Viñetas y celuloide
Los superhéroes antes de los superhéroes: The Rocketeer
Es imposible ignorar el fenómeno: A estas alturas parece claro que, de momento, los superhéroes han llegado a la pantalla para quedarse. Los datos de taquilla parecen ser justificación suficiente para que las gigantescas productoras apuesten presupuestos gargantuescos para que estos semidioses enmascarados sigan afrontando aventuras más grandes que la vida. A pesar de que hay cierto horizonte de expectativas a resolver, los planes de los principales sellos abarcan varios años en el futuro, así que tenemos género para rato.
Pero no siempre fue así. Ya hemos hablado en otras ocasiones del titubeante paso de los héroes de la viñeta por la gran pantalla, con más fracasos que éxitos en el contador hasta hace unos años. En esta misma sección, dedicamos un buen repaso a las intentonas de establecer un universo propio en el cine, con sus más y sus menos (y lo puedes leer aquí).
La todopoderosa Disney, que ha sido capaz de engullir a otro emporio como Marvel, también intentó hace años apretar la tecla con las pizpiretas aventuras de un singular héroe por accidente. Apenas unos años antes, Warner había roto los esquemas con la particular adaptación de la cruzada de Batman, en manos del, por entonces, arrebatador Tim Burton. Parecía que eso de los justicieros disfrazados daba buenos dividendos, así que la compañía del ratón se quiso apuntar a la fiebre. Disney no era el monstruo devorador que es a día de hoy, pero, desde luego, no era una compañía de cine independiente y vio la oportunidad de extender sus garras más allá de las consabidas producciones de animación.
El elegido para la gloria fue The Rocketeer (Joe Johnston, 1991), un simpático cómic de inspiración pulp creado por Dave Stevens. El autor de la obra original pretendía, entre otras cosas, el retorno a los orígenes de esta clase de personajes, carne de serial de radio o novelones baratos. Ambientada en los años 40, The Rocketeer era mezcla de nostalgia, estética pin up y trepidante aventura, cóctel que pedía a gritos la traslación a la gran pantalla.
Así nace Rocketeer, precedente olvidado de los éxitos de hoy, que ha quedado como simpática anécdota cinéfila para algunos, como el que suscribe. Aunque contaba con no pocos alicientes, el resultado no fue el esperado por los productores. Pero… ¿Qué contaba The Rocketeer?
La película apelaba al sentido más clásico de la aventura, cuando un temerario piloto de aviones acrobáticos encuentra un dispositivo capaz de hacer volar a un hombre a velocidades imposibles. Esta tecnología, adelantada a su tiempo, llama la atención de no pocos intereses, en la convulsa época en la que se fragua entre bambalinas la Segunda Guerra Mundial. La mochila ha sido inventada, nada más y nada menos, que por Howard Hughes, personaje de la vida real y viejo conocido de los cinéfilos encantados con el cine de la época dorada del Hollywood. El joven piloto verá su vida en peligro en incontables ocasiones, convertido en héroe casi a su pesar, para que el dichoso cacharro propulsor no caiga en las manos equivocadas.
Las labores de dirección cayeron en las manos de Joe Johnston, que luce en el luminoso trabajo de artesano, capaz de mezclar el sentido de lo clásico con los efectos especiales. La película se presenta más que correcta, y la recreación de la época es una auténtica delicia. Incluso se atreve con ejercicios entrañables de cine dentro del cine, que nos sumergen en la magia de la fábrica de sueños que era el Hollywood de los años 40. Quizá haya perdido impacto por el paso de los años y el avance demencial de los entornos fantásticos de los efectos especiales de hoy, pero el sabor de lo tradicional siempre deja buen gusto cuando se hace con cariño.
En los papeles principales, el rol del héroe cae en Bill Campbell, actor que no ha contado con una carrera precisamente brillante. De hecho, en cine este puede que sea su único papel protagonista, y al año siguiente del estreno de Rocketeer le pudimos ver como parte del elenco de Drácula(Francis Ford Coppola, 1992). El brillo lo podemos encontrar en el villano de lujo, con el rostro de Timothy Dalton, interpretando a una especie de Erroll Fynn versión siniestra. El toque de galán con secretos perversos tras la sonrisa es algo que Dalton maneja con soltura. Y, por supuesto, mención especial para Jennifer Connelly, que encaja como un guante en el papel de aires pin up, de inocente interés del héroe. Sí que es cierto que es evidente y casi cliché, pero a pesar de ese carácter dulce, demuestra, en no pocas ocasiones, ser algo más que la damisela en apuros de turno.
Es curioso, pero Disney volvería a confiar en Johnston tras la cámara para la adaptación de Capitán América: el primer vengador (Joe Johnston, 2011), película que comparte no pocos elementos con The Rocketeer.
El tiempo ha pasado como una apisonadora por la película, que incluso, en su momento, tampoco generó excesivo entusiasmo. Quizá demasiado cándida y luminosa, en una época en la que los héroes de brillante armadura mutaban en ruidosos antihéroes vengativos en los cómics. Disney tardaría muchos años en atinar el tiro con esto de los superhéroes. Pero lo demás es historia reciente del cine. Lo de este artículo es más nostalgia que otra cosa, el recuerdo de tiempos sencillos, de películas de buenos y malos, sin muchos matices, pero que funcionaban como gran espectáculo de sesión de tarde y toneladas de palomitas. Sin ganas de trascendencia y con el sentido del entretenimiento como bandera.
Los superhéroes hoy dominan la taquilla. Pero antes, otros intentaron volar muy alto, y hacían que soñásemos con volar. Eso bien vale un paseo por la añoranza.