Críticas
Violencia infame
El resplandor
The Shining. Stanley Kubrick. EUA, 1980.
Stanley Kubrick estrenó El resplandor en 1980. En su filmografía, se encuentra situada entre el fracaso comercial de Barry Lyndon (1975) y La chaqueta metálica (Full Metal Jacket, 1987). Era la primera vez que se adentraba en el género de terror. Al parecer, un ejecutivo de la Warner le envió la novela homónima de Stephen King y se interesó inmediatamente. No obstante, para la elaboración del guion no contó con King, sino que contrató la colaboración de la también escritora Diane Johnson, experta en novela gótica. En realidad, Kubrick no estaba exactamente interesado en trabajar sobre espíritus malignos y fantasmas, base principal del libro de Stephen King. Lo que al cineasta en verdad le fascinaba era el desarrollo de los desvaríos psicológicos de un protagonista a la búsqueda de la destrucción, tanto de su familia, como de sí mismo. El resultado es una combinación de géneros que impide su inclusión en uno determinado.
La película se abre con un plano cenital, convertido en panorámica y largo travelling sobre las Montañas Rocosas. En una estrecha carretera, se divisa un automóvil, al que seguimos hasta su llegada a un edificio majestuoso, una especie de castillo en medio de la nada. El vehículo está ocupado por nuestro protagonista, Jack Torrance (Jack Nicholson). Se dirige a una entrevista de trabajo en la que ansía obtener el puesto de conserje o técnico de mantenimiento del hotel Overlook, ese grandioso edificio que hemos mencionado. Se trata de un trabajo temporal de cinco meses de duración, concretamente los correspondientes al cierre del establecimiento en invierno. La entrevista se desarrolla satisfactoriamente y el empleo ya es de Jack; no obstante, el gerente le avisa, por precaución, que unos años antes el antiguo guarda mató a su mujer y a sus dos hijas, suicidándose posteriormente. No parece ser un inconveniente para Torrance, al expresar que la soledad no le asusta y tampoco lo hará a su mujer, Wendy (Shelley Duvall), ni a su hijo de cinco años, Danny (Danny Lloyd). Ambos le acompañarán en esta aventura.
Con dicho arranque, nos adentramos en un mundo extraño, en el que lo esotérico, las visiones, la telepatía o las fusiones entre pasado y presente se imponen. Estamos ante un filme cargado de simbolismos. Como ejemplo, sirva la obsesión por el número 42. Al mismo corresponderán las veces que Wendy amaga con el bate de béisbol en su pelea con Jack, al número de coches aparcados en el hotel al inicio o a las veces que el Correcaminos exclama “¡bip-bip!” en la televisión. ¿Quizás en consonancia con las generaciones que separaban a Abraham de Jesucristo, según la Biblia? O también el perfecto encuadre simétrico de la máquina de escribir de fabricación alemana Adler que utilizaban los nazis. ¿El folio en blanco preparado para vomitar los nombres de los judíos destinados a los campos de concentración? O esos ríos de sangre que se desbordan del ascensor de tanto en tanto… ¿A lo mejor encuentran su referente en el genocidio perpetrado contra los indios en Estados Unidos? No olvidemos que el hotel en donde Kubrick nos abandona con la familia Torrance está construido encima de un cementerio aborigen, a pesar de la oposición de la población india. Precisamente, el nombre del establecimiento, “Overlook”, significa en inglés ignorar o cerrar los ojos ante alguna cosa.
En realidad, lo que más nos ha interesado de la obra en este momento para volvernos a acercar a ella ha sido, concretamente, la mirada que realiza sobre la violencia machista, una forma de perversidad bárbara que por desgracia continúa de perpetua actualidad. Y Jack Torrance es un hombre brutal, egoísta, enfermo, esquizofrénico, maleducado y colérico. Y no seguimos con los adjetivos por vergüenza. En cambio, su mujer, Wendy, resulta una fémina de carácter apacible, amorosa, comprensiva y siempre atenta al bienestar y deseos de su compañero. Por su parte, el hijo de ambos, Danny o Doc, reúne características muy especiales. Parece poseer un sexto sentido que le permite percibir visiones, sonidos o pensamientos extrasensoriales. Estamos ante un chiquillo muy sensible y que por ello es consciente de la calidad del terreno que pisa. Y si bien este aspecto de la violencia masculina era más evidente o estaba mostrado con mayores pistas en la obra original de Kubrick de 146 minutos, en la recortada por él mismo, la que nos ha llegado, también contiene indicios para que nos situemos y percatemos de quién y cómo es realmente Jack Torrance.
Así, paso a paso, vamos descubriendo el alcoholismo de nuestro infame protagonista, además de los ataques verbales y físicos perpetrados en el pasado contra su familia. ¿Casualidades en algunos casos? ¿Accidentes? Nos tememos que quien juega con fuego termina quemándose y en Jack se aúnan su nula capacidad afectiva, la drogadicción y unos valores alejados de cualquier humanismo. Las palabras solidaridad, amor o igualdad de género no se encuentran en su vocabulario. Para Torrance, el mundo, y en especial su familia, únicos seres vivos a su alcance para manejar, no son más que marionetas al servicio de sus reales antojos. Si tienen que acompañarle cinco meses aislados entre montañas nevadas, lo hacen; si el niño, mientras recorre los pasillos con su triciclo, se queda sin educación, pues tampoco importa; o si su mujer le molesta en la ilusión de convertirse en novelista, se le aleja de malas maneras, con insultos, faltando a su dignidad y con la energía de un toro indignado de ser víctima de sufrimientos por capricho. Jack Torrance se presenta como el prototipo de macho que considera a la mujer, y de paso a sus retoños, meros objetos esclavos de sus deseos. Jack Torrance, la fuerza bruta en cuerpo y alma. Afortunadamente, aunque Wendy es sumisa y Danny un crío, no son estúpidos y saben reaccionar cuando la alimaña de su marido y padre expulsa el veneno que le corroe.
Para todo ello, Stanley Kubrick, con su famoso perfeccionismo, se vale de una puesta en escena impecable y sabe jugar de modo preciso con el tamaño de los planos, los movimientos de cámara, el juego de luces o la alternancia de escenas. Imposible no rememorar ese famoso uso de la steadycam, persiguiendo a Danny por los pasillos. Los recursos de guion y la escenificación de Kubrick para crear y mantener el clima de tensión e intriga también son certeros y numerosos: apariciones, laberintos, contactos mentales, ilusiones ópticas, sucesos inexplicables o fotografías en donde no se debería estar. Además, se utiliza la profundidad de campo para expresar el alejamiento que va abriéndose entre los personajes en la soledad de la enorme mansión.
Jack Nicholson, en su caracterización de hombre enfermo en locura progresiva, realiza una interpretación espeluznante, repleta de gesticulaciones y miradas exageradas y turbadoras. Una actuación que va creciendo en histrionismo conforme avanza el filme y en Torrance va germinando el convencimiento de que cualquier fracaso en su existencia debe achacarse al poco apoyo recibido por parte de su pareja. Si le da por escribir un libro y a lo mejor es incapaz de rellenar un folio, no duda en culpar a su mujer: por molestarle, por llevarle el desayuno, por invitarle a estirar las piernas para dar un paseo… La soledad y frustración de su personaje va convirtiendo la interpretación de Nicholson en la imagen de un esquizofrénico incapaz de abandonar el atolladero, léase laberinto, en el que se ha introducido. Por su parte, Shelley Duvall, la actriz que interpretó a Wendy, bastante tuvo con aguantar el rodaje al que sometía Kubrick a sus actores. Independientemente de la calidad de las tomas filmadas, hacía repetir las mismas decenas de veces, para desespero de los profesionales. Duvall declaró, años después de su intervención en la película, lo insoportable que le resultó la interpretación, obligada a llorar doce horas al día, unos nueve meses sin parar y con apenas uno o dos días de descanso semanal.
No queremos dejar de mencionar a las dos “infantitas”, las hermanas Grady, heroínas de un imaginario colectivo. Ese par de gemelas desiguales, “vestiditas» de azul, de la mano, que siguen causando mayor pavor que las tormentas de nieve o los ríos de sangre. Una imagen icónica inolvidable, sobre todo para ciertas generaciones de algún país con corona todavía a cuestas. Dejamos para otra ocasión elementos muy relevantes del largometraje, como el análisis de las múltiples explicaciones que se han intentado elaborar ante los fenómenos paranormales que la obra contiene, la excepcional banda sonora que ahonda en el desasosiego y el pánico o el excepcional juego de luces que irá modelándose hacia la oscuridad en paridad con el conflicto. Incluso detenernos en las fuentes filosóficas o literarias en la que se sustenta la película. No nos queda ninguna duda de que el maestro Kubrick no dejará de deslumbrarnos nuevamente con otros componentes en un próximo visionado de El resplandor. Desde luego, la habitación 237 ya está instalada desde hace tiempo en nuestras peores pesadillas y nos tememos que sin visos de abandono.
Tráiler:
Ficha técnica:
El resplandor (The Shining), EUA, 1980.Dirección: Stanley Kubrick
Duración: 114 minutos
Guion: Stanley Kubrick, Diane Johnson (Novela: Stephen King)
Producción: Warner Bros. / Hawk Films / Peregrine
Fotografía: John Alcott
Música: Rachel Elkind, Wendy Carlos
Reparto: Jack Nicholson, Shelley Duvall, Danny Lloyd, Scatman Crothers, Barry Nelson, Philip Stone, Joe Turkel, Lia Beldam, Billie Gibson, Barry Dennen, David Baxt, Manning Redwood, Lisa Burns, Alison Coleridge, Norman Gay
Qué buena crítica!
Muchas gracias, Enrique. Viniendo de ti, me siento muy halagada.
Pilar