infeliz y frustrado. Esos matices el espectador los vislumbra en las escenas que se desarrollan en el interior de la entidad bancaria en la que trabaja. La sequedad y árida forma de transmitir las peticiones de sus clientes denotan pesadumbre. Su taciturna y casi oscura fiabilidad, revelando información económica que su clientela desconoce, es tan fría, demoledora como inasequible al desaliento. Su buen hacer, rectitud y los signos que deducimos por la expresión corporal son naturales y precisos. Y lo sé porque durante más de veinticinco años he trabajo en un banco y me identifico con Janine y comprendo su zozobra y tesitura laboral. Las situaciones reflejadas en la película son lo más parecido a la realidad.
Fuera del trabajo, Janine, se debate entre la angustia y el colapso. Mantiene una estable y se entiende que agotada relación de pareja con Martí (Sergio Caballero), un novio convencional y domesticado que tiene en marcha un proyecto profesional. El egoísmo del hombre frena la ambición de Janine, cuyo propósito, para escapar de la inanidad existencial, es anhelar un reto mayor, que no es otro que aceptar una plaza vacante en una ciudad de la China, dentro de la política de expansión de negocio emprendida por su empresa bancaria. Ahí es nada.
Pero el punto de inflexión que marcará su destino es bastante desagradable y brutal. En el metro, de vuelta a casa, es sorprendida por dos gamberros que la maltratan y humillan y, además, es testigo de una agresión sexual que sufre una joven que se disponía a coger un convoy. Aterrada, miedosa, insegura, no sabe qué hacer y no denuncia nada de lo que le ha pasado ni de lo que ha visto. Tampoco cuenta nada. Se lo queda todo. Vive en una encrucijada y en un marasmo de inquietud existencial. El complejo de culpabilidad por su aplastante cobardía y el cargo de conciencia la empujan a girar el timón de su devenir de manera concluyente y firme. Se va. Se aleja del mundanal ruido. Abandona la ciudad, espacio estresante y violento, en el que no se siente protegida (tampoco en su hogar) y se va con su padre (Emilio Gutiérrez Caba) al campo, al aire libre.
Una fuga necesaria como desesperada. Los escenarios donde se desarrolla la acción se convierten en una extensión de su estado de ánimo. Mientras en la gran urbe se siente acorralada y presa de la violencia latente de las vastas aglomeraciones, la montaña, el aire libre, la naturaleza y la proximidad de personajes icónicos, la figura del padre, le suministran la paz y el sosiego anhelados para intentar ordenar su vida y enderezar los renglones torcidos de su conciencia. Las contradicciones de los paradigmas ciudad/campo pronto revelan sus motores y funcionamiento. De la agresividad y desencanto de la metrópoli, con sus amenazas y salvajismos, pasamos a la serenidad bucólica de la montaña. Un remanso de calma que le proporciona a Janine aire fresco. La protagonista comprueba de inmediato la placidez del ambiente. Su padre está dichoso y coquetea con mujeres, sus antiguas amigas la recuerdan y la invitan a salir de copas. Así las cosas, no tarda en aparecer una especie de amante, Pierre (Bruno Todeschini), escultor, amable y cariñoso, que se convierte en símbolo de su terapia, medidor de si Janine ha superado sus crisis y traumas. Aunque en el terreno sexual y emocional, todavía hay costuras que requieren apaños más sutiles y delicados.
Ficha técnica:
Brava , España, 2017.Dirección: Roser Aguilar
Duración: 91 minutos
Guion: Alejandro Hernández y Roser Aguilar
Producción: Iberrota Films, ICEC, FCAA, Media Setmágic Audiovisual, TV3 y TVon
Fotografía: Diego Dussuel
Música: Vincent Barriere
Reparto: Laia Marull, Francesc Orella, Bruno Todeschini, Mikel Iglesias, Emilio Gutiérrez Caba y María Ribera.
me parece que fue por la culpa de no haber contado nada a la policía ni a nadie, se encargó de buscar un mal encuentro con esa especie de amante. Una bestia que ya había hecho que le pusieran una lamina de titanio a su hija a la que había golpeado. Terminé llorando con ese tema maravilloso de Mayte Martin. Aunque nada tiene que ver con mi historia, tal vez si con la manera de sentirse.