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Persona. La escena imaginada
La vida se cuela por todas partes. Estás obligada a reaccionar. Nadie se pregunta si es real o irreal, si tú eres verdadera o falsa. Esa pregunta solo importa en el teatro.
Ingmar Bergman, en el guión de Persona
Durante una representación de Electra, Elisabet (Liv Ullmann) pierde la voz. Ni los médicos ni los psiquiatras encuentran una explicación. Parece un mutismo elegido. Le asignan como cuidadora a una joven enfermera, Alma (Bibi Andersson) y prescriben un tiempo de descanso que pasarán las dos en una casa junto al mar. El retiro le sienta muy bien a Elisabet, que parece disfrutar de la vida tranquila, aunque sigue sin decir una palabra. Alma, sin embargo, habla por las dos. Hace confidencias sobre su vida, dice sin filtro todo lo que le pasa por la cabeza. Elisabet la escucha siempre con atención. Una de las cosas extraordinarias de esta película es que solo habla uno de los dos personajes, pero siempre tienes la sensación de estar presenciando un diálogo. Elisabet, en su silencio, es tan elocuente como Alma. Los matices del rostro de Liv Ullmann, su fragilidad, su miedo, su dureza, su empatía, parecen infinitos. El efecto es tan brutal que te lleva a preguntarte a veces si realmente necesitamos las palabras, un pensamiento loco que solo puede ser sugerido por una obra maestra. Bergman dijo que el rostro humano es el gran tema del cine y además de decirlo lo demostró en esta película.
Las confidencias de Alma siguen un camino sinuoso hasta que empiezan a parecer confidencias de Elisabet, a medida que las personalidades de ambas parecen superponerse, como efectivamente se superponen sus cuerpos en la pantalla. Cercanía insoportable, rostros que parecen complementarse, bocas que parecen hablar casi rozándose y que a veces sugieren una tensión sexual, disolución de las identidades, dónde acabas tú y dónde empiezo yo. La fotografía de Sven Nykvist aportó al drama una magia que solo él podía crear.
Una noche están en el dormitorio, ya en camisón. Elisabet recostada en la cama, fumando, junto a una lámpara. Alma, sentada en un sillón, recuerda un día en la playa. Estaban solas ella y otra chica a la que no conocía. Las dos tomaban el sol desnudas. Solo llevaban “unos sombreros de paja, de esos baratos”. (Una muestra del genio de Bergman es que antes hemos visto a las dos en la playa, con sombreros de paja, sentadas a una mesa en la que están clasificando unas setas que han recogido. De esta forma, la escena que luego relata Alma está ya sembrada en nosotros, tenemos algunas piezas para montarla en nuestra imaginación: el sol del verano noruego, dibujando con la trama de la paja sombras en las caras de las dos mujeres, las sonrisas…)
Entonces Alma empieza a narrar, sin omitir ningún detalle, la aparición de dos chicos y el encuentro sexual que tuvieron con ellos. En ningún momento transmite una sensación de peligro, la iniciativa la llevaron las chicas todo el tiempo, pero el relato es directo y crudo, sin asomo de sentimentalismo, es puro deseo. Bergman no devaluó el momento haciendo lo convencional, un flashback; en lugar de eso dejó solo la palabra y el rostro de Bibi Andersson para construirla. Alma, hablando, nos convierte en voyeurs, porque la escena está tan bien montada que mientras la vemos no podemos evitar imaginar la escena de la playa; y al mismo tiempo vemos a Elisabet que escucha sin pestañear y sabemos que está imaginando lo mismo que nosotros; o ella se ha sentado junto al espectador o este ha entrado en la película. El juego de identidades que es Persona termina así envolviéndonos. Una de las escenas más eróticas del cine no se filmó nunca, la imaginamos nosotros cada vez.
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