Críticas
Existencias robadas
Cold War
Zimna wojna. Pawel Pawlikowski. Polonia, 2018.
El director polaco Pawel Pawlikowski ya nos sorprendió muy gratamente con su anterior filme Ida (2013). Situado en Polonia, años 60, el largometraje exhibía una desgarradora historia de una novicia, que descubre el sobrecogedor destino de su familia. Rodado en un blanco y negro desnudo y luminoso, consiguió alzarse con premios tan importantes como el de Mejor Película en los del Cine Europeo o el Oscar al de habla no inglesa. Con Cold War, el realizador Pawlikowski vuelve también a su Polonia natal e insiste en rodar con ese blanco y negro primoroso y nítido que ya utilizó con su obra anterior. En esta ocasión nos presenta, también en formato académico (cuadrado, 4:3), una historia de amor en la época de la Guerra Fría, desde 1949 a 1964. De momento, ya cuenta en su poder con el galardón de Mejor Director del último Festival de Cannes.
La película arranca por aquellos días en los que en el Bloque del Este, en Europa, Stalin era el único dios al que no solo se podía, sino se debía alabar y glorificar. Unos momentos de ausencia de libertad, persecuciones políticas, espionajes y censura cuya existencia se alargó por décadas. Miles, millones de vidas fueron dirigidas, modificadas, falseadas y hasta sacrificadas. El terror y el pensamiento único invadieron cualquier ámbito, sin que existiera pared o muro impoluto. Todas las barreras estaban formadas por demasiados agujeros que aunque no se podían atravesar, sí que permitían investigar y penalizar lo que sucedía al otro lado.
La película de Pawlikowski está basada, con modificaciones conscientes de lo que sucedió en la realidad, en la vida de sus padres. Arrancamos desde un lugar de Polonia, concretamente en una especie de internado, creado por el régimen comunista, para la formación de un grupo de élite en lo referente a la danza y canto tradicionales. Un doblón de oro con el que poder pasearse con orgullo, por y para mayor gloria del Imperio soviético. ¿Se acuerdan ustedes, si tienen la edad suficiente, de aquellos coros y danzas que visitaban Occidente por aquellas fechas, procedentes del otro lado del Muro? Es probable que no acudieran a ninguno de aquellos espectáculos, pero seguro que no habrán olvidado que era difícil la existencia de alguna gira sin que se “perdiera” alguno de sus miembros, buscando aire en cualquier país con promesas de libertad. Pues bien, dentro de ese internado, surge el amor entre un pianista y una aspirante a formar parte del grupo folclórico privilegiado. Hablamos de Zula y Wiktor, nuestros protagonistas.
Tras dicho arranque, van pasando los años, los encuentros y desencuentros, el exilio, los titubeos ante el abandono de las raíces propias, las inseguridades, los celos o las adicciones. Estamos ante un extraordinario largometraje, que se ocupa de ir cubriendo etapas de amargura y pasión. Y ello, junto al desarrollo lineal de acontecimientos, se intercalan escenas musicales de distinto calado, pero que conllevan un sentimiento profundo. Folclore, canciones tradicionales o políticas, jazz, blues, música clásica o rock. Todo un elenco profundamente triste y poético que sirve para ir cubriendo etapas de una pasión indisoluble, que se va configurando de tintes trágicos y escasa viabilidad.
Con la utilización de cortes de escenas bruscos, ásperos hachazos que golpean sin piedad alguna, transcurren los días, los años, y la madurez asoma mientras que las circunstancias políticas y personales siguen abofeteando a nuestros protagonistas, impidiéndoles alcanzar un equilibrio que les acomode. Y ello, a pesar de que entre el amor y el temor nos paseamos por la reserva de caza soviética, por la ciudad de París de la década de los 50/60, por aquella Croacia con palmeras que Tito dominaba a su conveniencia. Desengaños, tristeza y soledad. Y ese férreo instinto de seguir formando un bloque inseparable con quien presumes que no has perdido, años y penalidades sucedan.
Ya hemos hablado de la fotografía, del color, o más bien de su ausencia, y también de la magnética música utilizada. Ahora le toca el turno al ritmo del filme. Es meticulosamente cuidado para que no se acelere, pese a los años en que transcurre y los cambios que en ellos se producen. Y todo lo observamos en pantalla con un metraje de apenas noventa minutos. Un panorama desolador de vidas truncadas, con aquellas vivencias que pudieron ser y no fueron. Todo se emborrona de un dolor profundo, a cuenta de unas supuestas revoluciones que prometieron lo que jamás otorgaron.
Con inteligencia, el director polaco introduce en el filme pequeños detalles para que no olvidemos el espionaje, la traición, la tortura, la persecución, la ausencia de libertad de expresión o de movimiento; incluso el control del pensamiento, si ello fuera posible (y lo es, no lo duden, con el adoctrinamiento adecuado es capaz de conseguirse). Y nos acordamos de los exiliados o migrantes «inexistentes» de ahora. Como entonces. ¿Nada ha cambiado? O quizás sí; antes, al menos, la transformación exterior, que no interior, se lo podían permitir, o al menos intentar, ciertas clases privilegiadas que contaban con un nivel social o cultural superior. Actualmente, todos se hacinan en esos barcos a la deriva, en busca del puerto amigo, a pesar de que a nadie importa ni a ninguno interesa.
Los encuadres de Cold War se presentan muy cuidados; diríamos que hasta exquisitamente llenos de quietud. Y si hay que recurrir al movimiento, se hace sin que se note, acaso con un travelling que pasa inadvertido o movimientos circulares de cámara, para acabar mostrando la realidad desde sus entrañas. Además, tampoco conviene olvidarnos de las elipsis, ya lo hemos anticipado, cuidadosamente seleccionadas, que juegan como otro de los aciertos con los que cuenta el filme.
Gran película, que no necesita recurrir a sentimentalismos para dejar al espectador mudo, tieso en su asiento, mientras le hubiera gustado que ese autobús del final, que recuerda en demasía al de Cortina rasgada (Torn Curtain, 1966), del director Alfred Hitchcock, hubiera tenido su destino en cualquier otro sitio menos el elegido. En todo caso, hermoso final que se mantiene a tono con la calidad de todo el largometraje. Una obra seductora y de imposible olvido. Estética exquisita, sentimiento intenso y puesta en escena atinada conviven en el largometraje en toda su extensión. Disfrútenlo, vale la pena.
Tráiler:
Ficha técnica:
Cold War (Zimna wojna), Polonia, 2018.Dirección: Pawel Pawlikowski
Duración: 88 minutos
Guion: Pawel Pawlikowski, Janusz Glowacki
Producción: MK2 Productions / Apocalypso Pictures / Film4 / Opus Film / Protagonist / BFI Film Fund
Fotografía: Lukasz Zal
Reparto: Joanna Kulig, Tomasz Kot, Agata Kulesza, Borys Szyc, Cédric Kahn, Jeanne Balibar, Adam Woronowicz, Adam Ferency, Adam Szyszkowski
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