Anon

En un mundo que busca estar interconectado cada vez más, que procura la inmediatez de la información, por más innecesaria que esta sea, no parece utópico que podamos espiar a través de los ojos de las víctimas y los victimarios con la finalidad de resolver crímenes. Este quiebre de la privacidad, con la excusa de mejorar nuestra seguridad y bienestar parece ser nuestro principal objeto de preocupación, ya que, a diferencia de las historias orwellianas de mitad del siglo pasado, la tecnología nos ha superado y es capaz de invisibilizar ese espionaje, al que muchas veces nos abrazamos sin casi darnos cuenta. Anon ahonda en esta temática, utilizando las vulnerabilidades con las que el sistema puede llegar a contar.

Vale decir que, desde un principio, Anon parece un capítulo más de Black MIrror (2011- ), esa serie que logra posicionar a la tecnología como un elemento fundamental de deshumanización de las personas. A través de un elemento que parece sacado del videojuego Watchdogs, en el que podemos acceder a las biografías de quienes cruzamos con solo apuntar la mirada hacia ellos, la trama arranca cuando el detective Sal Frieland (Clive Owen) se cruza con una chica que tiene bloqueadas estas características. Frieland basa sus investigaciones en la observación de los crímenes mediante la filmación de quienes estuvieron involucrados en los delitos, pero se topa con ciertos casos donde no puede acceder a los archivos y es allí cuando empieza a relacionar a la chica anónima (Amanda Seyfried) con estos hechos.

Ambientada en un futuro cercano un poco más fiel a la realidad, hay elementos que nos recordarán mucho a Blade Runner (Ridley Scott, 1982), pero solo que allí, en una simple pretensión. Puedo mencionar las publicidades en edificios, pero mayormente se ve en la clara intención de Clive Owen de llevar a su personaje a algo similar a Deckard. Lo cierto es que es uno de los puntos más bajos de la carrera de Owen, con una actuación demasiado inexpresiva y falta de carácter. Por su parte, Amanda Seyfried no se despega demasiado del pésimo nivel interpretativo del filme, aunque sí podríamos decir que presenta el más alto. También debo hacer una mención especial a lo particularmente desastroso de las actuaciones que veremos en las escenas de crímenes que Frieland y la chica anónima observan a través de las memorias para reconstruirlos.

A pesar de su gran éxito a finales de los noventa, guionando películas como Gattaca (1997) y El Show de Truman (Una vida en directo) (The Truman Show, Peter Weir, 1998), y luego escribiendo y dirigiendo El Señor de la Guerra (Lord of War, 2004), Andrew Niccol no ha tenido grandes trabajos últimamente, siendo esta producción de Netflix su primer gran filme desde Good Kill (2015). Ni Niccol ni su guion logran atraparnos, a pesar de que la historia abordada parezca super interesante, no creo que el perfil elegido para el personaje de Clive Owen sea el correcto, ni que la solemnidad y estética que presenta, estilo Matrix (The Matrix, Hnos. Wachowski, 1999), aporten demasiado a la historia, aunque sean elementos muy bien ejecutados si los separamos.

Al momento, Netflix no ha logrado producir contenidos fílmicos del nivel que sí ha exhibido en series de TV, como es el caso de House of Cards (Beau Willimon, 2013- ) o Stranger Things (Hnos. Duffer, 2016- ), por citar algunos ejemplos. Recientemente he visto y criticado grandes ideas, como es el caso de Bright (2017), Máquina de Guerra (War Machine, David Michôd, 2017) y The Cloverfield Paradox (Julius Onah, 2017), pero que pierden categoría por no estar a la altura de su concepción. Anon se suma a esa lista de películas del gigante del streaming que no han logrado dar en la tecla.

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