Críticas
Misterioso mundo infantil
Nana
Valérie Massadian. Francia, 2011.
Se trata de invertir el proceso: gente real que se convierte en personajes a través del cine, y no personajes escritos que intentas hacer pasar como reales.
Valerie Massadian
Entre las maravillas perdidas en la inmensidad de la grilla baficiana, descubrimos una joyita que merece espacio propio y por eso se lo dedicamos en EL ESPECTADOR IMAGINARIO. Esperamos que nuestros lectores puedan agendarla y no perdérsela cuando la exhiban, aunque escaso favor le ha hecho el jurado, enviándola al olvido. Por suerte el film fue premiado en el Festival de Locarno, que alguna puerta le abrirá.
Si se dice que una de las actividades más difíciles para un director es hacer actuar a un niño (niña, en este caso), y este hecho convertiría a quien saliera triunfante de tamaña misión, en un verdadero director, estamos ante una señora directora, Valerie Massadian. Surgida del campo de la dirección artística, hecho que se cuela en cada encuadre de su Nana, Massadian instala la cámara en el entorno de una niña de cuatro años, y casi no la abandona, si no fuera por un par de planos donde veremos a su abuelo, un cuidador de cerdos, y a su madre, una joven mujer malhumorada, que recoge leña para calentar la casa.
Una escena con visos de violencia, donde la madre coloca un cartel en el parabrisas del automóvil de su padre, nos instala en la particularidad familiar. Es el único indicio. Indicios… eso es lo que nos ofrecen las imágenes que se desgranan en la pantalla. La niña comparte sus horas entre el abuelo y su madre. El resto de la historia familiar es escamoteada al espectador.
Reminiscencias del bosque de Caperucita Roja: la cabaña, el sendero que Nana recorre peligrosamente, la cama que comparte con la madre, el cuento que le lee… Entorno infantil y reconocido. Las imágenes de ternura son más que escasas. Más bien asistimos a la soledad de Nana. La escena del baño o la de la cama, antes de dormir, nos hablan de una relación amorosa conflictiva entre madre e hija. La nota disonante la da una escena que se nos hace interminable: la madre y la niña comen, la niña mantiene una lucha con los cubiertos y la carne que debe trozar, la madre la mira sin ayudarla, mientras come ávidamente. La cámara, estática, comenta. Nos desesperamos… no lo entenderemos hasta el final.
Esta especie de cuento infantil, donde la directora se ha hecho amiga de la niña para poder obtener una de las mejores actuaciones infantiles, desconcierta en su transcurrir –como sucede con los cuentos. Lo que nos advierte que estaremos ante una historia inusual es la escena del comienzo, un plano general de una casa de campo, donde tres niños son testigos del sacrificio de un cerdo. La cámara está fija y la escena se desarrolla, interminablemente para nuestros ojos y estómago, mientras los niños observan, comentando con naturalidad lo que están viendo.
Desde entonces sabremos que no estamos ante una historia inocente y que nos hará participar, no como voyeuristas, sino como testigos, más que cercanos, de la niña. Porque Malassian se las arregla para que nos sintamos inmersos en la escena. Enfoca la atención sobre Nana. Estamos allí, con ella, pero a la vez, la vemos sola, porque la narración nos distancia de la acción. Estamos, pero no podemos actuar. Nos encontramos lo más cerca que podremos estar de la niña, pero la vemos sola. Esa situación genera una especie de maravillamiento por el universo infantil que despliega la pequeña, pero a la vez, una impotencia por no poder cambiar algunas situaciones de su entorno.
El bosque, misterioso, con sus tupidas arboledas verdes, el suelo plagado de ramas caídas, pequeños arroyos, senderos apenas detectables, y la casa, ubicada en un claro del bosque, donde se cuela el sol y como una luz dirigida se posa hasta tempranas horas de la tarde sobre el sofá que sirve de ámbito de juego de la pequeña. Allí regresará Nana cada día, allí desplegará su fantasía. Un espacio colorido, donde una manta tejida está dispuesta bajo los juguetes y un pedazo de hule lo cubrirá del rocío de la noche o de la lluvia. Será también el espacio donde se develará la rutina de la niña.
El interior de la casa, calentado por el fuego, tendrá su par nocturno. El sofá aquí también es colorido, también recibe a la niña con su mundo de juguetes… y la lectura. Allí es donde comparte con la madre los momentos de mayor intimidad. Cuando le narra un cuento que ella aprenderá de memoria. La niña sabe que debe valerse por sí misma. Es una pequeña autosuficiente. Y más que celebrar la precocidad de la niña, entenderemos luego que responde más a instinto de conservación que a genialidad.
En la escena final Massadian nos ha desterrado del universo infantil, mediante un plano general, por medio del cual veremos al abuelo y a la niña abandonar la casa de campo. Nana se mete en nuestro universo una vez que nosotros hemos estado en el de ella. Y nos recorre durante días, buscando explicaciones a su desenlace… pero más que nada, permanece en nuestra mente, rescatando, o más bien, descubriendo, el brillo de unas piezas aparentemente opacas con el que Massadian ha armado y nos ha entregado su historia.
Tráiler:
Ficha técnica:
Nana , Francia, 2011.Dirección: Valérie Massadian
Guion: Valérie Massadian
Producción: Sophie Erbs
Fotografía: Léo Hinstin, Valérie Massadian
Reparto: Kelyna Lecomte, Marie Delmas, Alain Sabras
Esperemos que esta película llegue a nuestras salas.- La minuciosidad con que Liliana Saez desmenuza cada enfoque, observa con ojo crítico y se desliza en la intimidad de los personajes, despierta el deseo de disfrutarla ya !.
Poder ver unos instantes el video, completa la expectativa.-
Muy lograda la edición de la Revista, que se supera estéticamente en cada entrega.- Felicitaciones !!