Investigamos
La encrucijada moral de Hitchcock
A través de una ventana descubrimos el cuerpo de un hombre en el piso con la cabeza ensangrentada y un tubo de metal en su costado. Los colgantes de la puerta nos anuncian que alguien salió huyendo. Monsieur Villette ha muerto.
Un sujeto vestido con sotana recorre las solitarias y nocturnas calles de la provincia de Quebec de los años 50, su sombra contrasta en la pared al más puro estilo del Nosferatu, de Murnau. La música genera un clima de mayor suspense. El hombre entra en un templo religioso y ante el padre Michael Logan confiesa el homicidio.
Solo un par de jovencitas testifican ante el Inspector Larrue -encargado de la investigación- que esa noche vieron a un sujeto vestido de sacerdote salir del domicilio de Villette. Tras una serie de interrogatorios a todos los sacerdotes de la provincia, solo el padre Logan se dice impedido de revelar su paradero la noche del homicidio. Así, se convierte en el principal sospechoso.
La identidad del asesino se resguarda en un secreto de confesión. Sin embargo, las investigaciones descubren que Villette pretendía chantajear al padre Logan y a una mujer, Ruth Grandfort (Anne Baxter), para no ventilar un secreto que pondría el riesgo, tanto el matrimonio de ella como a la profesión sacerdotal del padre.
Ahí está Hitchcock otra vez, fiel a su estilo, en la línea de que todo lo que se dice, en lugar de ser mostrado, se pierde para el público. Lo hace ahora en Mi pecado me condena(I Confess, 1953), cuando en las primeras escenas vemos a un hombre muerto y a un sujeto confesando el asesinato, pero no lo hemos visto cometiéndolo. Lo no visto, lo ausente, da paso a la intriga y genera el avance del nudo narrativo.
A partir de los indicios que muestra, surge un móvil para pensar que el padre Logan podría tener razones para asesinarlo. Hitchcock recurre al actor Montgomery Clift para romper con el estereotipo del sacerdote adulto y entrado en años por uno joven y bien parecido. El espectador se debate entre confiar en su buen comportamiento religioso o en su relación con una mujer casada. Está en una encrucijada moral y, nuevamente, se gira en torno al falso culpable, un tema recurrente en su filmografía.
Parece una premisa simple, pero Hitchcock arma el rompecabezas de esta historia. Centra la atención en determinados objetos y personajes. El padre Logan es llevado a juicio. No puede revelar la identidad de un asesino, debe explicar la relación con la señora Grandfort y debe convencer al fiscal de que él no ha cometido un homicidio ¿En serio hay una coincidencia para que dos sujetos, vestidos con sotana, quisieran matar al mismo hombre?
Le dice Hitchcock a Truffaut que Mi pecado me condena es un filme que no debió haberse realizado, se sabe que es de los que menos le gustó al realizador británico, sin embargo, destaca el trabajo de Montgomery, su complicidad con las miradas y su convicción de convertir a un personaje con rectitud: «Nosotros, los católicos, sabemos que un sacerdote no puede revelar un secreto de confesión, pero los protestantes, los ateos, los agnósticos piensan: ‘Es ridículo callarse; ningún hombre sacrificaría su vida por algo semejante'».
Por la cabeza del padre Logan pasa entregarse a la policía. Es un referente cuando encuentra en la cartelera de un teatro el filme Sin conciencia(The Enforcer, 1951), con Humphrey Bogart, en una suerte de cita/homenaje.
Y en efecto. Podría resultar el filme más débil de Hitchcock. Una premisa sencilla que se rescata en sus personajes. Que en lugar de jugar con la mente del espectador, en torno a la identidad de un asesino, como en La Ventana Indiscreta (1954), o mantenerlo en el anonimato, como en Psicosis(1960), el debate gira en torno a la ética, a la rectitud y al buen comportamiento.
Nuevamente, se destaca el impecable trabajo fotográfico de Robert Burks, en el que sería uno de los últimos trabajos a blanco y negro para un filme de Hitckcock. Los claroscuros enfatizan y despiertan la intriga, como la confesión a la luz de las velas en la iglesia y los planos de las calles y las fachadas de las catedrales que lucen aún grandes e imponentes.
Esta vez, Mi pecado me condena(I Confess, 1953) se inclina más al género policíaco, primero, y de suspense, después, con tópicos de películas religiosas y con recursos utilizados en el cine de drama judicial.
Habrá que verla, para conocer lo más pobre de este genio del cine