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La bruja como arquetipo cinematográfico
Desde que la figura siniestra de la bruja comenzara a aparecer en el imaginario colectivo de la sociedad del siglo XVI, se ha forjado un icono de la cultura popular que continúa hasta hoy. Es curiosa la transformación de los rasgos significativos que definen a la bruja: desde la escoba y la nariz puntiaguda hasta una belleza del Inframundo, capaz de seducir a cualquier hombre para después destruirle. Es por ello que consideramos dos arquetipos: la mujer de avanzada edad, retirada en los bosques y dedicada a sus artes oscuras, y por otro lado, la superfeminidad que es conocedora de la parte más oscura de la madre naturaleza, diosa aniquiladora del patriarcado.
Centrándonos en el primer concepto, podemos intuir una visión más misógina con la que, a día de hoy, se sigue descalificando a las mujeres, ya que «bruja» es un calificativo que define a una mujer como «mala». Toda mujer que fuera sospechosa de brujería era quemada en la hoguera, la mujer, en general, fue demonizada por una sociedad temerosa de lo desconocido y, en definitiva, no se le permitía tener conocimientos que fueran más allá del ámbito doméstico. Es ese conocimiento de «lo oculto» algo que va ligado a la mujer bruja, unida a la naturaleza y conocedora de sus maldades. La bruja ha sido perseguida a lo largo de la Historia de la humanidad, pero de los siglos XV al XVII muchas víctimas fueron procesadas por herejía, debido a que cualquier sospecha de brujería suponía prácticas satánicas. Cualquier mínima sospecha o falsa acusación ponía en marcha los juicios contra estas supuestas brujas, a las que sometían a torturas para poder demostrar que las acusaciones eran falsas. El proceso de Juana de Arco (Procès de Jeanne d’Arc, Robert Bresson, 1962) desarrolla el juicio al que fue sometido la ahora santa Juana de Arco al ser acusada de brujería, herejía y blasfemia, al afirmar que escuchaba voces divinas que la guiaban para salvar a Francia de la guerra. Por su parte, el film El Crisol (The Crucible, Nicholas Hytner, 1996) narra el caso de Salem, casi dos siglos después, y los juicios causados por la histeria colectiva, falsas acusaciones.
La bruja ha estado presente en la mitología de diferentes culturas. Lilit, considerada primera mujer de Adán, según el folklore judío, amante de Satanás y que rapta a los bebés de sus cunas. La hechicera Circe atrajo a Ulises a sus dominios para, con su varita mágica, convertir a todos sus marineros en cerdos. Medusa, una mujer con el cabello hecho de serpientes, convertía a los hombres en estatuas de sal si le miraban a los ojos. En la imaginería popular, la bruja suele aparecer representada como una mujer fea, volando en escoba y amante del diablo. Esta visión estaría fundada en obras pictóricas como Hechicera maligna, de Hans Baldung Grien (1510), con una bruja sobrevolando en escoba un aquelarre en un bosque. El aquelarre, de Francisco de Goya y Lucientes (1797–1798), donde en una reunión de brujas se adora a un macho cabrío y se le ofrece bebés como sacrificio, o la obra Las cuatro brujas, de Alberto Durero (1491), un retrato de cuatro mujeres desnudas, en círculo, sobre huesos humanos y cercanas a una criatura demoníaca.
Una de las obras literarias más conocidas y llevada en muchas ocasiones a la pantalla es Macbeth (William Shakespeare, 1623), cuyo texto en sí mismo lo podemos deducir de muchos guiones: La trama de la destrucción por la ambición. En Macbeth (Orson Welles, 1948), las tres brujas que le predicen al protagonista su destino son tres mujeres que permanecen entre la penumbra del páramo, ataviadas con túnicas negras. En Trono de Sangre (Throne of Blood, Akira Kurosawa, 1957), los protagonistas se encuentran con el misterio en una cabaña donde se halla la bruja, hechicera o adivina, en definitiva, una mujer apartada de la sociedad, realizando rituales que predicen la tragedia de los dos hombres. Como en las obras de Durero, Goya o Peter Brueghel, encontramos a las tres brujas siniestras, representantes de las artes oscuras. Este tipo de bruja aparece especialmente en los cuentos y por ello, en los filmes de animación.
Cualquier niño se imagina a una bruja como esta representación clásica, vestida de negro, fea, sombrero de punta y gato negro. En Blancanieves y los Siete enanitos (Snow White and the Seven Dwarfs, David Hand, 1937), la bruja malvada es de nuevo una mujer anciana de gran fealdad y ciertamente terrorífica, que amenaza la vida de la princesa. Le siguen de la mano Úrsula, la bruja acuática de La Sirenita (The Little Mermaid, John Musker, Ron Clements, 1989) y Maléfica de La Bella Durmiente (The Sleeping Beauty, Clyde Geronimi, 1959). En estas obras de la factoría Disney, las brujas son tan carismáticas como sus odiadas princesas, y han pasado a ser verdaderos iconos que continúan hasta el día de hoy en sus adaptaciones recientes y futuras. Especialmente, el remake de La bella durmiente: Maléfica (Maleficent, Robert Stromberg, 2014), donde Angelina Jolie se mete en el papel de la malísima bruja del cuento. Además de darle cierta profundidad al personaje de la antagonista, la factoría Disney propone una malvada bellísima, cuestión que no encajaba en los códigos de los cuentos infantiles: Las brujas no eran tan bellas como las princesas.
Por el contrario, el arquetipo de la bruja buena, las cuales utilizan su poder para hacer el bien y cambiar sus entornos de una manera inocente, cuestión que nos remite directamente a El Mago de Oz (The Wizard of Oz, Victor Fleming, 1939), donde la bruja fea, verde y mala se enfrenta a la bella y buena. ¿Sería esto una manera más de enfrentar a las mujeres entre ellas? ¿Sigue siendo ciertamente misógino este enfrentamiento entre brujas? Más allá del discurso político que se pueda deducir, las brujería blanca se extendió en los relatos audiovisuales televisivos como Embrujada (Bewitched, Sol Saks, 1964), Sabrina, cosas de brujas (Sabrina, the TeenageWitch, Nell Scovell, 1996) o Embrujadas (Charmed, Constance M. Burge, 1998). Todas ellas, mujeres de belleza inocente y graciosa que se aleja totalmente de las pinturas negras de Goya. Por otro lado, también está la bruja buena que utiliza sus poderes para cuidar a los niños, en oposición a los supuestos infanticidios que se cometían, según las leyendas populares. En este caso, Angela Lansbury en La bruja novata (Bedknobs & Broomsticks, Robert Stevenson, 1971) y Emma Thompson en La niñera mágica (Nanny Mcphee, Kirk Jones, 2006) serían ejemplo de la bruja entrada en edad y bondadosa que ejerce de institutriz de niños desgraciados. También, ciertas obras fantásticas sobre la brujería blanca se acercan al público infantil, como Matilda (Danny DeVitto, 1996) o Nicki la aprendiz de bruja (Kiki’s Delivery Service, Hayao Miyazaki, 1989), donde niñas comienzan su aprendizaje para convivir con la magia y el mundo real.
Las brujas no siempre actúan solas, los aquelarres han dado mucho juego en los relatos posmodernos, donde las mujeres unidas se hacen más fuertes para combatir a su enemigo común, a través de hechizos y, sobre todo, de seducción. La bruja chic que físicamente pasa inadvertida a ojos del mortal, a la última moda e, incluso, pertenecientes a tribus urbanas de la década de los noventa. Jóvenes y brujas (The Craft, Andrew Flemming, 1996) supone un testimonio del apogeo de la estética gótica de finales de siglo, en el que las protagonistas adolescentes descubren sus poderes extrasensoriales y femeninos al mismo tiempo. En Las brujas de Eastwick (The Witches of Eastwick, George Miller, 1987), tres estrellas, como son Susan Sarandon, Cher y Michelle Pfeiffer, unen fuerzas para destruir al hombre interpretado por Jack Nicholson. Ellas son guapas, fuertes e independientes y destruyen el patriarcado, dándole la vuelta a las brujas de Salem, quemadas en la hoguera, vengando la muerte de sus antecesoras.
Sin duda, las brujas más actualizadas son las chicas de Coven, la temporada número 3 de la serie American Horror Story (Ryan Murphy, 2013). Ellas son una especie en peligro de extinción, pertenecientes a un linaje del que quedan muy pocas. Las brujas siguen amenazadas por fuerzas religiosas, dominadas por hombres, y el aquelarre, camuflado en un colegio de jovencitas, las enseña a empoderarse. Ellas son millenials, visten de Balenciaga y no necesitan la ayuda de los hombres para defenderse de sus amenazas. Y es que la figura de la bruja no fue siempre relegada a la fealdad y a locura, sino que empezó a dotarse de nuevo a la figura de la bruja como una criatura de poderosa sexualidad, arraigada a la tierra y conocedora de todas sus maldades. Así, la mujer poderosa y aniquiladora entra en el relato cinematográfico bajo la figura de la femme fatale, que, aunque no tuviera poderes mágicos, sí que contenía ese halo de misterio que tenía la bruja.
Tras la explosión pop que fue»Coven», La Bruja (The Witch, Robert Eggers, 2015 ), supone un regreso al género de terror, donde se vuelve a la esencia de la brujería: El entorno rural, sociedad del Siglo XVII y bajo el yugo de la Iglesia. Una familia de Nueva Inglaterra comienza a sufrir sucesos paranormales en su aldea, un bebé desaparece, hay posesiones y desastres con la cosechas. Thomasin, la hija adolescente, es acusada de todos estos fenómenos y, finalmente, la histeria colectiva y el terror infundado por la religión hace que Thomasin deserte hacia el bosque para convertirse en bruja, donde el patriarcado no existe y no sufrirá las restricciones de la vida puritana, es decir, hallará la libertad como mujer.
En Anticristo (Antichrist, Lars Von Trier, 2009), asistimos a una de las más inquietantes manifestaciones de la mujer, llamémosle bruja, Anticristo o femme fatale: La naturaleza aniquiladora. Un bebé se lanza por una ventana, mientras sus padres mantienen relaciones sexuales. Tras el terrible accidente, la madre, interpretada por Charlotte Gaingsbourg, entra en una profunda depresión. Su marido psiquiatra decide tratarla lejos del lugar de los hechos, en su casa del bosque. Allí la mujer comienza a notar su atracción física por el bosque y a comprender que, quizá, la muerte de su hijo fue deseada por ella. Descrita en estas simples líneas no hacemos justicia al profundo texto que planteó Von Trier, con su polémica incluida, pero si ponemos de manifiesto que Anticristo supone una revisión brutal de todo este concepto del que venimos dando vueltas: La bruja como icono misógino o feminista.
Más allá del discurso ideológico, la bruja representa, en sí misma, como tantos otros monstruos surgidos en diferentes épocas de la humanidad, para definir el miedo a lo desconocido, y es esto que queda perfectamente plasmado en El proyecto de la bruja de Blair (The Blair Whitch Proyect, Daniel Myrick, Eduardo Sánchez, 1999 ). Una de las películas de terror más sencillas que existen, en la que nada se ve, pero todo se intuye. El supuesto material encontrado por unos estudiantes perdidos nos introduce, poco a poco, en la leyenda popular de una bruja habitante de un bosque. A través de los testimonios, entramos en esa paranoia social que nos remite a esas cazas de brujas en las que el vecino acusaba a la mujer por cualquier suceso inexplicable. Es por tanto, la bruja, el monstruo que les induce a la locura y, sobre todo, a la pura superstición.
Está claro que la bruja es un monstruo que se ha reinventado en indefinidas ocasiones y, parece que seguirá estando presente en nuestras pantallas, ya que nos esperan varios remakes como Las escalofriantes aventuras de Sabrina (Chilling Adventures of Sabrina, 2018), una revisión oscura de Sabrina, cosas de brujas. O la que suponemos difícil de superar, el clásico de Dario Argento, Suspiria (1977). La bruja, como personaje femenino, es tremendamente rico y adaptable, como hemos visto, a todos los géneros cinematográficos. Lo que no cabe duda es que más allá del monstruo, hay una bruja dentro de todas nosotras.