Críticas
El horror de la pérdida
Lake Mungo
Lake Mungo. Joel Anderson. Australia, 2008.
La películas tienen muchas facetas. Tras esta frase de perogrullo con la que he comenzado, creo que se esconde una especie de verdad invisible que todos los que amamos el cine, de cualquier clase, encontramos en la experiencia de la sala de cine, de la intimidad de nuestro salón o donde fuere que disfrutemos de nuestro pasatiempo favorito.
Ocurre que, en ocasiones, una película nos sorprende, porque está en las antípodas de nuestras expectativas iniciales. Esperamos un entretenimiento ligero o un producto de género, y el resultado es como un puñetazo. Nos desarma, apela a emociones inesperadas, se hace un hueco en tu alma sin avisar, a base de pequeñas pinceladas de sensibilidad y humanidad.
Eso es lo que vengo a contar de Lake Mungo (Joel Anderson, 2008), película semidesconocida que consiguió, en su momento, romper todas mis defensas. Quizá suene exagerado, pero me regaló instantes contradictorios, tanto íntimos como perturbadores, mezclando con sutiles intenciones el relato de apariciones espectrales con los sentimientos mundanos y reconocibles más allá del miedo.
Lake Mungo, a priori, no ofrecía más que el enésimo experimento de found footage, un modo de hacer cine de terror que se popularizó a raíz del enorme éxito de El proyecto de la bruja de Blair ( Eduardo Sánchez, Daniel Myrick, 1999). Son incontables las producciones que llegaron en diferentes formatos a rebufo de aquel pelotazo en taquilla, pero los realmente interesantes se pueden contar con los dedos de una mano. La historia de Lake Mungo gira alrededor de una familia que pasa por el terrible trago de la pérdida de un ser querido. De la noche a la mañana, la muerte accidental de la joven Alice deja a unos padres destrozados y a un hermano que no encuentra la forma de procesar el dolor. En pleno duelo, algunos episodios extraños llevan a los miembros de esta familia a pensar que Alice todavía se encuentra en la casa, lo que lleva a un nuevo estado a los protagonistas: la aceptación de que es posible la vida en el más allá.
La película muestra, en formato de falso documental, los distintos procesos mentales y emocionales de esta familia. Nos adentra con total intimidad en su derrumbe emocional y en el espeluznante viaje que emprenden para revelar los secretos que esconde la siniestra presencia de lo que un día fue Alice. Los encontronazos con la realidad del duelo chocan contra el elemento puramente paranormal, dejando para el recuerdo una película que, sin renunciar a su esencia de género, se esfuerza por ofrecer algo diferente, cercano y, en ocasiones, hasta poético.
Lo consigue con diferentes matices que dotan de complejidad al conjunto. Los personajes son algo más que la consabida excusa para despertar los miedos del espectador. Joel Anderson, director y guionista de Lake Mungo, quiere que compartamos el horror, sí, pero también todos esos sentimientos encontrados que la llegada de lo inexplicable desata en los tres protagonistas. Cada uno de ellos afronta la tristeza de forma diferente. Entre la aceptación, la negación, la búsqueda de explicaciones a algo tan fútil e inesperado como la muerte de una persona tan joven, es imposible no conectar con esta gente. Incluso Anderson se las apaña para la reflexión acerca del cine como medio de escape, cuando Matthew, el hermano de Alice, usa su cámara como evasión, en un intento de encontrar sentido a la tragedia en el día a día.
Joel Anderson realiza un estudio de la naturaleza humana disfrazado de ejercicio casi prototípico de terror. Creo que hay cierta consciencia por parte de los creadores de Lake Mungo de que esta historia de familia sometida a presencias extrañas nos la han contado antes. Así que, con mucha inteligencia, se utiliza el tópico a favor. Deriva en nostalgia y recuerdo en el trasfondo de la pérdida, en una historia sobre la caída del velo de la ignorancia con catastróficos resultados, acerca de las máscaras con las que nos presentamos ante los que nos quieren, con todos los secretos que ocultan y que revelan dolorosamente, en ocasiones, a auténticos desconocidos.
Si el aparato emocional de la película ya es motivo de sobra para el aplauso, tenemos algo imprescindible en esta clase de productos: Lake Mungo da miedo. No un horror físico, de sobresaltos, pero sí de sensaciones y ambientes incómodos, de sugerencia por encima del efectismo. Además, cuenta con un extra que encuentro fascinante en las películas de origen australiano. No sé si seré el único que tiene esta percepción, pero noto especial habilidad para la construcción de relatos casi oníricos. Quizá sea por la propia naturaleza de la gigantesca isla y sus parajes desérticos, o incluso el propio folclore de los nativos y su tiempo de sueño, pero lo cierto es que la extraña iluminación, el contraste de colores, las diferencias entre los espacios urbanos y la impredecible naturaleza son factores comunes que, en este caso, también se hacen notar.
La identidad visual de Lake Mungo, partiendo de la más absoluta sencillez, se sostiene gracias a esta languidez de ensoñación, alimentada por la melancolía que imprime Anderson a su narrativa, centrada en los sentimientos de estos personajes al afrontar un viaje emocional fuera de lo común.
Lake Mungo es una película especial, pequeña, construida desde la empatía y la conexión con el espectador. El horror hace acto de presencia, pero el centro está en el drama, en los silencios, en el acercamiento a esta familia que se desmorona y afronta algo para lo que nunca estás preparado. Es el viaje a través de la culpa, de la sensación de que las cosas podrían haber sido de otro modo. Es un juego de espejos que, a pesar de la fanfarria, cuenta algo muy humano: lo duro que es dejar marchar a quien quieres.
Tráiler:
Ficha técnica:
Lake Mungo (Lake Mungo), Australia, 2008.Dirección: Joel Anderson
Duración: 84 minutos
Guion: Joel Anderson
Producción: Mungo Productions
Fotografía: John Brawley
Música: David Paterson
Reparto: Talia Zucker, Rosie Traynor, David Pledger, Martin Sharpe, Steve Jodrell, Tamara Donnellan, Scott Terrill