Festivales 

Un ambiente festivo colosal y una sección oficial algo plomiza

Antes de entrar en detalles y valoraciones de las películas proyectadas en la sección oficial a concurso, conviene informar sobre un asunto prosaico. El Festival de Cine de San Sebastián, como se ha comprobado en su 66ª edición, vive un momento álgido y feliz. En éxtasis permanente. Su enganche con el público es dinámico. Su vertiente informativa está sobredimensionada. Existe, y se palpa en el ambiente, una apabullante legión de  acreditados, repartidos entre prensa e industria, que invaden las distintas sesiones, ocurriendo el hecho de que muchos se quedan fuera de la sala por falta de espacio. Situación objeto de análisis e inmediata respuesta por parte de la organización que asume la saturación y se piensa en remedios urgentes, como reducir el número de localidades para el espectador de a pie. Las enormes filas, formadas desde mucho tiempo antes de cada pase, constata no solo la apasionada entrega del enviado o directivo, sea cual fuere su verdadera justificación en el evento, sino la avidez de imágenes para su desmenuzamiento. La sobreexcitación revuela como una ola gigantesca. Es como la bola de nieve. Empieza pequeña y termina su recorrido con una masa gigantesca. La concentración humana es un fenómeno imparable que no se detiene.

En cuanto al cine proyectado y visionado en la parcela competitiva, hay que destacar el pronunciamiento de determinados autores de indagar en el estilo y la forma para configurar sus textos, derivando sus obras hacia márgenes sugerentes y menos trillados. Posturas y enfoques que han dejado huella para dividir, una vez más, a los informadores cinematográficos y crítica especializada. Títulos menos complacientes con el paladar tradicional o paradigmas conformistas fueron recibidos entre aplausos o abucheos, según el criterio de aceptación o de rechazo. Una constante que se repite prácticamente en todos los festivales, sin encontrar el patrón o la medida que consensúe el rigor en el análisis. Mientras que para algunos el plano secuencia utilizado como recurso narrativo por la realizadora noruega Tuva Novotny en su filme Blind Spot fue considerado como valiente por su perfecto ensamblaje para ilustrar una historia de shock emocional, no fue así para otros reporteros que recurrieron a adjetivos poco entusiastas para minimizar la técnica empleada. Dicho esto, la 66ª edición del Festival Internacional de Cine de San Sebastián la vi y la disfruté tal y como sigue a continuación. Todo empezó con la Argentina.

El pistoletazo de salida lo dio la película argentina El amor menos pensado, una historia de amor con guion de Juan Vera y Daniel Cúparo y dirección de Juan Vera. El mundo de la pareja a terapia. Un tema repetitivo e inagotable que suele dar juego, inventiva y chispa cuando el guion quiere ser algo más que una simple telenovela con dos amantes dispuestos al romance eterno o a la batalla sin compasión. En este caso, Vera recurre a tópicos y se postula en fijar su mirada en un matrimonio veterano, curtido, resistente e indestructible. Marcos (Ricardo Darín) y Ana (Mercedes Morán) llevan casados más de 25 años. Una trayectoria intachable. El único hijo de los esposos se marcha a la Universidad y con el abandono del hogar vuelve la intimidad deseada, y todo parece indicar que van a renovar los votos de la pasión y el ardor. Sin embargo, una pequeña tormenta hace resquebrajar lo que parecía irrompible. Separados, emprenden una huida con la finalidad de tratar de conocer el otro lado de la barrera. Cruzan un límite para ellos nuevo que los pilla con ganas, pero con una ilusión fingida. Se aventuran a explorar zonas infrecuentadas y no consiguen conformar nada que supere la etapa anterior. Testimonio o fábula, que viene a decir que más vale malo conocido que bueno por conocer. Un dicho que resume a la perfección esta película apañada y agradable, que no incordia y promete menos que lo que da y que gana enteros por la presencia de dos monstruos de la interpretación que están estupendos. Solo por Darín y Morán.

Mismo paraje frecuenta el cineasta francés Louis Garrel en L’Homme fidèle, una cartesiana muestra de los avatares y sinsabores de las relaciones sentimentales que supone el segundo largometraje como realizador del hijo del prestigioso Philippe Garrel. Con ecos de la Nueva Ola francesa y referencias al universo de su influyente progenitor, Louis, que se reserva el principal papel protagonista, deleita al espectador con un agridulce relato estructurado como un enredo de amores, celos, frustraciones, decepciones, alegrías, para mirar con ironía el cambiante mundo de los afectos y cómo muchos quedan prendados de los amores de juventud. Discurso agradecido, porque tiene instantes chispeantes que dejan un poso satisfactorio.

Una de las temáticas que se asomaron con cierta asiduidad fue la lacra de la corrupción. El reputado realizador filipino Brillante Mendoza hinca el diente en Alpha, the Right to Killer, en la inmoralidad del cuerpo policial. Construye un penetrante thriller, a modo de docudrama, con mucha utilización de cámara en mano, para hacer un retrato brutal de un sargento de la policía de Managua, Moisés Espino (Allen Dizon), que para mantener un estatus de vida confortable no duda en complementar su trabajo con el narcotráfico. Para sus mordidas se ayuda de un sujeto al que denomina alpha que en el argot es como un confidente o conseguidor. Película apreciable, con estructura sólida, excelente fotografía, que habla de las miserias y necedades del ser humano. El poder cobija al poder y quien lo tiene no siente remordimientos de aniquilar a quien ha sido tu mejor aliado para los chanchullos facinerosos. Otra lectura sobre la ley del más fuerte y la supervivencia para los desposeídos que viven entre basura pero tienen corazón y humanidad. Buena película y gran trabajo de Mendoza. Merece tenerla bajo observación.

Pero el cuadro más trapacero y obsceno sobre el mundo del poder, en este caso, político, se titula El reino. Producción española filmada con decisión y coraje por Rodrigo Sorogoyen. Un intenso y frenético trhiller que enmarca el estilo de vida y comportamiento sin escrúpulos de un puñado de políticos enganchados al engaño y las prebendas. Es posible que la realidad supere a la ficción, pero El reino, un vitriólico documento, lleno de referencias al tristemente famoso ámbito español, no deja títere con cabeza, a través de una densa trama para anotar un clima enviciado de chanchullos y vida disipada, como si todo fuera una orgía. Una las mejores películas del festival y una grata sorpresa. Un filme necesario y de urgente visión. Antonio de la Torre encarna a Manuel, pieza clave de un partido político que ha montado un tinglado lucrativo, aprovechándose de la posición que representa. Su paraíso, con todas sus ventajas, se derrumba cuando la justicia acecha y emerge una red de negocios ilícitos, promovida por una casta política cínica y desaprensiva.

El cine español ha mostrado una buena porción de trabajos que han sido de los más ovacionados en los pases de prensa. Icíar Bollaín cambia de registro y con la estrecha colaboración de su habitual guionista, Paul Laverty, filma Juli, una película que se aproxima a la figura del bailarín cubano Carlos Acosta. Un filme biográfico, con todas las ventajas y desventajas que tiene el género, sobre todo por manido, cuando te ajustas a su patrón, en el que la realizadora traza la vocación de un niño cubano nacido mulato y pobre que, sin un gran porvenir por la realidad de su país, decide, no sin reparos, acatar el consejo de su padre y convertirse, tras algunos vaivenes, en una figura estelar en el mundo del ballet clásico. Un repaso a su ajetreado pasado para hablar de la transformación de una persona que, partiendo de la nada, alcanzó las cotas más altas de honores. Revolución, arte, historia, familia, entran en juego en un largometraje elegante, bien filmado y emocionante.

Carlos Vermut se reencontró con San Sebastián tras conocer las mieles del triunfo con su anterior trabajo, el premiado Magical Girl. Vuelve por derroteros parecidos para proponer otro melodrama desafiante y seco, de tono árido. Quién te cantará es otra vuelta de tuerca a su universo cerrado de seres atormentados y extraños. En clave musical construye, con su ajustada frialdad y distanciamiento, un relato sobre dos mujeres sin nada que ver entre sí, cuyos vasos comunicantes son más coincidentes de lo que ellas creían. Drama sobre el dolor, la música y los secretos llenos de remordimientos. La actriz Nawja Nimri encarna a Lily Cassen, una cantante desconsolada por la muerte de su madre se ha quedado varada en la cresta de su popularidad por el ensimismamiento. Entra en su vida una imitadora de sus canciones, Violeta (Eva Llonchar), que tratará de reconducirla para que encuentre de nuevo el entusiasmo. Su nexo de unión serán sus amarguras y penurias. Y las lágrimas pondrán voz a sus heridas y desgracias.

Otro realizador español, que también sabe lo que es recoger la Concha de Oro a la mejor producción (Los pasos dobles), es Isaki Lacuesta. Con Entre dos aguas,regresa a un formato en el que se mueve como pez en el agua, el docudrama. En esta ocasión su equipo se desplaza al sur de España, zona devastada por la precariedad laboral, para armar una historia sobre dos hermanos de raza gitana con dos conceptos diferentes de la vida. El desarraigo, la escasez de oportunidades y la lucha diaria por evitar introducirse en mafias que dominan la organización del narcotráfico hacen que sus pensamientos, anhelos, carencias, desafectos familiares se dejen ver en la pantalla con la inmediatez que supone la herramienta del documental, cuyas imágenes logran transmitir verdad. La naturalidad y espontaneidad de actores no profesionales y la ley de la calle ofrecen un marco inmejorable para una película que hubiera quedado mejor con un metraje más reducido.

En una línea diferente se enmarca Rojo, una coproducción entre la Argentina, Francia, Alemania, Países Bajos y Brasil, escrita y dirigida por Benjamín Naishtat. Filme que sigue los parámetros del cine de intriga y suspense. Su guion parece una traslación del retorcido mundo de la escritora Patricia Highsmith. La culpa, la soberbia y el egoísmo emergen en un ambiente rural de la inmensa Argentina, en un momento histórico, 1975, en el que se augura el advenimiento de la lacra de la dictadura y cómo cuajó su torva guadaña en una sociedad en la que respetables ciudadanos no dudan en asesinar y esconder sus cadáveres en el desierto para no verse expuestos a perder su estatus y oscura dignidad. Darío Grandinetti es Claudio, reconocido abogado. Es un tipo sobrio, legal, que se ve envuelto en un desagradable incidente y opta por solucionarlo de una manera fea, asquerosa e inhumana. De repente, su orden y prestigio quedan manchados. Ha cruzado un límite y se parapeta en la impunidad. La entrada de un detective de fama televisiva, Sinclair (Alfredo Castro), de fino olfato, pero colapsado por sus miedos internos, nos conducirá a un ambiente pútrido y ominoso que parecer ser el huevo de la serpiente que más tarde irrumpirá a degüello con la dictadura. La película parece, de un modo sibilino, anticipar cómo cierta burguesía aceptó la aparición del horror como caparazón para ocultar sus horribles miserias y seguir burlándose de los estorbos para sus intereses.

La realizadora Valeria Sarmiento dejó una de las grandes decepciones de la competición oficial. Le Cahier Noir es un largometraje de época, ambientado en el siglo XVIII, en el que confluyen recursos narrativos poco frecuentados, de corte clásico, en una historia de aliento romántico y trasfondo sociopolítico. Sensación decimonónica, de rigidez formal y estética caducada, que alberga una historia de plebeyos reconvertidos en nobles cuando conocen sus verdaderos orígenes, que se encadena con una historia de amor trufada de los habituales infortunios y que termina por representar la obsesión de una mujer por recuperar la custodia del niño que cuidó cuando era una simple sirvienta. Para olvidar.

Otra que dejó un poso frustrante fue también la película del cineasta Felix Van Groeningen. Considerado como un realizador de culto por dos atrevidas y recordadas producciones, Alabama Monroe y Bélgica, deja sus formas europeas y se enrola en el cine estadounidense y firma una propuesta muy alejada de los talentosos títulos apuntados. Beautiful Boy, con un plantel de actores encabezados por Steve Carell y Timothée Chalamet, es una vacua e intrascendente historia sobre los desvelos y avatares de un sufrido padre por rescatar a su hijo del mundo de la droga. Un tipo de cine que se puso de moda en los años 70 y 80, pero que Groeningen convierte en un superfluo melodrama sin mucha pegada y sin fuerza expresiva, cuyo tratamiento se aproxima a las cotas banales y texturas del telefilme. No aporta nada y su justificación en una sección oficial es muy discutible. Tampoco la presencia de valores en alza, como Timothée Chalamet, debe ser la recompensa que distraiga al público. Poca cosa.

Otro realizador con vitola de autor y representante de un tipo de cine incómodo y provocador es el interesante Peter Strickland, responsable de logros sorprendentes como Berberian Sound Studio y El Duque de Burgundy. Intentos de crear extrañas y amorfas atmósferas opresivas que encuentran su ejecución primorosa en In Fabric, una locura expresionista en su paleta de colores y surrealista en su forma. Relato extraño, entre la pesadilla y el horror bizarro. Es como si juntaras un perverso cuento de Stephen King, el giallo italiano de Dario Argento y el siniestro estilo de David Lynch. El resultado de la mezcla es un apasionado mundo no apto para todos los paladares sobre el maligno encanto de un vestido de color rojo que trastoca la vida de quien se lo pone. La película está plagada de escenas chirriantes y sarcásticas. Una farsa colosal para no tomársela muy en serio. En cualquier caso, fue una propuesta atrevida y delirante.

The innocent, producción entre Alemania y Suiza, está escrita y dirigida por el cineasta Simon Jaquemet. Sin lugar a dudas, una de las piezas más oscuras y desconcertantes. Se adentra en el siempre sobresaltado mundo de los trastornos mentales. Ruth (Judith Hofman) es una mujer con brotes psicóticos, trabaja en una clínica especializada para animales, vive alterada por una serie de acontecimientos familiares y busca cobijo para su alterado comportamiento en su fanatismo religioso. Un filme psicológico que no logra enganchar en su árida propuesta.

La cineasta japonesa Naomi Kawase es toda una asidua de los certámenes cinematográficos. Sus películas son bien recibidas y cuenta con bastantes seguidores. Vision no se aparta de las constantes y parámetros que mueven su concepción de la vida. Está interpretada por la actriz francesa Juliette Binoche, que encarna a Jeanne, una escritora de libros de viaje que se traslada al Japón con la intención de buscar una planta de nombre vision, cuyas propiedades pueden acabar con el dolor. Una excusa para elaborar la enésima lectura sobre la estrecha relación del hombre y la naturaleza, que le permite también a la cineasta configurar una endeble historia de amor entre la escritora y Tomo (Masathosi Nagase), un guardabosques introvertido. Esta relación, de pausado crecimiento y contemplativa, permite observar cierto estancamiento que Kawase tiene de la mujer. Introduce el tema de la maternidad y estrecha el rango de las féminas a su naturaleza reproductiva.

No podía faltar una película surcoreana. Illang: the Wolf Brigade, de Kim Jee-woon es un largometraje de corte policíaco, de apabullante producción, espectacularidad en sus escenas de acción, en la que cabe todo tipo de proezas y pirotecnias, brillantes coreografías en los momentos de máxima tensión, que filtra un barniz psicológico sobre el sentimiento de culpabilidad de un agente de las fuerzas especiales que en una misión, él y su brigada, cometieron un grave error al balear a varias chicas inocentes. El equipo fue degradado y formaron una unidad a la que da el título, cuyo fin es intervenir en casos extremos.

En el tercio final apareció un peso pesado de la cinematografía gala. Claire Denis presentó una propuesta de género, High Life, curiosa, extravagante, discutible aventura espacial, interpretada por nombres de relieve. Juliette Binoche, que hizo doblete en la sección oficial, comparte cartel con el norteamericano Robert Pattison. La película parte de una idea extrambótica que encuentra en el minimalismo de la puesta en escena y la reformulación del género plegado al tono añejo, sus características más plausibles. Historia insólita y tratamiento algo exótico. Violenta y de exarcebadas pulsiones eróticas. Un grupo de proscritos formado por despojos de la sociedad aceptan una impredecible misión espacial (en definitiva, su expulsión de la faz de la tierra) mientras se someten a experimentos sobre la inseminación a cargo de una mujer (una bruja), encarnada por Binoche, que lleva sus pocos ortodoxos métodos a la crispación de los delincuentes. Todo ello contado en un largo flashback.

La directora noruega Tuva Novotny se decantó por el plano secuencia para contar en unos ajustados 98 minutos el desolador impacto emocional de unos padres al enterarse que su hija mayor se ha lanzado por la ventana. Blind Spot es un aterrador drama de impecable ejecución. Un bofetón orquestado con maestría. Elaborada con precisión quirúrgica y sus resortes dramáticos funcionan en todos los frentes y desde los diferentes puntos de vista que intervienen en el relato.

Liu Jie es otro de los muchos realizadores chinos que construyen su historia con el trasfondo sociológico de una sociedad cambiante, que ha mudado sus rígidos resortes sociales para entrar en una dinámica contradictoria. Baby es una prueba más de la transformación del gigante asiático en un modelo de régimen en el que todavía flotan flecos del pasado que no logran encontrar su expresión moderna, adaptada a los nuevos tiempos. Los contrasentidos son los que padece la esforzada e inasequible al desaliento Jiang Meng (Yang Mi), una joven que fue acogida por una familia y, tras cumplir la mayoría de edad, quiere encargarse del cuidado de su madre adoptiva. Pero la burocracia no se lo permite, mientras su obsesión se centra en procurar que una niña recién nacida y con obstrucción anal tenga cuidados médicos paliativos, toda vez que sus progenitores la quieren dejar morir tranquilamente. Un buen filme de raíz humanista, que observa la realidad con ironía y las incoherencias de un sistema con falta de lógica.

Estructurada en capítulos (1, 2 y 3, sin enunciados) Angelo, producción austríaca dirigida por Markus Schleinzer, fue uno de los títulos más esquinados de la sección a concurso. Un concepto de cine teatral, de preciosa imagen, sin apenas movimientos de cámara y con algunas singularidades que chocaban en su visión, que provocaron abandonos durante su proyección y abucheos en el pase de prensa. Filme de época ambientado en el siglo XVIII, plantea una lectura sobre la inmigración. Inspirada en hechos reales, cuenta la inmersión de un africano de diez años en una corte europea, y a lo largo de su vida, observamos cómo se convierte en un objeto de curiosidad y exotismo para los nobles hasta alcanzar su libertad y tratar de sobrevivir según las reglas, sin saber que el destino le guarda un final lleno de cinismo e ironía. Tiene dos escenas atrevidas, al comienzo y en su clausura. La escenografía es moderna, un almacén, con luz artificial y elementos de hoy en día, pero los personajes visten el vestuario de la época y la acción corresponde al siglo en el que está ambientada. Sorprendente decisión.

PALMARÉS DE LA 6ª EDICIÓN DEL FESTIVAL DE CINE DE SAN SEBASTIÁN

Concha de Oro a la Mejor Película: Entre dos aguas, de Isaki Lacuesta

Premio Especial del Jurado: Alpha, the Right to Kill, de Brillante Mendoza

Concha de Plata a la Mejor Dirección: Benjamín Naishtat, por Rojo

Concha de Plata a la Mejor Actriz: Pia Tjelta, por Blind spot

Concha de Plata al Mejor Actor: Darío Grandinetti, por Rojo

Premio del Jurado a la Mejor Fotografía: Pedro Sotero, por Rojo

Premio del Jurado al Mejor Guion: Paul Laverty, por Juli

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