Festivales
Festival de Autor de Barcelona online: prueba superada
El Festival Internacional de Cine de Autor de Barcelona, conocido por sus siglas, D’A, se celebró del 30 de abril al 10 de mayo. La edición de 2020, recientemente finalizada, pasará a los anales de la historia del certamen por su modelo de exhibición. El planeta entero contenía la respiración y mostraba los preocupantes signos de alarma por la virulencia y propagación del virus, Covid-19, que castigó con brutal saña todos los ámbitos de la sociedad, obligando a las autoridades sanitarias internacionales a decretar un estado de cuarentena general. Las terribles consecuencias de la pandemia afectaron a todos los motores de riqueza, incluido el cultural. La proyección de películas en los circuitos comerciales quedaron dañados. La celebración de festivales de cine quedó aplazada en busca de alternativas. El certamen más prestigioso e importante de todos cuantos se organizan a lo largo del mundo, el de Cannes, suspendió su actividad y, hasta la fecha, se ignora si desplazará su calendario o irremediablemente desestimará cualquier opción. Sin embargo, otros, más pequeños y humildes, aunque no por ello menos entusiastas y atrevidos en sus propuestas, como el D’A, aprovechó la coyuntura y utilizó una plataforma de pago y visión en streaming, Filmin, como el mejor cooperante para que su programación pudiera llegar lo más lejos posible y al mayor número de incondicionales y espectadores.
La coyuntura obligaba a buscar una salida para canalizar productos especiales, utilizando una estrategia muy asentada en los últimos tiempos, el pago por visión. Un modelo atractivo y sugestivo, ideal para tiempos de crisis y confinamiento en casa, que revela que un acuerdo entre las posturas equivale a una fórmula apetitosa y a un solo clic, poniendo al alcance de informadores cinematográficos y público en general una exploración por las cinematografías contemporáneas para su descubrimiento y disfrute. Una versión especial online que no hace olvidar, ni mucho menos, el frenesí de las jornadas presenciales y la interlocución con los colegas, pero que, sin embargo, acomete su principal actividad: te acerca a un puñado de títulos planificando su pase al acomodo y preferencias de cada uno.
Más de sesenta largometrajes y cortometrajes, repartidos en varias secciones, Direcciones, Talentos, Transiciones, Sesiones Especiales y Un Impulso Colectivo, dieron visibilidad a un material, la mayoría procedente de los más destacados caladeros festivaleros, que ofrecieron una heterogénea panorámica del mejor cine independiente, de autores poco conocidos y de planteamientos con sus dosis de riesgo.
Como todo evento cinematográfico que se precie, el festival D’A contó con su película de inauguración y de clausura. Del mismo modo, también hubo un jurado internacional que emitió su palmarés. Además, como nota que merece apuntarse en esta crónica, informar que algunos trabajos estaban precedidos de una breve presentación por parte de sus autores. A falta de las habituales ruedas de prensa, las reseñas previas, con la voz de sus directores, encaminaban al espectador hacia los propósitos personales, artísticos y temáticos por los que iba a discurrir su propuesta.
Con estas animosas características, soluciones elocuentes, la sobria organización y una parrilla con el contenido de la programación muy intuitiva y sencilla se colmó una experiencia placentera, dinámica, accesible y de puertas abiertas (con suscripción económica) para disfrutar de las ventajas de mirar desde casa y de la manera que uno quisiera, un encuentro que supuso una elegante y positiva opción ante la disyuntiva de pelear o acobardarse. Se optó por llevar adelante el espectáculo audiovisual al terreno de la tecnología de las plataformas y la verdad que no solo se consolidó en el primer intento, sino que fue todo un éxito.
Habitación 212, de Christophe Honoré fue el filme elegido para inaugurar el festival. Una comedia dramática sobre el agotamiento de un matrimonio en el que, después de más de veinticinco años de convivencia en común, la mujer, María (Chiara Mastroiani), quiere replantearse su relación y decide emprender una pequeña fuga y refugiarse en la habitación 211 del hotel que está enfrente de su casa. Una maniobra asumida, porque no quiere obtener la medalla al mérito conyugal. Su crisis o hartazgo la sume en un viaje al pasado y recordar avatares sentimentales y sexuales, y encarar su actual estado de ánimo. El planteamiento de la película aborda el cansancio y desmoronamiento de una pareja, porque el aburrimiento y el piloto automático acaban por hartar. Relato que no es nuevo en el cine, pero Honoré no quiere caer en el cliché e inventa un tratamiento con chispa e ironía. Cuando María retoma episodios de su agitada vida amorosa, los personajes que conocemos como adultos están ahora encarnados por actores más jóvenes que escenifican momentos clave del ayer, que alimentan la vanidad y soberbia de una mujer enamoradiza y de una sensualidad desbordante.
En el apartado principal Direcciones se pudo ver el último trabajo firmado por el director galo, Arnaud Desplechin, Roubaix, une lumiére, un fascinante ejercicio en clave de thriller, dividido en dos partes, sobre la metodología de investigación del comisario Daoud (Roschdy Zem). La acción se enclava en la ciudad de Roubaix, una de las más pobres de Francia, donde la crisis económica ha devastado el tejido industrial. El paro y las existencias depresivas de los más desfavorecidos empujan a los desclasados hacia la violencia sin un motivo aparente. Dos chicas jóvenes, encarnadas por las actrices Léa Seydoux y Sara Forestier, son sospechosas de un robo y un crimen. El experimentado investigador Daoud, un hombre tranquilo pero inteligente y perspicaz, impone su estratégica experiencia en los interrogatorios y en los careos entre los detenidos hasta conducirlos a una confesión sin utilizar la tortura. Sus cuarenta minutos finales son espléndidos, con una puesta en escena de muchos quilates y un guion sobrio, sin fisuras en este bloque. Fue una de las sorpresas del certamen.
El veterano realizador y documentalista teutón Werner Herzog presentó Nomad: in the Footsteps of Bruce Chatwin, un ameno y didáctico homenaje hacia quien fue su amigo, el aventurero, antropólogo y escritor Bruce Chatwin. Los caminos creativos del explorador y el cineasta coincidieron y mostraron su mutua simpatía en el ámbito de la exploración de zonas ignotas y un afán por conocer la idiosincrasia del ser humano vinculada a su hábitat y cultura. El documental muestra la devoción de Herzog hacia Chatwin y su interrelación creativa, como dos seres distintos, pero preocupados por las mismas observaciones sobre la naturaleza. Estructurada en ocho capítulos, es indisimulado el ego del autor de Fitzcarraldo por elevar su voz y su personalidad por encima del relato que tiene entre manos.
Una de las piezas más increíble, inquietante y coyuntural (habla de virus y la utilización de las mascarillas) fue Little Joe, de la austríaca Jessica Hausner, a quien el festival le dedicó una retrospectiva a su trayectoria cinematográfica. La película, de fantasía ficción, habla de un mundo preocupado y seducido por la felicidad. Reflexiona sobre una sociedad pulcra, estirada y conservadora, obsesionada por crear sustancias que generen empatía entre los humanos. Un laboratorio de ingeniería genética se esfuerza en crear una planta, cuyo polen es capaz de actuar como un patógeno e inocular un virus que transforma el ánimo triste en una sensación de bienestar maravillosa. Pero la mutación ha tenido un error y los contagiados actúan con una alteración de los sentimientos. Lo primero que te viene a la cabeza es que los personajes actúan como las abducidas criaturas de La invasión de los ladrones de cuerpos, de Don Siegle. Una referencia nada descabellada.
Paula Hernández se decanta por el intríngulis familiar en Los sonámbulos, producción argentina, para cebarse, una vez más, en los difíciles equilibrios familiares que se sostienen más por respeto y educación que por los lazos de hermandad y aprecio. La alusión al sonambulismo es una ironía transferida a un cónclave familiar con motivo de la reunión navideña que provoca la irrupción de fracasos matrimoniales, secretos y un pinche conflicto que hace añicos la cordialidad y tumba la máscara que todos se ponen para disimular el desprecio que sienten por sus “seres queridos”.
Uno de los títulos más ambiciosos, estética y estilísticamente, fue la producción china Saturday Fiction, de Lou Ye, un vehículo para el especial lucimiento de la estrella asiática Gong Li. Una elaborada trama, pero bastante espesa y algo confusa, estructurada a lo largo de los días de la semana y cuya acción se desarrolla en Shangai durante la ocupación japonesa de la ciudad. El planteamiento es una historia de amor con referencias al teatro, narrada como un thriller de espías y con una puesta en escena de gran producción. La primera parte es un vaivén de personajes, de cruce de miradas, de entradas y salidas, de identidades ocultas, de apariencias falsas, de mujeres ambiciosas y asuntos políticos erráticos. La segunda parte, una vez desvelada la función de los principales actuantes y el estallido de la violencia, el filme, como género de acción y violencia, tiene momentos brillantes y una excelente coreografía de movimiento de las figuras claves del relato, que recuerda, salvando las distancia, los fogonazos en la obra del norteamericano Walter Hill. En cualquier caso, pese a su talante y fachada, y no menos original idea final, la película no termina de funcionar, porque no te crees el papel de Gong Li, que representa a una actriz en un dispositivo de metaficción y metalenguaje, donde la impostura esconde una arriesgada misión. Si bien la cabriola, como planteamiento, resulta coherente, deja de funcionar cuando el texto se torna prosaico y la arbitrariedad se transforma en pretensión algo forzada.
El veterano director nipón Kiyoshi Kurosawa propone, en To the Ends of the Earth, una exótica lectura sobre el choque cultural de un equipo de documentalistas que se encuentra en Euroasia central, en Uzbekistán, para grabar un programa, a modo de Viajeros por el mundo, que retrate las peculiaridades antropológicas y etnográficas de un pueblo desconocido para la inmensa mayoría. El relato está contado a través del punto de vista de su personaje femenino, Yoko (Atsuko Maeda), una presentadora que captará mejor la esencia y naturaleza del pueblo uzbeko cuando decide corretear a su aire y hacer una inmersión personal en su sociedad, tropezando con singularidades de las que desconfía, a la vez que denotan su aislamiento y soledad, matices que el realizador japonés se afana en mostrar. Un filme hermoso y contemplativo que, sin embargo, es más introspectivo que su tono afirma, indagando en el mundo interior de una chica que sobrelleva la angustia de su ensimismamiento y tristeza, ejerciendo de reportera sobre las banalidades que su trabajo le acarrea, mientras busca su mejor versión, la de cantante. Película intimista y delicada, coherente, sarcástica y desarrollada con precisión, que fue uno de los títulos más sorprendentes y emotivos de la sección oficial.
La película que clausuró el festival de autor de Barcelona fue la producción española A Stormy Night, escrita, interpretada y realizada por el joven cineasta David Moragas. Una pieza minimalista, rodada en su mayor parte en Nueva York y cuya acción transcurre en apenas veinticuatro horas y dentro de un apartamento. Esta minimalista historia está planteada como un encuentro sentimental entre dos jóvenes que viven y experimentan un confinamiento muy particular. Marcos (David Moragas) es un estudiante de cine que, en su regreso a Barcelona, queda varado en el aeropuerto por culpa de una tormenta y pide ayuda para pasar la noche a una amiga que le propone descansar en la habitación que ella ha dejado por estar de viaje. De esta manera, Marcos conoce al compañero de piso de su conocida, Alan (Jacob Perkins), y de esta manera casual comparten una relación que empieza fría y distante, y poco a poco, se va abriendo a parcelas íntimas y emocionales. La influencia de Woody Allen o Éric Rohmer se deja apreciar en un tipo de argumento básico, chico encuentra chico, y setenta minutos por delante para hablar y confesarse sus fobias y filias. Ejercicio que tiene los mimbres de un trabajo de fin de carrera, filmado con gusto, pero sin demostrar una personalidad arrolladora, como si sus buenas y cómodas intenciones escondieran al autor que quizás sobresalga en otro cometido. Pero no en este.
La película islandesa Un blanco, blanco día, del director Hlynur Pálmason, se alzó con el premio Talentos a la mejor película de la sección del mismo nombre. Un thriller psicológico sobre los efectos devastadores que ejerce la sospecha en un hombre taciturno y amargado, antiguo agente de policía, y la ira que emplea para ajustar cuentas contra sí mismo y contra quien ha arruinado su vida. Drama con una peculiar narratología, matizada por una simbología autóctona.
El jurado, formado por Belén Funes (directora de La hija del ladrón), José Luis Cienfuegos (director del Festival de Cine Europeo de Sevilla) y Javier Giner (director y guionista), concedió, además, una mención al filme británico Nocturnal , de la directora Nathalie Biancheri. Otro drama sobre los traumas del pasado, enfocado a través del golpe emocional y moral de un pintor de brocha gorda, cuando ve a una muchacha joven y se obsesiona por ella.
El jurado de la crítica, formado por Imma Merino, Anna Petrus y Ramón Alfonso, concedió el premio de la crítica a la película argelina Abou Leila, el debut en la realización de Amin Sidi Boumédine, un intrigante thriller, planteado como una road movie, sobre dos hombres que se introducen en el desierto para resolver un misterio en clave psicológica.
El jurado también ha concedido una mención para el largometraje español La Mami, de Laura Herrero Garvin.
El público del D’A, con sus votos, a través de la plataforma de Filmin, ha considerado como la mejor película del festival al largometraje My Mexican Bretzel, de Nuria Giménez. Auténtico ejercicio de metaficción, que utiliza un material de índole familiar, rodado en los años 50 y 60, para construir, a modo de diario, la confesión de una mujer casada con un ejecutivo de la industria farmacológica, pero enamorada de otro hombre al que conoció en Mallorca.