Críticas
Corrupción militar
El oficial y el espía
J'accuse. Roman Polanski. Francia, 2019.
Pero si ellos se atrevieron, yo también me atreveré. Diré la verdad, porque prometí decirla si no lo hacía plenamente y por entero la justicia.Mi deber es hablar, no quiero ser cómplice. Mis noches se verían asediadas por el espectro del inocente que, padeciendo el más horrible suplicio, expía un crimen que no ha cometido.
Émile Zola. Fragmento de «Yo acuso», carta a Félix Faure, presidente de la Respública (publicado en el diario L’Aurore el 13 de enero de 1898).
El realizador Roman Polanski sufrió en primera persona los horrores del Holocausto. De familia judía, durante la Segunda Guerra Mundial padeció el gueto de Cracovia y su madre murió en el exterminio del campo de concentración de Auschwitz. La conmoción y el dolor que provocó en el joven Polanski todas aquellas vejaciones y matanzas raciales llevaron al director, en 2002, a la adaptación de las memorias de Władysław Szpilman en el extraordinario largometraje El pianista. Su protagonista es un músico polaco de origen judío que, tras la invasión alemana de Polonia, deberá sobrevivir escondido en un aislamiento indigno para evitar la deportación.
Con tales antecedentes, no es de extrañar que Roman Polanski se haya interesado con su último filme en una injusticia cometida en Francia a un judío, entre finales del siglo XIX y principios del XX. En El oficial y el espía la víctima es Alfred Dreyfus, un capitán que fue acusado y condenado por espionaje y traición en un procedimiento judicial abyecto. La manipulación de pruebas, el ocultamiento de otras y el desprecio hacia derechos básicos de defensa caracterizaron el proceso. El principal delito cometido por el oficial francés no se encontraba en el terreno de la acción sino en el de la pertenencia. Alfred Dreyfus era judío. El clima antisemita imperante en Europa, por desgracia no solo en aquella época, hizo de la condena del militar un asunto que terminó levantando pasiones, acrecentando odios y posicionando a la ciudadanía. Un caso nauseabundo, como muchos otros de aversión racial que quedaron en el olvido. Pero Dreyfus tuvo suerte. Contó con la extraordinaria ayuda de un magnífico periodista y mejor escritor, la de Émile Zola.
No es la primera vez que el caso Dreyfus ha sido llevado al cine. Ya lo hicieron, entre otros, William Dieterle en La vida de Émile Zola (The Life of Emile Zola, 1937) o José Ferrer en Yo acuso (I Accuse!, 1958). Pues bien, inducidos por el título original elegido por Polanski para esta película (olvidémonos de la cursi e insustancial traducción al castellano), estábamos convencidos de poder presenciar un filme concentrado en temas muy concretos. Nos referimos a movimientos sociales a favor o en contra de atrocidades ciegas; u orientado al nacimiento de la figura del intelectual tal y como se entiende en la actualidad; o sobre la lucha por derechos humanos básicos como el de defensa, presunción de inocencia o el de un juicio con todas las garantías que permita utilizar los medios de prueba pertinentes sin opacidad. Como decimos, así nos lo sugería el título original de la obra, el “Yo acuso”, coincidente con el atinado y emocionante artículo escrito por Émile Zola el 13 de enero de 1898 en el diario L’Aurore. Tras el visionado de la película, nos parece que los iluminados señores que eligieron el pomposo título en castellano de esta última obra de Polanski no andaban en absoluto desencaminados. Porque dejando aparte los ataques y odios antisemitas, que por supuesto no se obvian, parece que estemos ante un corriente telefilme de espionaje, con un protagonista que no es Dreyfus ni Zola, empeñado en desentrañar toda una maraña de infundios por honestidad personal.
El personaje principal del filme es el coronel Marie-Georges Picquart, jefe del servicio de inteligencia militar francés. Está correctamente interpretado por Jean Dujardin. Su principal misión en la película es reunir pruebas, desechar otras, juntar y separar trocitos de papel, comparar tipos de letras con la inestimable ayuda de su lupa…Y a pesar de que estamos ante una buena película, no esperábamos menos de Roman Polanski, el punto de vista escogido, el guion utilizado, nos ha dejado fríos. Eso sí, una gelidez en plena concordancia con el estamento en el que nos movemos la mayor parte del largometraje. No ayuda tampoco una fotografía que abusa de la oscuridad ni unos flashbacks que más desorientan al espectador que aclaran los acontecido. También consideramos desaprovechada la intervención como autor de la banda sonora de Alexandre Desplat, una música de elección acertada pero infrautilizada. Y ya puestos, tampoco hemos empatizado con el temple del supuesto protagonista, de Alfred Dreyfus, interpretado por Louis Garrel con una firmeza gestual que nos hace pensar que a lo mejor se ha tragado un sable. Ya que hablamos de intervinientes en la obra, no se pierdan un cameo del propio autor, quizás envidioso de la promiscuidad de Hitchcock en el asunto.
La película empieza, continúa y termina de forma seca y farragosa. Correcta pero sin transmitir los profundos sentimientos que los hechos suscitaron en su momento. La repercusión pública que el artículo escrito por Zola en el periódico L’Aurora ocasionó, apenas ocupa unos breves fotogramas anónimos en todo el filme. En realidad, se trataba de una carta dirigida al presidente de la República, a Félix Faure, en la que el escritor acusa, uno por uno, con nombres, apellidos y cargos, a los que considera culpables de una injusta condena al oficial judío. Un escrito que removió cimientos y altos estamentos, además de fomentar la recogida de firmas de intelectuales a favor y en contra. Entre los primeros, nada menos que Marcel Proust o André Gide y entre los segundos, Charles Maurras o Maurice Barrès. Valores democráticos, laicos y liberales frente a actitudes conservadoras, religiosas o patrioteras. La presencia de Émile Zola es tan circunstancial y anecdótica, que ni siquiera se menciona en los títulos de crédito finales que falleció en 1902 por un accidente envuelto en extrañas circunstancias. Ello ocurrió años antes de la finalización del asunto Dreyfus. En cambio, con una puesta en escena que peca de académica, transcurren minutos en duelos insustanciales o amoríos con apariencia de haber sido insertados para satisfacer audiencias y de paso, dar trabajo a familiares.
Los sucesos de El oficial y el espía podían haberse filmado desde muchos puntos de vista. Y aunque no simpatizamos con el elegido por Roman Polanski, agradecemos el nuevo rescate de unos sucesos lamentables que jamás deben quedar en el olvido. Por nuestro pasado, por nuestro presente y por nuestro futuro.
Tráiler:
Ficha técnica:
El oficial y el espía (J'accuse), Francia, 2019.Dirección: Roman Polanski
Duración: 126 minutos
Guion: Roman Polanski (Novela: Robert Harris)
Producción: Coproducción Francia-Italia; Gaumont / Légende Films / Canal+ / Eliseo Cinema / France 2 (FR 2) / France 3 (FR 3) / RAI Cinema
Fotografía: Pawel Edelman
Música: Alexandre Desplat
Reparto: Jean Dujardin, Louis Garrel, Emmanuelle Seigner, Grégory Gadebois, Hervé Pierre, Wladimir Yordanoff, Didier Sandre, Melvil Poupaud, Eric Ruf, Mathieu Amalric, Laurent Stocker, Vincent Pérez, Michel Vuillermoz, Vincent Grass, Denis Podalydès, Damien Bonnard, Raphaël Caraty, Clément Jacqmin, Pierre Léon Luneau, Michèle Clément, Yohan Renier, Romain Lehnhoff