Viñetas y celuloide 

Superhéroes por el mundo

Los tipos en pintorescos pijamas hace tiempo que se han hecho dueños del cine de palomitas a lo largo del planeta. El salto de la viñeta a la pantalla ha sido uno de los fenómenos que más derramamiento de tinta ha provocado, y, desde luego, nadie puede poner en duda la rentabilidad de la propuesta. Con independencia de la calidad de los productos que nos lanzan desde los grandes sellos del invento, que de todo hay, vivimos tiempos de explosión pop en la gran pantalla con encendidos posicionamientos a favor o en contra de este modelo de producción.

A estas alturas quizá ya el público se puede encontrar un tanto saturado de oferta, pero cifras de taquilla como las de Black Panther (Ryan Coogler, 2018) hace sospechar que el género tiene cuerda para rato. Cuando algo tiene éxito rotundo, como es el caso, no falla que al poco aparezcan a su sombra intentos más o menos bien intencionados de emular las proezas de iconos como Spiderman o Batman. Os proponemos, queridos lectores, un viaje por los clones de los personajes que rompen records de taquilla, aunque claro, con mucho menos presupuesto y bastante falta de vergüenza.

Lo cierto es que desde el principio se ha producido este efecto de imitación. A finales de los 70, Superman (Rychard Donner, 1978) hacía creer al público que un hombre puede volar, y a ciertos productores que ahí estaba la gallina de los huevos de oro.

A rebufo del éxito de la película de Richard Donner, que maravilló a todo el planeta por su innovadora técnica de efectos especiales, en España se cocía Capitán Electric, la respuesta europea a las demostraciones de pirotecnia de Hollywood. Esta coproducción italoespañola contaba al frente con Juan Piquer Simón, director con una filmografía repleta de excentricidades y películas de culto, que van desde el inenarrable giallo a la española MIL gritos tiene la noche, (1982) a engendros de terror del palo de Slugs: muerte viscosa (1987)

Fotograma de Supersonic Man

El alias del superhéroe de marras cambió en un par de ocasiones por diversos motivos hasta que adaptó su nombre de batalla definitivo: Supersonic Man (Juan Piquer Simón 1979). El resultado, un descacharrante ejercicio de inoperancia en todos los aspectos del arte de rodar películas. Montaje absurdo, incapacidad de hilar escena con escena para que resulte en una narrativa medio inteligible, efectos especiales que producen sensaciones entre el estupor y la sonrisa, por no hablar de los actores que se pasean por el escenario sin tener muy claro que narices se está rodando.

Todos los clichés del género lanzados contra el público sin ningún tipo de rubor, han envejecido de tal manera que cierto sector de ha colocado a la película en ese fabuloso cajón de sastre que es la etiqueta «de culto», otorgando cierto estatus simpático a este perfecto ejemplo de desastre de proporciones superheroicas.

El género de superhéroes, hasta la fecha, ha vivido algún empujón notable de popularidad, como por ejemplo la batmanía histérica que produjo la producción dirigida por Tim Burton en 1989 dedicada al Caballero Oscuro. También dejó un reguero de películas que intentaban apuntarse al carro, como la notable Darkman (1990), dirigida por un casi desconocido Sam Raimi (a la postre director de Spiderman ( 2002)la película que demostraba que estaba todo listo para la invasión de los tipos enmascarados).

No es hasta la actualidad que la anécdota toma formas de fenómeno mundial, y, por supuesto, de la estela de éxito surgen producciones que intentan jugar en la misma liga que los estudios estadounidenses. Por desgracia, los resultados están muy lejos de las intenciones.

Guardian

El ejemplo más claro de esta tendencia es Guardians (Sarik Andreasyan, 2017) intento ruso de repetir el éxito de Los Vengadores con un equipo de identidad nacional propia. La guerra fría ahora se vive en el mundo del entretenimiento, parece ser, y era demasiado jugosa la idea de discutir la hegemonía planetaria del género al todopoderoso Hollywood. Con bastante más arrojo que talento, se pone en marcha este mejunje algo indigesto de tópicos, protagonizado por la falta de coherencia interna y el simplón concepto de reducir las características del mundo del cómic a su faceta más infantil.

El problema más notable de Guardians es que maneja un presupuesto que debe ser el equivalente a lo que se gastan en café en una producción media de Marvel. Los efectos especiales cantan la Traviata, y el resultado da para chiste. No hay por donde coger este despropósito que, encima, se nutre de un tono excesivamente dramático que anula cualquier conexión con el público. No se puede ir de pretencioso cuando estás jugando al borde de la serie B.

De los últimos en llegar al circo ha sido Rendel (Jesse Haaja, 2016) el émulo cabreado al estilo de la fría Finlandia de los vengadores urbanos del cómic. La mezcla perfecta entre Batman, Punisher y un portero de discoteca con mala noche protagoniza otra de esas películas en las que todo el mundo se toma demasiado en serio para lo que tiene que ofrecer. La historia de un contable que por arte de la magia de la venganza se transforma en una implacable máquina de matar de un día para otro, rodada por un tipo que se cree Christopher Nolan, en la que todo es de un evidente tramposo que molesta.

Anclada en una apuesta narrativa ridícula, basada en un flasback incrustado con al delicadeza de un martillazo, resulta irritante al considerar al potencial espectador como un memo capaz de tragarse cualquier cosa. Por supuesto, intensidad de baratillo, situaciones irrisorias, coreografías marciales esclavas de las posibilidades técnicas, y mafiosos que hablan como mafiosos, a ver si no nos va a quedar claro que son los malos. Todo enmarcado en una Finlandia inverosímil que hace que Gotham City parezca un paraíso tropical.

Rendel

Alrededor del mudo se quiere jugar a los superhéroes. Algunos movidos por la pasión, la nostalgia, animados por las lecturas de cómics, o quizá simplemente movidos por el ruin intento de arañar un par de dólares entre la vorágine del esplendor de esta clase de películas. En todo caso, hasta el momento parece que los intentos son algo infructuosos. Pero no hay que desfallecer. Los primeros pasos de la actual tesitura no fueron fáciles, y hay que recordar batacazos como Ghost Rider (Mark Steven Johnson, 2007) o cualquiera de las versiones de los 4F, entro otros sonoros engendros cinematográficos. Puede que alguien algún día, fuera de los grandes estudios de Estados Unidos, de la campanada.

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